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Frontera DigitalAquiles. Más que un mito

Aquiles. Más que un mito


  1. Homero

Participas de un doble destino en la vida, uno sombrío/privado de los dos soles, y otro equiparable a los inmortales/ tanto vivo como muerto: muerto aún más eterno”.

– Antología Palatina, XIV, 66.

Como bien señala Montaigne, Homero fue “maestro competente en todas las artes, en todas las obras y en todos los oficios”. Su obra titánica le confirió un lugar único en la historia, le convirtió enel primero y el último poeta” (Montaigne), en “el más grande y divino de todos” (Sócrates), en el sabio que “no habiendo tenido a nadie a quien poder seguir, tampoco encontró ninguno que imitarle pudiera después” (Aristóteles). Eso es Homero: el poeta de “aladas palabras”, el gran educador del que se nutre el mundo griego y, por tanto, toda la civilización occidental.

Homero es el primer poeta de Occidente. Fue la Ilíada —compuesta en el s.VIII a.C. y formada por unos quince mil setecientos versos— la obra que dio comienzo a la literatura griega. Sus dos obras fueron los grandes referentes en la educación de los griegos.  Los niños aprendían la Ilíada y la Odisea y podían recitar sus pasajes de memoria. Resulta curioso que aquello que ha significado tanto para una civilización como la griega, más sabia que la nuestra, tenga tan poco valor para nosotros. Olvidar a Homero, como a la filosofía, la literatura o el arte, es acabar con lo que somos y, a su manera, volver a la barbarie. Gran peligro y desgracia a la que se ve abocada desde hace tiempo Occidente.

La epopeya no es solo un poema épico en la que se relatan las hazañas de un héroe. Es más que eso. Es un espejo de la condición humana y de la realidad de la vida, en la que se conjugan el bien y el mal, la nobleza, el honor, la lucha y la muerte. Es, en palabras del gran estudioso Werner Jaeger, “una consideración más profunda de los perfiles íntimos de la vida y sus problemas, que eleva la poesía heroica muy por encima de su esfera originaria y otorga al poeta una posición completamente nueva, una función educadora en el más alto sentido de la palabra”.

Busto de Homero. British Museum.

Pero, ¿quién es este gran educador al que llamamos Homero? Realmente, nadie lo sabe. “Unos dicen que vivió en los tiempos de la guerra de Troya, de la que incluso fue testigo ocular, otros que cien años después de la guerra, y otros, ciento cincuenta años después”, como declara el Pseudo Plutarco. Dada la variedad de relatos, el clásico “unos…otros” persigue a la biografía de Homero. Pseudo Plutarco, en su libro Sobre la vida y poesía de Homero, nos presenta una bella historia sobre el nacimiento del poeta, que el autor atribuye a Éforo de Cime. Cuenta éste que Criteida dio a luz a un niño a orillas del río Melete y que, por esta razón, le bautizó como Melesígenes. Este niño, que después quedó ciego, cambió su nombre por el de Homero, pues “así llamaban los cimeos y los jonios a los ciegos, pues precisaban de homeros”, esto es, de lazarillos”. Se conservan varios bustos en los que los ojos del poeta aparecen vacíos y hundidos, sugiriendo la ceguera. Sin embargo, puede que Homero no fuera realmente ciego, sino que se trate de una alegoría que busca representar que el divino poeta no veía con los ojos, sino con el alma.

 

2. La cólera de Aquiles

La coléra canta, oh diosa, del Pelida Aquiles,/ maldita, que causó a los aqueos incontables dolores,/ precipitó al Hades muchas valientes vidas de héroes y a ellos mismos los hizo presa para los perros/ y para todas las aves —y así se cumplía el plan de Zeus–, / desde que por primera vez se separaron tras haber reñido / el Atrida, soberano de hombres, y Aquiles, de la casta de Zeus”.

