Yo, Juan Tomás Ávila Laurel, nacido en 1966, con el documento de identidad número… ¿A que están atentos por leer mi número? Pues sí, es guineano mi documento. Este hecho de que soy de Guinea Ecuatorial, este país que no es república, ni siquiera en los sueños más optimistas de los que aquí malgastan el dinero y cometen fechorías para seguir malgastando y sin que nadie les diga nada, es el que dirige mis coordenadas vitales. Llevo años hablando de lo mal que íbamos, y no solamente señalé imperfecciones y otras cosas mal hechas, sino que escribí un libo, ingenuo de mí, al que titulé Cómo convertir este país en un paraíso. Sabía, sí, que había dinero en Guinea, que podíamos usarlo bien para ir saliendo de nuestro atraso, y sabíamos que Sí podemos. Pero los que mandan, y porque quieren seguir delinquiendo lindamente, no quieren. Y tienen, además, amigos potentes que les apoyan con mentiras contadas como confidencias.
Y como seguimos yendo así, pregunté por si no había mayores en este país. ¿Cómo es que no hay mayores que dijeran a los niños que mandan, si es que son unos niños, y por los resultados se ven que actúan como tales, que van muy, pero que muy mal? Incluso he llegado a la conclusión de que podrían seguir bailando para los que mandan, pero decir al menos una vez al año que no vamos bien. O sea, reconocer que nadan a brazo contrahecho en las aguas dictatoriales, pero que la mitad de lo que cantan es mentira. No lo hacen. Es este hecho el que les señala como culpables de muchas cosas malas que pasan en Guinea Ecuatorial y también en otros sitios donde ondea la bandera de cuatro colores que a veces representa a los guineanos.
Cuando fui a hacer o a renovar mi documento de identidad, documento cutre donde los haya, no me dijeron que como guineano que era no podía hacer o decir según qué cosas. Tampoco me dieron un ejemplar de eso que llaman aquí eufemísticamente Carta de Akonibe. Y creo que a todo guineano se le debe proveer de un ejemplar de la constitución de su país, para que en ella lea esto de «todo guineano tiene derecho a…». Derecho. Sería un ejemplar útil para aleccionar a los elementos armados que meten sus narices de pólvora en todo, y siempre con la intención de acabar sus manos en los bolsillos de otros ciudadanos.
Pero para que cualquier guineano pudiera leer la constitución, tiene que ser asistido de otro derecho importante, el de saber leer, y con el dinero salido de las arcas del estado, y no administradas precisamente por ningún sobrino con derecho a meterle mano. Si leen de arriba abajo la carta esa de Akonibe, verán que todo ciudadano, y no súbdito, tiene derecho a emitir opiniones sobre los que mandan, y también tienen derecho a elegir y a ser elegido. No citaremos ahora los artículos que lo dicen, pero están ahí, con letra clara.
Escribo ahora en primera persona porque he leído y me han comentado sobre una decisión «valiente» relacionada con mi vida y con los últimos hechos de ella. Y por esto hablé de mi documento de identidad, para que supieran mi edad, y más abajo, de los mayores. Y termino diciendo que no hacer lo que hice es dejar de cumplir una obligación o renunciar a un derecho. Como sabrán bien, hacer lo uno o lo otro, con el riesgo que sea, no es propio de personas adultas. Además, con esta actitud empeoramos tristemente nuestra existencia. Pero ya saben, cuando todos se callan y sólo exigen sus derechos unos poquitos, el resto piensa en las tumbas abiertas que han sido cavadas de antemano, mientras disimulan su tristeza hablando de un hecho heroico que todavía no ha tenido lugar.
Si leen en cualquier diccionario bueno la definición de persona, y en todas las lenguas en las que pueden leer los libros, verán que es una entidad que está más allá de ser un simple ser vivo. Ser una persona, pues, no es cualquier cosa. Ser un guineano, y por lo que nos toca, tampoco.
Malabo, 25 de febrero de 2013