Nota para el lector
Las palabras que encontrarás a continuación fueron escritas a propósito de mi intervención el pasado 12 de julio en el Museo Nacional del Prado durante la presentación de Llegó el chacal, la autobiografía de Farideh Lashai, artista cuyo trabajo se presentó el pasado mes de mayo como obra invitada en un proyecto patrocinado por la Fundación Amigos del Museo del Prado y comisariado por Ana Martínez de Aguilar. Este escrito recoge una conversación desde mi pensamiento artístico con la mirada poética de Farideh Lashai en diálogo a su vez con Francisco de Goya.
Las palabras que encontrarás a continuación fueron escritas para ser leídas lentamente en sottovoce.
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Hermanos que se devoran
y aquella pequeña acacia blanca del patio
En el discurrir de tiempos sombríos, desdichados encuentros de la discordia y el desprecio, en tiempos de apocalipsis, en tiempos de la sinrazón de la guerra, cuando todas las banderas, una tras otra, van cayendo, yo desearía preguntar: ¿a qué aferrarse? ¿Sería una gran osadía pensar que solo nos queda la poesía? Aquella poesía que trasciende los tiempos y las fronteras: tenaz búsqueda de luz, de belleza y de verdad en uno mismo. Cuando las ideologías se extienden hacia los extremos de la sinrazón, cuando las ideologías se convierten en nuestras jaulas de oro, ¿sería una osadía buscar luz en el arte?
La obra de Farideh nos habla de historias de décadas de puertas atrancadas. Historias de hermanos que se devoran, con razón o sin ella, como reclama Francisco de Goya súbitamente tras el desaliento de Tristes presentimientos de lo que ha de acontecer, el pórtico de los Desastres de la guerra. ¡Cuán presto llegó el terror! ¡Qué tristes presentimientos! El artista observa con profunda tristeza nuestras historias de puertas atrancadas y hermanos en duelo de garrotazos. Hermanos en duelo. Hermanos. En este escenario de desolación, yo desearía preguntar: ¿a qué aferrarse?
Entre finales del siglo X y comienzos del XI escribe el poeta persa Ferdosi las historias de Shahnameh, el libro de los reyes. En días del exilio en Estados Unidos Farideh cuenta a su pequeña hija los cuentos de Rostam, el aguerrido héroe del libro de Ferdosi. “¿Quién mató a Rostam?”, pregunta la hija de Farideh. ¿Fueron las fieras o los leones? ¿Alguna criatura demoníaca con rostro de hada? “No, hija mía” –responde Farideh (…)– “Lo mató su hermano.”
A la sombra de las Luces. Me encuentro con las palabras de Tzvetan Tódorov en mis manos. “¿Para qué convocar al diablo cuando los hombres actúan de manera diabólica?”. En los Desastres de la guerra sostiene que Goya ya no necesitará recurrir a seres endemoniados, a dibujar aquel mundo de brujos para representar las profundidades de los delirios del ser humano. Hace ya tiempo que los hombres se convirtieron en demonios. El artista observa con profunda tristeza. ¿Qué otra cosa podía Goya hacer que crear los Desastres?
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Son noches de explosiones en Teherán. Corazones atemorizados. Sirenas y sótanos. Recuerdo las sirenas y nuestro sótano. 1985. Últimos días del invierno. Nuestras madres nos han contado. La mía me cuenta aún, como Farideh cuenta en su texto. Bombardeos nocturnos. Se encuentran en un jardín entre árboles centenarios. Recitan poesía. Versos de los poetas místicos de la tierra de Irán, Hafez, Rumi, Saadi y Ferdosi, nuestro amado Ferdosi. Es ésta la profunda relación del pueblo iraní con sus poetas.
Bombardeos y recitales.
En aquellas noches mi madre dio a luz bajo explosiones a la menor de las hermanas. El hospital en penumbra y largos tiempos aguardando. Nuestras madres se aferraron a la luz. Una, Farideh, en busca de luz recitando versos en repetición cual oraciones, otra dando a luz en toda su dimensión física y existencial.
Ella me contaba historias de gentes del sur que abandonaron sus tierras para caminar hasta la capital. Descalzas, recordaré la voz de mi madre mientras viva. Pero ahora es nuestro turno. El cielo de Teherán se cubre del color de azabache. Han muerto un centenar de niños celebrando un cumpleaños, me contaste. Su voz aún temblorosa por la tristeza me recuerda la muerte en aquellos años. Bombardeos y recitales. Bombardeos y nuevas vidas. ¿Cómo no buscar luz en tiempos entenebrecidos?
Bertolt Brecht riega aquella pequeña acacia blanca del patio todos los días. Y Farideh, ¿qué escribe Farideh?
Sus palabras están escritas en una lengua donde la delicadeza y la profundidad se encuentran generando belleza con silencios, ritmos y pesos de centurias. Su prosa poética es una apenada danza entre historias de fusilamientos y jardines de naranjos, entre las visitas de su amiga Lili a la cárcel donde ella se encuentra y el sonido del paso del agua por callejuelas donde aguardan solitarios sauces enajenados. La poética de Farideh Lashai proviene sin lugar a duda de su ser iraní, de una mirada desdoblada inherente a una cultura rebosante de fábulas y leyendas mitológicas, de una pasión por el lenguaje y por la oralidad, de la tierra de las acequias, de los cipreses, los jardines de lilas y granados, y de la eterna sombra de nuestros aduaneros.
