A mí padre, Joaquín, que aguantó el bombardeo del avión al que llamaban El Negus sobre Aranda de Duero, destruyendo su casa pero salvando la vida in extremis. Su gato Juanito no corrió tanta suerte.
El 25 de mayo de 1937, Wolfram von Richthofen, el jefe del Estado Mayor de la Legión Cóndor, diseñador del bombardeo de Guernica, confesaba en su diario, escondido en su habitación del Hotel Frontón de Vitoria y rehuyendo el contacto con la gente: “…en Guernica me conduje de forma muy maleducada”. Había sido revoltoso, y la opinión mundial estaba indignada. El alemán dejó su diario y se puso a leer el libro que tenía siempre sobre su mesita de noche, El dominio del aire, de Giulio Douhet, donde el general italiano teorizaba sobre algo que ya se había observado en las ciudades del este del Reino Unido con el bombardeo de zepelines alemanes sobre la población civil; en Abisinia, por parte de los italianos, y en Irak y Afganistán, donde la RAF intentaba conservar su imperio a golpe de bombas con el beneplácito de Winston Churchill. O en El Rif, en su guerra colonial contra España, y unos meses antes de Guernica en el Madrid de noviembre de 1936; que la población civil había dejado de ser la retaguardia tranquila de nuestros antepasados para convertirse en objetivo militar donde machacar sus industrias, a sus trabajadores y quebrar la moral de los ciudadanos podía llevar a la victoria o a la mesa de negociaciones.
Los golpistas estaban intentando conquistar Vizcaya, la campaña había comenzado el 31 de marzo, y se estaba haciendo larga. Los alemanes y los italianos echaban la culpa a los españoles por su lentitud, por la burocratización en el mando y por no ocupar inmediatamente con la infantería el terreno que liberaban sus tremendos bombardeos. Solo los moros salían con temeridad de sus trincheras, pero el terreno, la orografía, el mal tiempo y la resistencia de los batallones vascos, santanderinos y asturianos hacía que muchas jornadas el terreno conquistado se midiese solo en unos cientos de metros.
Los pilotos alemanes Rudolf von Moreau y Max von Hoyos, buenos amigos, se pasaron gran parte del mes de julio de 1936 cruzando el estrecho de Gibraltar y llevando a Sevilla moros y legionarios a bordo de sus Junkers-52, un avión al que, según Hitler, Franco debería haber hecho un monumento por su ayuda en aquel primer puente aéreo militar de la historia. Von Moreau, gran piloto y bastante temerario, había lanzado víveres sobre el Alcázar de Toledo volando a solo ciento cincuenta metros sobre el edificio y provocando el pasmo de los milicianos que lo cercaban. En noviembre de 1936, la formación de La Legión Cóndor ya era un hecho y junto con las fuerzas aéreas del general Franco, y su artillería, comenzaron un bombardeo de la capital de España que duraría semanas. Era solo el principio. Pero a pesar de las cuatro batallas que los rebeldes desarrollaron en torno a Madrid para conquistar la capital y finalizar la guerra, todo había sido en vano. A Mola le habían frenado en la sierra y a Franco, las batallas de la Casa de Campo y Ciudad Universitaria, en la carretera de La Coruña, en el Jarama y para terminar, la derrota de los italianos en Guadalajara le habían dejado en dique seco.
El coronel Vigón, Kindelán y el Estado Mayor alemán convencieron a Franco para que se desviase hacia la cornisa cantábrica, rica en industria y minerales, donde Bilbao, Santander y Asturias permanecían leales a la República. Los italianos querían rehabilitar su nombre después de la derrota en Guadalajara y los alemanes van a demostrar de lo que son capaces sus fuerzas aéreas, y desean ocupar en España el puesto de potencia preferente que hasta ahora esgrimía el Reino Unido. Sus Junkers-52 y sus Heinkel-51 habían demostrado en la batalla del Jarama que se habían quedado obsoletos ante los cazas soviéticos I-15 e I-16, Chatos y Moscas, pero en el norte no van a tener oposición en el aire. Pasar aviones desde Madrid a Vizcaya supone para la aviación republicana atravesar territorio comanche y llegar muy justos de combustible. Por otra parte, la No Intervención va a evitar en dos ocasiones la llegada de aviones republicanos y los enfrentamientos entre Largo Caballero, presidente del Consejo de Ministros, y los comunistas, principales proveedores de armas, y por otra parte también con el ministro de Marina y Aire Indalecio Prieto, de socialismo más centrado, enfrentado al presidente y al que este quiere dejar en mala posición delante de sus paisanos. Estas circunstancias no van a ayudar a la llegada masiva de aviones al frente norte, aunque lo harán a cuentagotas y perdiendo gran cantidad de ellos en aeródromos vascos con escasa defensa antiaérea.
