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Arte tóxico

Ai Weiwei at Tate Modern

 

La revista Art Review acaba de publicar su lista de las 100 figuras más poderosas del mundo del arte. Al margen del significado de poderoso y del ambiguo sentido de los rankings artísticos, es destacable que en la edición de este año ocupe un puesto curiosamente alto –el trece- el artista chino Ai Weiwei, al que tuvimos ocasión de conocer más a fondo el año pasado en el espacio Ivory Press de Madrid, durante la que fue su primera exposición en España. Weiwei, hijo de un poeta que fue perseguido político, es, además de un artista clave en el activismo aperturista chino, el último creador elegido por la Tate Modern de Londres para intervenir su mítica Sala de Turbinas, una de las mecas expositivas de cualquier artista contemporáneo.

 

Reconozco que me interesa mucho el discurso de Weiwei, pero muy poco la forma en que lo traslada a su obra. Sin embargo, encuentro la pieza de la Tate tremendamente atractiva, uno de esos trabajos en los que forma y contenido, visualidad y concepto, se confabulan de forma brillante. La intervención, inaugurada el pasado 12 de octubre, consiste en cubrir el suelo de la enorme sala con cien millones de pipas de girasol falsas, hechas de porcelana china y pintadas a mano, e invitar al público a caminar sobre ellas, pasear, sentarse, tocarlas.

 

La obra, producida enteramente en China, reflexiona sobre aspectos sociales, políticos e históricos de la vida en ese país (explicados por el propio artista en la web de la galería, donde incluso pueden ver un video sobre el proceso de producción).

 

Sin embargo, lo más interesantede este trabajo ha ocurrido de forma imprevista a los tres días de inaugurarse. El pasado viernes, la dirección de la Tate Modern decidió prohibir al público caminar sobre las pipas de porcelana, ante los indicios de toxicidad del polvo generado al pisarlas. Algunos opinan que es tan sólo una excusa para evitar que la gente pueda robarlas a puñados (dada la cotización del autor, casi equivalen a pepitas de oro)

 

Lo que ha surgido como un inesperado contratiempo es, en el fondo, la guinda de la muestra, la cuadratura del círculo, uno de esos regalos del azar que las grandes obras de arte convocan al entrar en fricción con la vida. Con este suceso, la obra adquiere nuevos significados  –quizás opuestos a los pretendidos por su autor– y se convierte en la entrada a un laberinto hermenéutico donde no sólo caben interpretaciones como el poder de la vida sobre el arte, la venganza diferida o el miedo ruin al expolio-de-lo-expoliado, sino también infinidad de nuevos itinerarios a nuestra disposición. Juguemos a inventarlos. Yo, por ejemplo, imagino a Santiago Sierra contratando a los propios artesanos que fabricaron las pipas para tenerlos caminando sobre ellas los seis meses que dura la exposición. A Sierra le gustaría el hecho de que los trabajadores pudieran robar las piezas mientras se intoxican. ¿Alguna idea más?

 

 

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