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Arquitectura amistad


Quiero que mi mejor amigo sea arquitecto y me explique cómo tiene una idea y logra ponerla en pie: cómo poco a poco la construcción va logrando que el pensamiento sirva y quede edificado.

Ayer, mi mejor amigo, que es arquitecto y se llama Juan, me dijo que dentro de un mes empezará a aparecer lo que ha diseñado durante meses.

Es una casa en la que vamos a vivir los dos.

Aunque el espacio ya está hecho: vamos a modificarlo para lo que hemos creado juntos.

Es, como dice él, una casa reconstruida, antes fue un almacén de heno, tejas, ladrillos y cerámicas.

Tendrá un ventanal por donde entre la luz de noche, placas solares para la energía de la cocina y el total, unos comederos y bebederos para los pájaros y los grajos, dos habitaciones al sur donde dormir de día, un salón donde dialogar, un camino abierto al anochecer para introducirnos en el exterior, una colina donde subirnos y observar nuestra casa (que antes tuvo otra utilidad, pero que ahora es para nosotros, porque la hemos transformado) desde lo alto.

Allí arriba nos quedaremos, llevaremos dos cojines hechos de trapos para sentarnos, observaremos las luces y las sombras creadas por la luna y la farola de color anaranjado. Miraremos nuestra casa y su interior: arquitectura y amistad lograda que nos hace mirar de nuevo, esperar, vaciar los vasos de agua del grifo, querer volver allí.

Él me dirá: –Quisiera que mi mejor amigo pudiera dibujar y se llamase Julián.

–¿Y qué podría dibujar?

–Puede dibujar nuestra casa dada la vuelta, sostenida en vilo sobre el farolillo, como aquel que dibujaba las catedrales, torres o el Walden 68 de Bofill del revés, apoyados sobre un palillito de madera, para poder ver la otra cara del suelo.

–Así.

–Y podríamos colocar el dibujo acabado dentro de la casa, a la entrada, donde dejamos los abrigos colgados, al lado de la percha hecha de una rama de encina.



Igual que en cueva o castillo mágico
todo iba a cambiar en aquel sitio,
todo iba a cambiar porque en el sueño
las cosas imposibles ocurren fácilmente.

José Agustín G.

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