El grupo de militares sobre el que va a recaer la responsabilidad del bombardeo es un grupo en el que la admiración, el desprecio, el respeto y el odio se cruzan transversal y jerárquicamente, en el que la responsabilidad recae sobre todos de forma uniforme. La jerarquía militar no admite agujeros, ni omisiones y menos en tiempo de guerra donde las responsabilidades son máximas y los errores se pagan ante un consejo de guerra. Franco en Salamanca era el máximo responsable en la cadena de mando. Había sido elegido el 1 de octubre por sus propios compañeros de armas, en la misma Salamanca, en la finca de los ganaderos Pérez Tabernero. Después, en la cadena, venía el general Mola, de “agrio carácter y trato difícil”, según el dirigente carlista Fal Conde, jefe del Ejército del Norte. En marzo había elegido como jefe de su Estado Mayor al coronel Juan Vigón. Todo un personaje. Inteligente, astuto, prudente, con gafas que subrayaban una enorme calva, estudioso de la Historia Militar, ingeniero, profesor de la Escuela de Ingenieros de Guadalajara y profesor también en la Escuela Superior de Guerra. Había sido instructor del príncipe Don Juan y era profundamente monárquico, aunque en la posguerra formará parte de ese numeroso grupo de monárquicos admiradores del franquismo. Iba a ser el mejor estratega del bando franquista durante el conflicto. El general Mola hablaba de él como “mis ojos, mi cerebro, mi mano derecha…”. Parece ser que Von Richthofen, que hablaba un español fluido, había observado que tuteaba a Franco, pero con Mola solamente sonreía a las observaciones del general y no se permitía familiaridades. Con Kindelán, general y máximo responsable del Ejército del Aire, había amistad, pero también la distancia de la jerarquía, en las cartas que meses atrás le mandaba Vigón para que convenciera a Franco, al que por carta se dirigía como “el Generalísimo”, para que iniciara la ofensiva del norte, se despedía de él como “Perdona a tú afectísimo y subordinado que te abraza”, o “Manda a tu buen amigo que te abraza”, guardando la jerarquía, ni por asomo parece una persona que se pueda saltar las órdenes y no informar a nadie de sus decisiones.
Guernica no fue un asunto solamente entre él y Von Richthofen, como apuntan los autores de Guernica en llamas, Gordon Thomas y Max Morgan Witts. Richthofen y Vigón, los dos jefes de sus respectivos estados mayores, se llevaban excelentemente; de hecho, era al único español al que el alemán podía soportar y le consideraba “lleno del sentido del deber, fuerza de voluntad, decisión y dedicación”. Lo único que le llevaba por la calle de la amargura era que Vigón respetaba siempre la comida y la misa, momentos en los que el deber quedaba aparcado en el nombre de Dios y de la gastronomía. A Sperrle, Richthofen le parecía un esnob, y a algunos militares alemanes, como al jefe de ala Fuchs, al que el español ignoró en algunas ocasiones, también le parecía Vigón un esnob afectado; quizás por eso, ambos se llevaban tan bien, aparte de ser los dos ingenieros y poder hablar de puentes, carreteras y piezas, en sus momentos de asueto. El general Solchaga, responsable de las operaciones sobre el terreno, autor de aquella frase memorable que resume toda la guerra: “Menos mal que los rojos eran peores”, escribe en sus memorias sobre la responsabilidad del éxito de la campaña de la cornisa cantábrica: “La toma de Bilbao y toda la campaña del Norte se debe al pensamiento mío, al tesón de Vigón y de todo el mando de Navarra (García Valiño, Alonso Vega, Cayuela, Latorre…) y a la temeridad de pedirlo contra viento y marea al Estado Mayor del Generalísimo, que creía que fracasaríamos como en el frente de Madrid”. Solchaga tenía claro de quién era el éxito, pero el general también respetaba la jerarquía y sobre todo al general Mola con el que compartió Alzamiento en Pamplona. Después venía la sección aérea, con la parte española al mando del general Kindelán, el cual se queja en una carta a Franco de que no se le comunican todas las operaciones y de que estas tenían que estar bajo el mando de un español, pero el problema es que no lo estaban. Kindelán había hecho mucho para que Franco estuviera al frente de todo, monárquico visceral, será algo que le pesará durante toda su vida. El jefe máximo del sector aéreo era el general Von Sperrle y justo por debajo, el teniente coronel Von Richthofen, su jefe de Estado Mayor. Franco se hacía la ilusión de que la Legión Cóndor eran sus fuerzas aéreas y no unas fuerzas prestadas y que habría que pagar a precio de oro, como las soviéticas en el otro lado. El general italiano Velardi, el responsable de la Aviazione Legionaria, simplemente se sometía a los alemanes.
