Maletas llenas, muchas. Es Iberia, Ceiba, posiblemente. Las colas larguísimas. Ni la hora de facturación recuerdan los ecuató. Las maletas, ¡son tantas por persona!, lo que llevarán… Antes cargaban con mesa mot o Gabón, el bolso de los ecuató, de extensión desmedida y vergüenza fácil. Parecían las chanclas de un dedo de fabricación ¿nigeriana? ¿Camerunesa? De esquina en rincón se desgajaban inexplicablemente. Sin más, las lámparas de bosque, los cigarrillos, las bragas y los calzoncillos, nilón de pescar, azúcar, etcétera, bailaban en las manos con desmoralización y al contado. Un comentario antipatriótico suena sin voz. De la hora de facturación no, los ecuató, ninguna, llegan tarde a todas partes, de esta gente solo queda rezar, memorias de algún diplomático español. Es Madrid, el Aeropuerto de Barajas Adolfo Suarez recibe al año millones de visitas. Tú y yo, la patria profunda, representamos una excepción.
Apátridas y a la vez estudiantes sin beca, y de habla castellana, me importunan en las escaleras mecánicas y ascensores rueda de plástico en mano. Así pagamos los estudios, insisten. El servicio de embalaje o juego de envolver maletas con plástico fuerte tipo condón de látex, es nuestra identidad en el Aeropuerto de Barajas Adolfo Suarez. Las personas viajando, miran asombradas. Otras se preguntan el país de destino. Nadie objeta. El robo aguarda. Las miradas hablan, se ríen y lloran. El fang y el pidjin english se escuchan entre risas y charlas casi de la aldea. Nadie escucha más que al siguiente de la cola. Una mujer pide ayuda. Le sobra una maleta. Un hombre pide ayuda. Le sobra una maleta. Tienen que encasquetársela a alguien por solidaridad cristiana que por aquí, desconozco si queda, en Guinea, tampoco. Otra compatriota llora el destino de su pasaporte olvidado en la agencia de envíos y recibos de dinero. Un joven le llora a su madre muerta de brujería.
Una familia acompaña a una muchacha veinteañera, estudiante de derecho que tras cinco años vuelve a sus orígenes con indicaciones concisas: aprende a callarte en Malabo, esto no es Madrid. Tú no eres el problema, las ideas revolucionarias que tienes en la cabeza y la lengua tuya, casi siempre suelta, sí. Y camina como una chica normal. Cambia estas pintas de Pablo Iglesias, el líder de Podemos, este fumeta que no mide las consecuencias de sus actos. De regreso a Madrid cambias de carrera. Estudiarás matemáticas. Para callarte del todo en alguna oficina. La muchacha ni escucha. Esta fascinada por el WhatsApp.
Las luces están encendidas, los policías desnudan con el escáner a todo viviente. Me toca la mala suerte. Llevo algo prohibido. Tres veces me examinan. Anda conmigo algo raro. No tiene nombre. Minutos después la Guardia Civil me lleva a una oficina que recuerda la herencia Española a Guinea. Todo en su sitio. Todo fuera de sitio. Yo en ningún sitio. Una policía, a la que mandan llamar, toca todas mis partes, las manos cubiertas de yo que sé. Soy para ella una máquina, ni si quiera me mira a los ojos, habría recibido una paliza, mezcla de herencia bantú y Lazarillo de Tormes a través de mi mirada. Se va.
Toman mis datos en constante distracción. Se creen que soy estúpida. Qué va a saber una negra. Me registran en un ordenador antiquísimo. Cuál es mi profesión, mi religión, con quiénes ando. Al menos aquí puedo hablar, pronto se me arranca el derecho a la libertad de expresión. No me extraña, la patria profunda. La última vez que salí de marcha. Me cago en vuestros muertos, esa agresión a mis derechos la voy a documentar, les amenazo. Todo ha salido bien, dicen al final, estás limpia. ¿De qué? Sustancias… Me he puesto alguna crema antes de viajar con composición de… hablan entre ellos. Pregunto por el listado de cremas de uso prohibido en caso de viaje, no contestan. Me miran, la memoria viaja a mi patria profunda, a los guardianes del orden que presumen de saberlo todo. Yo me lo creo todo. No me queda otra opción.
Soy ecuató, estoy aquí de compras, PRIMARK, centro comercial de ropa procedente del Tercer Mundo me conoce ya. Eso sí. No traigo el bolso de los ecuató sino maletas chinas de arranque inmediato. De mí solo queda rezar. Lo he comprado todo para la familia. Me recibirán al llegar como a un líder oriundo de la zona geopolítica B con víveres. Saludos. Hola Adolfo Suarez. Me voy, allí te quedas con tu organización de rentabilidad. Me imagino lo bien que el dinero público se recupera con el negocio… instalaciones de dinero. Podríamos copiar para nuestra inversión pública ¿no? Hasta el camino a tomar el avión pasa por perfumerías, cafeterías, librerías, farmacias. El dinero público se invierte, no se gasta. Una mujer trae a un niño de cuatro años. Quiere que alguien le lleve como un recado de panes de mantequilla hasta Guinea. La gente mira. Un hombre mayor se ofrece. Asientos, es hora de volar. El avión no ha llegado al aeropuerto de Barajas Adolfo Suarez procedente de Guinea. Las compañías de otros países vienen, se van. La población guineoecuatoriana mira, se calla y murmura. Toca esperar. Los personajes de la patria profunda aquí son personas pero no llevan bolsos de los ecuató. Yo entre manos, maletas chinas embaladas, miembro de la patria profunda, imagen de una guineoecuatoriana en el Aeropuerto de Barajas Adolfo Suarez.
Trifonia Melibea Obono (Afaetom, Evineyong, Guinea Ecuatorial, 1982) es periodista y politóloga, docente e investigadora sobre temas de mujer y género en África. Licenciada en Ciencias Políticas y Periodismo por la Universidad de Murcia y Máster en Cooperación Internacional y Desarrollo en la misma universidad. Es docente en la Facultad de Letras y Ciencias Sociales de la UNGE (Universidad Nacional de Guinea Ecuatorial) de Malabo desde 2013. También forma parte del equipo del Centro de Estudios Afro-Hispánicos (CEAH) de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Ha sido incluida en Voces femeninas de Guinea Ecuatorial. Una antología, editada por Remei Sipi, y es autora de las novelas Herencia de bindendee y La bastarda.