Con este grandioso verso comienza la Ilíada, cuyo hilo argumental gira en torno a la ira de Aquiles. Este, cuyo honor ha sido ultrajado por Agamenón, decide retirarse de la batalla, dejando a los troyanos solos frente al peligro. Su decisión acarreará graves consecuencias para los aqueos, entre ellas la muerte de su más querido amigo Patroclo, al que le unía desde niño “un profundo amor” y que desencadenará el episodio final de la gesta homérica.

Pocos conocen la existencia de la Aquileida de Estacio, en la que se relata la infancia y la juventud de Aquiles, cuyo destino, del que “no hay ningún hombre que escape, ni cobarde ni valeroso, desde el mismo día en que ha nacido” (Ilíada, VI, 487-489), es morir en la batalla de Troya tras dar muerte a Héctor. Su madre, la diosa Tetis, trata de evitar el vaticinio, confiando su crianza al centauro Quirón que vive alejado en una cueva. Ya hecho un joven, el centauro aconseja a Tetis llevárselo, pues el precoz vigor de Aquiles “presagia un no sé qué grandioso y sobrepasa sus tiernos años” (Aquileida, I, 150-151).

Una madre sufriente, imagen de todas aquellas que ven a sus hijos abocados al fatal destino de la guerra, viste a su hijo de niña para engañar al rey Licomedes y que éste le acoja como a una más de sus hijas. Sin embargo, lejos de la tranquilidad que rodea la morada del rey, ya se ha perpetrado el rapto de Helena y los guerreros aclaman el nombre de un Aquiles para ellos aún desconocido. Es el astuto Ulises el encargado de frustrar los planes de la madre, pues, sabiendo que el ardiente deseo de guerra corre por las venas del héroe, visita el palacio del rey cargado de regalos, incluyendo entre ellos las armas que arrastrarán al joven al campo de batalla.

El Atrida, al descubrir el destellante escudo, cincelado con imágenes de batallas (…), apoyado sobre la lanza, bramó y torció el gesto, y los cabellos se erizaron despejando su frente; en ninguna parte las consignas de su madre, ningún resquicio al amor oculto: Troya ocupa todo su corazón” (Aquileida, I, 852-857). Y así, empuñando las armas, acaba con los incansables esfuerzos de Tetis, que no conseguirá salvarlo de su destino. Presa de la desesperación, aúlla de dolor: ora veo espadas apuntándome las entrañas, ahora, en mi llanto, amoratarse las manos con los golpes, ora fieras bestias venir a mis pechos” (Aquileida, I, 131-133).

La insistencia de Tetis por ocultar a su hijo y el afán de Ulises por descubrirlo se entrelazan hasta dar lugar a la anagnórisis del joven. Todo el desarrollo de la Aquileida tiende a este momento decisivo en el que Aquiles se convierte en héroe cumpliendo así con su destino.

Aquiles descubierto entre las hijas de Licomedes. Pedro Pablo Rubens, serie de Aquiles. Museo Nacional del Prado.

3. Muerte del héroe

“El robusto Héctor no dará tregua al combate, / hasta que se levante de las naves el velocípedo Pelida / el día en que ellos luchen junto a las popas, / en el más atroz aprieto, en torno del cadáver de Patroclo. Ése es el decreto divino” (Ilíada, VIII, 473-477).

Como afirma Rodríguez Adrados, Homero fue siempre considerado padre de la tragedia, pues ésta es, como señala Jaeger, la heredera integral de la epopeya”. En la Ilíada pueden verse algunos rasgos del héroe trágico, como es su autoafirmación a través de la acción y la lucha con el destino. Su grandeza reside precisamente en esta lucha y en aceptar las graves y dolorosas consecuencias que ésa acarrea. Pero la nobleza de la acción, el honor y la gloria están siempre por encima para el héroe, incluso si alcanzarlas conlleva la muerte. Así es para Aquiles, que escogerá la gloria antes que la vida: “si sigo aquí lucho en torno a la ciudad de los troyanos, se acabó para mí el regreso, pero tendré gloria inconsumible; en cambio, si llego a mi casa, a mi tierra patria, se acabó para mí la gloria, pero mi vida será duradera” (Ilíada, IX, 412-415).