Von Richthofen, aficionado a tocar la flauta, alérgico a las relaciones personales, un guardador personal de distancias que solo era capaz de hablar de las operaciones en curso, creía que su jefe Sperrle era un “tabernero” y “un grosero sin modales”. De hecho en las fotos impone con su monóculo, pero tiene una cualidad militar que satisface al general Franco, reconoce la jerarquía, no así los italianos que son poco respetuosos con los galones. Sperrle cree que su subalterno es un ambicioso aristócrata engreído. No se quieren, pero se toleran y cooperan. Franco y Mola no se llevan bien. Cuando comienza la ofensiva del norte hay una rivalidad política entre los dos generales. Mola es un republicano conservador, que no quiere decir demócrata liberal, que ha perdido tres de sus aliados: Sanjurjo en un accidente aéreo, Goded fusilado en Barcelona al fallar el golpe en la ciudad condal y Queipo de Llano, otro republicano a su manera, que permanece en su “reino andaluz” del que no va a salir. Mola ha permitido que Franco le lleve la delantera al dejarle que sea él el protagonista de la petición de armas a Alemania e Italia; eso y su prestigio han puesto a Franco en cabeza y Mola, por estas fechas, se ha arrepentido. Le han nombrado el 1 de octubre de 1936 jefe militar y político de la zona sublevada, en teoría mientras dure la guerra, pero Franco, que “es muy cuquito y va a lo suyito”, como decía el general Sanjurjo, y que no es otra cosa que el poder con mayúsculas, se lo va a quedar al final del conflicto, algo que ya también sospechó el general Cabanellas en aquella reunión de Salamanca, él que lo había tenido a sus órdenes en África, le conocía bien.
Franco y Mola han fracasado ante Madrid y el primero, para fortalecer aún más su poder, una vez comenzada la campaña del norte el 31 de marzo, va a unificar a los requetés y a los falangistas en un partido único el 19 de abril y se va a colocar al frente del mismo. Mola se siente engañado, ve cómo el poder se le escapa entre los dedos y discute con Franco, muestra su agrio carácter desde lo alto de sus gafas, subido a su gran estatura, replegado tras su famosa cabezonería, como confesaría Franco a su cuñado Serrano Suñer. Intenta convencer al gallego para que se quede con el ejército y ese partido suyo de nueva creación después de la guerra, pero que al frente del gobierno militar estará él. Franco cree que Mola tiene ideas socialistas, que es inútil intentar razonar y que no se puede hablar con el “cubano”.
A Mola le urge que la campaña del norte tenga éxito y que él aparezca como el conquistador de Bilbao, la tercera ciudad en importancia de España después de Madrid y Barcelona, pero la campaña sigue yendo metro a metro, con bastantes días de retraso y los alemanes de la Cóndor y los italianos se van a quejar duramente. La orografía, montaña tras montaña, es de una dureza extraordinaria y la tenacidad con la que defenderán las posiciones vascos, santanderinos y asturianos, máxima. Los Estados Mayores se reunirán casi todos los días; Mola, Kindelan, Von Richthofen, Velardi y Vigón, por supuesto. Mola tiene prisa por llegar a Bilbao y va a ser letal para las poblaciones vascas. Habla de arrasar industrias y ciudades, quitar el nacionalismo y el socialismo-comunista al proletariado vasco y catalán y a sus burguesías a golpe de bomba de 250 kilos, devolverles a la agricultura a través de las cenizas, pero los alemanes se van anegar, no porque sean miembros destacados de la Cruz Roja sino porque ven absurdo destruir fábricas que se van a conquistar en unos días y van a servir para que Franco pague su deuda de guerra con el Führer y también para su futuro rearme de cara a la gran guerra que se avecina. Le dicen a Mola que para eso necesitan el permiso directo del general Franco. Mola y Von Richthofen no se toleran, el español cree que los alemanes no sirven para este tipo de guerra y no soporta que le contradigan, además no le dan el material de guerra que pide, se lo dan a Franco.
