Por los que nacen bajo tierra
y los que la cabeza entierran.
Por los niños centinela
que ningún espejo refleja.
Por el alcohol y el ruido
que bajo la puerta se cuela.
Por el alcohol
El ruido
Por.
Por los pies que tamborilean,
y la mochila llena escondida en la baulera.
Por las manos de la abuela,
que hacen volver atrás
y esperar,
otro momento,
aguantar.
Sonreírle sin poder contar que
estuviste a punto de irte sin avisar.
Pero no quisiste. Pero no pudiste,
por sus ojos que miran y parecen nadar.
Estaba todo pronto ahí,
en el equipaje liberación.
Una liberación, ahora,
desparramada en la habitación.
Pero no quisiste. Pero no pudiste.
Por esas manos llenas de callos
que aguantan gritos, lluvia,
ruido de rebencazo.
Y se dan
a pies que se van.
Por los que nacen bajo tierra
y los que la cabeza entierran
por no traicionar, de las manos, el temblor.
Y por los niños vapor,
de ese único vivir
sin mochilas con las que partir.
Por esos niños desierto,
sin más reparo que estrellas
que ya no pueden mirar
porque todo se lo enterraron
en un patio helado,
entre la chatarra que es reja
y las costillas de una perra vieja.
Y los pies tamborilean,
porque se escuchan
los pasos pesados en la acera,
pisar los charcos, el barro,
patear la medianera.
Porque ya está casi aquí.
Porque es la hora en que llega aquí.
Y las manos de la abuela
no se permiten temblar
y agarran fuerte el borde
de la mesa de metal.
La mochila está vacía.
Los pies sin tamborilear,
porque en algún lugar muere
la capacidad de reaccionar.
Y ahora ya está aquí.
El silencio
está aquí.
Aquí.
(Fotos: Preparando del video)