Cuando llegué a casa, unos amigos estaban en la terraza hablando de un decálogo que habían encontrado por internet llamado ’10 rules for being human’. Aquello desprendía bastante tufillo a autoayuda y yo, que suelo quejarme de lo inútiles que me parecen este tipo de libros, rechazo sistemáticamente cualquier cosa que tenga que ver con ellos.
Te gustará, Laura. Algunas parecen escritas para ti.
Escéptica, me puse a leerlo con atención y constaté que los diez puntos de la lista parecían resumir la mayoría de los conflictos con los que nos encontramos en la vida. Me sorprendió ver lo muy acertados que eran y tuve que reconocer que estaba llena de prejuicios cuando se trataba de determinado tipo de libros. Me quedé con dos reglas, con la cuarta y la sexta.
Rule Four – The lesson is repeated until learned.
Lessons will be repeated to you in various forms until you have learned them. When you have learned them, you can go on to the next lesson.
Rule Six – «There» is no better than «here».
When your «there» has become «here» you will simply obtain another «there» that will look better to you than your present «here».
Me quedé embobada con la cuarta: la lección se repite hasta que se aprende. Es decir: que te ponen la piedra para que tropieces una y otra vez, y solo desaparece cuando ya no vas a tropezar. Reconozco que me sentí interiormente reconfortada al saber que ahí fuera había otros tantos como yo pidiéndose continuamente una ronda de los-mismos-fracasos-de-siempre time after time.
Pero sobre todo fue la sexta la que me atrapó: la del aquí y el allí. «Allí» no es mejor que «aquí». Siempre idealizamos el allí porque el allí aún no somos nosotros. Es lo que pensamos que seremos, una mera proyección que nos hace más llevadero el aquí. El allí son muchas cosas: las ciudades que no habitamos, los trabajos que no tenemos, las vacaciones que no hicimos, el próximo fin de semana, mañana. No importa. Somos nosotros en una situación mejor que la de aquí y ahora. El allí es la meta que cuando llega se transforma de nuevo en aquí. Idealizar es fácil. Lo que es más difícil es el aquí. A veces nos pasamos el 40% del aquí soñando con el allí y como resultado, la vida pasa y no estamos contentos ni aquí ni allí. Porque el allí no existe. Cuando llegamos a él ya se ha esfumado.
Me quedé un rato pensativa. Casualmente, en ese preciso momento, una periodista de esas que siempre te descubre cosas interesantes, colgó un artículo que se llamaba ‘Cumplir 60’. En él, el periodista Pedro G. Cuartango contaba lo que había supuesto para él llegar a los sesenta. Se quejaba sobre todo de una cosa: de la velocidad a la que se le habían escurrido los días. La existencia había transcurrido demasiado deprisa y los años no habían sido garantía de entendimiento: “Cuando intentamos comprender o analizar lo que hemos vivido, el presente se ha esfumado y forma ya parte de un pasado irrecuperable. Siempre es demasiado tarde.” El artículo, que trasluce cierto pesimismo vital, transmite un mensaje claro: cuando comprendes de qué va, te estas acercando al fin y el tiempo no vuelve.
De niña, mi abuelo me repetía siempre una cosa: “El tiempo es oro y quien lo pierde es un bobo”. A mí, aquella cantinela me parecía insufrible. Sobre todo porque no sabía qué era el tiempo ni me interesaba lo más mínimo averiguarlo. Pero hoy he recordado la cantinela y a mi abuelo. El tiempo es oro y ahora entiendo por qué: porque no vuelve. El artículo de Cuartango me ha llevado también a esa frase de John Lennon que ilustra tantas postales y camisetas, la de que la vida es aquello que pasa mientras haces otros planes. Así es: la vida es lo que pasa cuando te instalas en el allí que pronto llegará, cuando brindas por las ciudades en las que sueñas vivir en lugar de hundir los pies en la arena de la playa de donde vives. Cuartango tiene toda la razón: la vida es algo muy extraño e incomprensible.