Las operaciones comienzan el 31 de marzo. Los nacionales, con sus brigadas navarras al frente, unos 30.000 soldados y 200 cañones, se van a enfrentar a otros 30.000 soldados del Ejército de Euskadi, poca tropa para tamaño empeño, algo de lo que se quejarán alemanes e italianos. ¿Lo hizo Franco a propósito para zancadillear a Mola? Más tarde rectificará. Pero en principio son las Brigadas Navarras, para que no crean que aquello es una invasión “española”, las que serán las encargadas de entrar en combate. Romperán por Ochandiano, Puerto Urquiola y Puerto Barazar, rectificarán su flanco derecho hacia Elorrio, Eibar, Elgueta; los italianos irán por la costa, unos 8.000 Flechas Negras, casi todos españoles pero con mandos italianos. Batalla tras batalla, intentarán auparse durante este mes hacia Durango y Guernica como dos goznes para girar hacia Bilbao. La maniobra tiene el sentido de las agujas del reloj en sentido inverso, de sureste a noroeste. Las dos localidades serán bombardeadas, como por desgracia le ocurrió a Caen en julio de 1944 después del desembarco en Normandía. Su bombardeo ablandó las defensas enemigas y permitió a los aliados girar utilizando a la ciudad destruida como gozne útil en su camino hacia París, algo parecido ocurrirá con Guernica y Durango en el camino de los rebeldes hacia Bilbao. El mes de mayo se combatirá de forma brutal en los altos de Sollube, Bizcargui y Peña Lemona, las montañas de entrada a la capital vasca. El mes de junio, el ejército rebelde, reforzado con unidades de la Legión, Regulares y de quinta, procederá a romper el Cinturón de Hierro, un sistema de fortificaciones basado en el espíritu de la Línea Maginot, y cuyos planos, su autor, el capitán Goicoechea, había pasado junto con su persona al campo rebelde. La conquista de la capital vasca acaecerá el 19 del mismo mes y el presidente Azaña se enterará por la radio. Tenía razón cuando reflejaba en su diario que Bilbao no sería defendida como Madrid.
El mismo día que comienzan las operaciones, el 31 de marzo, se había bombardeado Durango y ni Franco ni nadie van a poner objeción alguna a su destrucción. Los italianos deben limpiar su nombre de la derrota de Guadalajara como indicaba Vigón a Kindelán por carta, y se les dio la oportunidad en las calles y casas de Durango. El Servicio de Inteligencia avisa de la presencia de tropas en la ciudad, y Mola y Von Richthofen deciden emplear a la aviación en esa estratagema combinada de terror y tapón. Varias incursiones de 41 cazas y bombardeos, en concreto, 17 Savoia-81 , escoltados por 24 cazas CR-32, soltaron en varias pasadas algo más de 14 toneladas de bombas de 50 y 100 kilos, provocando la muerte de 336 personas. Sacaron una lección que les vendría bien para Guernica. Las bombas de 50 y 100 kilos destruyen el interior de las casas pero nos las revientan, eso solo lo pueden hacer las de 250 kilos. Y esa enseñanza la aplicarán en Guernica unos días después.
Guernica era un objetivo militar. Toda población con cruces de caminos, ferrocarril, ejércitos en retirada, fábricas y tropas en su interior lo eran. La guerra moderna comenzó con el general Sherman cuando atravesó la retaguardia rebelde quemando Atlanta el 15 de noviembre de 1864, en la Guerra Civil estadounidense. Los campos de algodón, las granjas, los talleres, las industrias, los núcleos urbanos, los ferrocarriles con sus vías levantadas, todo ardía al paso de los casacas azules. Querían llevar el dolor de la primera línea del frente a la retaguardia, que la moral de los ciudadanos se fundiera con el fuego de sus casas ardiendo. En la Gran Guerra los muertos civiles eran apenas el 10%, en la Segunda Guerra Mundial subieron al 50% y en la de Yugoslavia ya fueron casi el 90%. Los bombardeos sobre Alemania en la Segunda Guerra, con 600.000 muertos, sobre la URSS con 400.000, o Hiroshima y Nagasaki pusieron a los civiles en el centro del horror, en uno de los pilares principales de la estrategia. En el periodo entreguerras, las teorías del poder aéreo y su capacidad para destruir, desmoralizar y aterrorizar a la población civil se desarrollaron en libros como el de Dohuet que tanto fascinaban a Richthofen y que tanto hicieron para que él las quisiera desarrollar en España. Les había explicado a los altos mandos nacionales en una reunión en marzo cómo iba a funcionar como artillería volante el apoyo aéreo a los avances de la infantería y cómo se destruía la moral de la población, de las tropas y las infraestructuras de la retaguardia creando también tapones tácticos aterrorizando a soldados y ciudadanos. Guernica era un objetivo ideal para el experimento. Von Richthofen quería llevarlo a cabo, había que probar la guerra total, cómo era aquello del poder aéreo que tanto había estudiado, y además el general Mola quería hacerse la foto entrando en Bilbao. Franco se estaba haciendo muy grande, políticamente hablando, para sus expectativas. No había preparado todo el golpe de Estado para que el último en sumarse se hiciera con todo el pastel.
