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Mientras tantoArrebato peliculero

Arrebato peliculero


En el zaguán del Colegio de Abogados, fumo mientras espero. Apoyado en el quicio de la puerta y liberado del paraguas, que afortunadamente encaja en el pomo del portón, disfruto de la lluvia. La gente cruza, entre corriendo y saltando, el plano de calle que observo. Pequeños riachuelos arrastran hojas y polvo.

Podría haber elegido otro día para hacer mi recado; informándome un poco, habría evitado que mi visita coincidiera con una reunión de decanos de toda España. Pero solo he tenido en cuenta mi agenda, y no mi don para la idoneidad. Aun así, solo tengo que esperar un rato para poder irme con todo cerrado. Mientras tanto, fumo, que no está mal.

Dentro y fuera la gente se mueve deprisa; yo estoy solo y quieto a medio camino. Pero, a las pocas caladas, un señor accede al zaguán desde el interior y se sitúa a mi lado. «Vuelve a llover», dice, y se enciende un cigarro. «Y justo ha empezado cuando venía de camino, como de costumbre», respondo. El tipo sonríe. «Eso nunca falla», confirma, y retomamos el silencio.

Bocanadas de humo, lluvia y viento. «Aunque, a cubierto, la lluvia es una maravilla», me dice. Ha retomado la conversación cuando ya parecía terminada. Espaciar tanto las intervenciones le da un aire de película al momento, y me apetece jugar, así que dejo pasar unos segundos más de la cuenta. Finalmente, apunto: «Y mucho mejor después de haberla sufrido». Él asiente sin dejar de mirar la lluvia.

Lo más probable es que sea decano de algún colegio de abogados. Aunque no tiene pinta de decano; es decir, no tiene más papada que frente. Rondará los sesenta. La lluvia aprieta, y el viento. Al señor le apetece hablar: «Debes llevar poco tiempo ejerciendo, ¿no?», me pregunta, y le respondo que algo más de seis años. «Acabas de empezar. Todavía eres un chaval», sentencia.

De nuevo, el silencio. Hasta que Paco, de administración, entra en el zaguán: «Aquí tienes. Ya está firmado», me dice, entregándome el sobre que esperaba. Se lo agradezco y, antes de salir, me despido del posible decano sin aspecto de decano: «Me marcho ya. Encantado». Entonces me pregunta si no voy a esperar a que escampe. «Llueve sobre mojado», le digo más en broma que dramatizando, y se ríe. «Bueno, pues encantado. Y suerte en la profesión».

Me lanzo a la calle con mi paraguas minúsculo, buscando soportales bajo los que cobijarme. Y me entra la risa. Podría haberme extendido, podría haberle comentado al tipo mi situación profesional. Pero para qué. ¿Para qué decirle que acababa de recoger mi certificado de baja en el Colegio de Abogados?

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