Farideh se abraza a Brecht. En él encuentra dos compañeros de pensamiento: duda e incertidumbre ante ideologías absolutistas de compañeros y parientes. Farideh no aboga por heroísmos, aquí no hay medallas, solo la dignidad que otorga a cada una de las mujeres y hombres que ocupan los espacios de su vida y de sus recuerdos. Al igual que Francisco de Goya no crea un espectáculo heroico de los horrores inmundos que conoce de primera mano.
¿Cuál es la voz del artista en tiempos de oscuridad? Yo desearía separarla de la del activista y del político, como hace Todorov con Goya: “El artista por una parte es un ciudadano como los demás, y sus actos se juzgarán en función de las leyes y normas de su tiempo, pero por otra parte está comprometido en una búsqueda cuyo objetivo último es una verdad intemporal y cuyos resultados se dirigen ya no a sus compatriotas sino a la humanidad”.
La obra de Farideh que se expone en el Museo del Prado es terrorífica en toda su dimensión humana, sobrecogedora, empero, por su belleza y poesía. La fragmentación a la que Farideh Lashai somete la obra de Francisco de Goya se dirige a nosotros. ¡Volved la cara!¡Abrid los ojos! Ora con otras cadencias, quizás al ritmo de los versos de los sabios poetas de la tierra iraní, Farideh nos reclama mirar –y no de soslayo– las aterradoras imágenes que dibujó Goya. Imágenes que nos recuerdan los estragos de nuestra memoria y sin ir lejos, de nuestro Hoy.
Cuando cuento estás solo tú… pero cuando miro hay solo una sombra. Veo una luz errante y las estampas de los Desastres. ¡Son instantes terroríficos! Aquellos instantes de verdad de Hannah Arendt. Instantes arrebatados del horror para nuestra memoria. Hermanos sin rostro, hermanos devorándose con furor. Yermos paisajes preñados de terror. Árboles aguzados, árboles patíbulo. Estampa a estampa, leyenda a leyenda, muy atentamente sigo a Francisco de Goya: No se puede saber por qué, Esto es peor, ¿Qué hay que hacer más? ¿Porqué? La luz errante de Farideh avanza sobre las estampas. Él nos habla, le sigo, nuevamente, estampa a estampa, leyenda a leyenda: ¿Qué alboroto es éste? Yo lo vi, y esto también…
La voz del artista es otra que la del político. ¡Es otra la voz del poeta!
¡Volved la cara! ¡Abrid los ojos!
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La luz errante de Farideh y tras ella el punzante silencio del terror o en nuestro caso, por fortuna, la reflexión. Y con ella me voy a equipar de una lámpara, de la luz de un fanal, para finalizar estas reflexiones compartidas. De ahí que retorno al inicio: En tiempos sombríos: ¿Sería una osadía buscar luz en la poesía? En tiempos sombríos: ¿Sería una osadía buscar luz desde el arte? Farideh Lashai y Francisco de Goya, sin duda, habitaron así nuestra tierra con su tenaz búsqueda de luz y de verdad desde los abismos del ser humano.
Y para terminar rescataré del texto de Farideh un poema de Ferdosi donde Rudabeh, la madre del héroe Rostam, nos canta:
ندانند اهريمنانند پسر
كه بي داد را باد آرد خبر
نهم مجمری بر رف شامگاه
شكافم دل تيره گی را به راه
خراشم به ناخن تن خاك سرد
بر آرم از اين گنج ديرينه گرد
برون آورم پوره ی پاك را
پراكنده سازم به كس خاك را
Son demonios y no lo saben, hijo mío,
El viento la noticia de la injusticia traerá
Un incensario en el nicho de la tarde colocaré
El corazón de las tinieblas agrietaré
Con mis uñas el cuerpo frío de la tierra desgarraré
De este antiguo tesoro el polvo limpiaré
A mi hijo del corazón de la tierra sacaré
Shirin Salehi (Teherán, Irán, 1982) reside y trabaja en España desde 1999. Artista visual, investigadora y docente, ha recibido premios de residencia artística por la Casa de Velázquez (Académie de France à Madrid), Il Bisonte Fondazione (Florencia) y la Fundação Bienal de Cerveira (Portugal) y de formación por la Fundació Pilar i Joan Miró (Mallorca) y por el Centro Internacional de la Estampa Contemporánea (La Coruña). Su trabajo ha recibido, entre otros reconocimientos, el primer premio al libro de artista de la Fundación Ankaria (Madrid, 2015), el premio especial Combat Prize (Livorno, Italia, 2015), y recientemente el segundo premio en el Premio Internacional de Arte Gráfico Carmen Arozena (Madrid, 2017). Ha participado en exposiciones en galerías, ferias e instituciones públicas y privadas en Europa desde 2009. Máster en Investigación en Arte y Creación por la facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense, a su término publicó (velado): manifiesto de una artista en tiempos de ruido (2016).