Guernica tenía 5.630 habitantes a los que había que sumar los 1.298 del barrio de Rentería, al otro lado del puente. Había tres batallones destinados en la villa, las cifras varían entre 400 soldados y 2.000, ya que los batallones no estaban completos y algunas compañías se encontraban en primera línea, y además el día del bombardeo era día de mercado, con lo cual las calles se solían llenar de gente de los pueblos de alrededor, los paisanos bajaban de los caseríos y convertían al mercado en uno de los más importantes de Vizcaya, junto con el de Durango. Algunos testigos indican que al no haber mucho que vender no había mucha gente de visita, otros que la afluencia de gente fue la de siempre, incluso de la capital vasca, de Bilbao, ya que allí comenzaba a sentirse el bloqueo de la marina rebelde. Al mercado había que añadir las tropas en retirada desde la zona de Marquina y Guerricaiz y los refugiados, que huían ante el avance de las tropas de Franco. Estaríamos hablando de en torno a 10.000 o 12.000 personas presentes por las calles de Guernica en aquel aciago día abril de 1937. Además, se había programado un partido de pelota por la tarde y el enemigo estaba a escasos 26 kilómetros, a una jornada andando.
Guernica, un nudo importante de comunicaciones, contaba con un ferrocarril, convergían en ella ocho carreteras, las más importantes las que se dirigían a Bilbao y Bermeo; dos fábricas interesantes para las fuerzas rebeldes, la de Unzueta que fabricaba armas –pistolas, granadas, morteros– y los Talleres de Guernica. Los tres batallones de soldados de los que hablábamos eran, el de Saseta en el Convento de Los Agustinos, el Guernikako Arbola en el Instituto de Segunda Enseñanza y el batallón Loiola dividido entre el convento de las Madres Mercedarias y el de Santa Clara. También tenía tres Hospitales de Sangre, el del Asilo Calzada, el del Convento de las Josefinas y el de los Hermanos Carmelitas. La ciudad, viendo lo que había ocurrido en Durango, algunos de cuyos refugiados vagaban por sus calles, había construido refugios. Tenían seis construidos y seis en construcción. Uno de los que estaba todavía sin terminar era el de Santa María, una construcción no subterránea, apenas un pasadizo, de cuarenta metros de largo por cuatro de ancho, ocupando una de las calles del casco viejo y que para desasosiego de su arquitecto municipal, Cástor Uriarte, no había recibido las planchas de metal para su cubierta. Era una ratonera como más tarde se pudo comprobar. Casi todos los refugios estaban construidos con pilares de troncos de madera de pino, planchas de metal y sacos terreros encima. Las posibilidades de que resistieran un impacto directo de una bomba eran nulas. El alcalde José de Labauría, como su arquitecto, estaba realmente preocupado con el tema, sobre todo con el de Santa María. La defensa antiaérea era prácticamente nula, no había cazas republicanos ni cañones que complicaran la vida a la aviación de Franco, si acaso, una ametralladora Skoda a cargo de soldados del batallón Saseta y en concreto de Faustino Pastor, en el monte Kasnoaga y otra en la Torre de la Fábrica. Las alarmas se disparaban si desde Kasnoaga se agitaban banderas cuando se veían aviones, entonces las campanas de Santa María y de San Juan comenzaban a sonar como se había hecho en algunos ensayos. O si desde el cuartel del batallón Saseta en Los Agustinos, que tenía un equipo de transmisiones, eran avisados de la presencia de aviones, inmediatamente con un cohete se daba la alarma para que comenzaran a sonar las campanas desde ambas iglesias. Rudimentario pero eficaz. Los habitantes de Guernica temían un bombardeo como el de Durango y el cielo había dejado de ser protector. Todo el mundo sabía que algo terrible podía suceder. La guerra les había traído ansiedad y desgracia, en unas horas les traería también la muerte.