La cólera de Aquiles será la que empujará a Patroclo a la guerra y a su muerte. Vengar la muerte de su tan querido amigo a manos de Héctor será el objetivo final de Aquiles, cumpliendo así con su funesto destino: “«En seguida después del de Héctor tu hado está dispuesto», dice su madre, Tetis; a lo que él contesta: «¡En seguida quede muerto, pues veo que no iba a proteger a mi compañero a la hora de su muerte! (Iliada, XVIII, 96-100).

La muerte de Aquiles, sin embargo, no se relata en la Ilíada, aunque antes de perecer, alcanzado por la lanza del héroe, nos la anuncia Héctor: “cuídate ahora de que no me convierta en motivo de la cólera de los dioses contra ti el día en que Paris y Febo Apolo te hagan perecer, a pesar de tu valor, en las puertas Esceas” (Ilíada, XXII, 358-360). No obstante, sí se hace referencia al arma que acabará con su vida: “perecería por causa de los raudos dardos de Apolo” (Ilíada, XXI, 277-278); “llegará la aurora, el crepúsculo o el mediodía en que alguien me arrebate la vida en la marcial pelea, acertando con una lanza o una flecha” (Ilíada, XXI, 111-113). También lo establece así Ovidio en su Metamorfosis, siguiendo la profecía relatada por Héctor y lo establecido en la Etiópide, en la que se relatan los acontecimientos posteriores a la Ilíada: “cambia la dirección del arco contra aquél y dirige con su diestra portadora de muerte un certero dardo” (Me, XIII, 606-608).

La historia del talón de Aquiles es por todos conocida. Es ahí donde se clavará la flecha que le dará muerte. La leyenda cuenta que cuando Aquiles era apenas un bebé fue sumergido por su madre en el río Estigia, cuyas aguas convertían al mortal en inmortal. Quedó, sin embargo, una parte —por donde ésta le sostenía— sin sumergir: el talón. Es Estacio, y es el suyo el primer testimonio literario, el que relata esta leyenda en la Aquileida (I, 133-140). De ahí surge la expresión “el talón de Aquiles” para hacer referencia a la parte débil o vulnerable de una persona.

Tetis sumergiendo a Aquiles en el Estigia. Pedro Pablo Rubens, serie de Aquiles. Museum Boijmans Van Beuningen.

4. La humanidad del héroe

La Ilíada no es una epopeya típica. Descubrimos en ella algo que, si bien puede pasar desapercibido, resulta novedoso. A lo largo del poema, Aquiles es descrito como un hombre que “solo conoce ferocidades” (XXIV, 41), es “carnicero y traidor” (XXIV, 206) y “ha perdido toda piedad” (XXIV, 44), siendo su cólera la que precisamente da sentido y unidad al poema. Sin embargo, en el canto veinticuatro se opera un cambio que supone una evolución en su personaje; Aquiles atiende a las súplicas del enemigo, de Príamo, padre de Héctor. Este, que acude al campamento griego a recuperar el cadáver de su hijo para poder honrarlo, besa suplicante las manos de Aquiles, “manos terribles y homicidas que a tantos hijos suyos habían matado” (XXIV, 478-479). “¡Acuérdate de tu padre!” (XXIV, 485) le dice, “y ten compasión de mí” (XXIV, 503).

El dolor de Príamo, que le recuerda a su propio padre, hace llorar a un Aquiles hasta entonces impasible. Lo notable de la Ilíada es precisamente esto, que la epopeya no termina con la exaltación de la victoria, sino con una escena de compasión. Esto supone una superación del esquema de héroe antiguo, cuya gloria era alcanzada a expensas del dolor ajeno. La compasión es la gran conquista de Aquiles y la síntesis de la Ilíada. El reconocimiento del otro y, en particular, del enemigo, es lo que lleva al autoconocimiento del héroe.

Así es como Homero mantiene su universalidad en el tiempo, y la razón por la que sus poemas y personajes siguen conmoviéndonos todavía hoy profundamente.

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