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Armonía e invención

 

La de ayer fue una mañana fría y gris en Madrid, como la de hoy, y después vino una tarde luminosa y templada antes de que la noche devolviera el invierno. Estos febreros tardíos son aquellos “períodos de verdadera tristeza en París, porque eran contranaturaleza”, de Hemingway: “En aquellos días, de todos modos, al fin llegaba siempre la primavera, pero era aterrador que por poco nos fallaba”.

 

La Macroeconomía de Rajoy es una falsa primavera y la política del resto del elenco, representado en el hemiciclo (el hemiciclón), como una foto borrosa del Meteosat. Rubalcaba fue el invierno de ‘Las cuatro estaciones’, Largo en el discurso con el violín solista, sostenido por el pizzicato de los grupos minoritarios, y Allegro ma non molto en la réplica: el temblor del cuerpo, el balanceo de cabeza y el movimiento de unas manos en las que sólo faltaba la batuta de Posada, al que ya se le ha puesto el pelo y la mirada de director de orquesta.

 

El presidente del Gobierno pasaba raudo de la primavera al verano, llegando hasta el límite, no más, del otoño por momentos. Comenzó con el canto de los pájaros y el agua de la fuente, y luego la tormenta: una sugerencia, un violín para adelantarse a la canícula: corcheas y semicorcheas, cucos, jilgueros y tórtolas. Clamaba la borrasca a la izquierda: los campesinos que patalean, y vuelta al Allegro del otoño en la tribuna.

 

Se escucharon arpegios de borrachos para los dormidos en la bancada. Rajoy se gustaba en la danza pastoril, pero a la intemperie la climatología es adversa y antaño, no es nuevo, ésta ya trató de inmiscuirse en el concierto de los diputados. El público rodeó el Congreso con sus bastas percusiones igual que la lluvia hizo tac, tac en las alfombras con su instrumento de gotera.

 

Fue más arriba aún de los timbales y trompetas, más arriba aún de donde los espectadores observan y escuchan, y se desnudan y gritan, y muestran carteles y venden camisetas conmemorativas, el techo al que la Guardia Civil disparaba balas y donde los ecologistas quisieron formar parte de la orquesta a través del frontón de la fachada.

 

Hoy éstos la han tomado con los leones, pobres leones que se quedaron de bronce, tratando de adornarlos con guirnaldas y espumillones de Navidad, como si fueran árboles. El tiempo está loco. Se ha visto bajo las columnas la cólera del director igual que un cabreo de Baremboim dulcificado en una ironía de Mehta; pero este recital ya se ha acabado, cuatro conciertos para violín y orquesta que Vivaldi incluyó en un conjunto de doce titulado: “La terrible experiencia de la armonía y la invención”.

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