El 24 de abril, García Valiño, al frente de la 1.ª Brigada de Navarra ocupa Elorrio, movimiento que permite que Ermua, Eibar y Marquina, al norte, se ocupen en los días siguientes. Entre Marquina y Guernica hay 24 kilómetros y el Ejército de Euzkadi se encuentra en retirada. Hay una oportunidad de cerrarles el camino bombardeando las carreteras y puentes que acceden a Guernica y bombardeando la propia ciudad, convirtiéndola en un montón de escombros que dificulten el paso por ella y aterroricen a soldados y civiles. A los primeros para que les asalte la duda de lo que puede pasarles a sus familias en la retaguardia, y a los segundos, para que se planteen el sentido de continuar la lucha. Nadie está a salvo. Los estados mayores del Ejército del Norte, con Vigón y el estado mayor de la Legión Cóndor, junto con Kindelán y Velardi, despachaban antes de cada ofensiva. La planificación, preparación y ejecución exigían contactos permanentes. Richthofen no pudo encontrar el día 25 a Vigón, pero quedaron a las 7 de la mañana del día 26. A las 6 de la mañana hablaron los dos por teléfono. Vigón le dice que la 1.ª Brigada, la de Valiño, “cara de niño” como le llamaban los requetés, avanza hacia Guernica pero que está muy cansada. Una hora más tarde se reúnen en Bergara para preparar la jornada. No hay documentación que lo acredite, pero la lógica y la jerarquía militar indican que, antes o después, ambos jefes de Estado Mayor han informado a sus respectivos superiores, Sperrle y Mola, y después Vigón a Solchaga y Kindelán, y Von Richthofen, a las bases de pilotos. Velardi, el italiano, también ha sido informado porque será parte importante de la operación. Nadie en guerra intenta llevar a cabo operaciones por su cuenta sin informar a los superiores respectivos. La propia carrera militar está en juego y el consejo de guerra acechando. Los errores se pagan caros y todo el mundo protege su espalda.
La campaña del Norte había comenzado con 169 aviones y en el bombardeo de Guernica van a participar 47. La operación se llevará a cabo a lo largo de todo el día. Por la mañana, los guerniqueses recibirán la visita de vuelos de reconocimiento, “el chivato” le llamaban, pero por la tarde vino la tragedia, un bombardeo en varias fases que iba a durar casi tres horas y media. Los aviones iban a despegar desde Burgos, Vitoria y Soria, sedes de la Legión Cóndor y de la Aviazione Legionaria.
Hacía un día claro, casi perfecto, sobre todo para volar. A las 16:15 los habitantes de Guernica vieron aproximarse, muy bajo, un avión alargado, plateado, que volaba en dirección este-oeste, había salido de Burgos y era un Dornier-17. Su objetivo era el puente de Rentería. Dejó caer tres bombas de 250 kilos sin alcanzar su objetivo e hizo dos pasadas. La gente comenzó a salir de sus casas y a huir al campo o a los refugios. Los primeros salvarían sus vidas, los segundos dependerían de la calidad de sus refugios y de que no les cayera un impacto directo, pero les venía encima una tormenta de fuego difícil de imaginar.
Al rato, sobre el cielo de Guernica, pero esta vez en dirección norte-sur, volando a una altitud de 3.600 metros, aparecen tres Savoia-79 a las órdenes del capitán Castellani, que habían despegado de Soria. Su objetivo es el Puente de Rentería y probar el efecto de un bombardeo a gran altura. Sueltan 36 bombas de 50 kilos y destruyen algunos edificios como la sede del partido de Izquierda Republicana, pero el puente sigue intacto. El cielo comienza a llenarse de nubes y el polvo de las explosiones. Jugarán un papel siniestro en lo que ha de venir.
Hacia las cinco de la tarde aparecen un Heinkel-111, también procedente de Burgos, “el avión más moderno” para los ciudadanos que lo observaban desde las campas cercanas, con el fin de comprobar si el puente está destruido. Al momento, aparece un segundo Heinkel-111, escoltado por cinco cazas italianos CR-32, los chirris a las órdenes del teniente Corrado Ricci, un veterano de la batalla del Jarama. El italiano debía escoltar a los Junkers alemanes que venían después, pero como en la espera sobre el cielo que realizaba con los suyos no aparecían se unió al Heinkel solitario al que le dieron protección hasta la villa. El bombardero alemán lanzó seis bombas de 250 kilos, en dirección este-oeste de nuevo con el fin de machacar el maldito puente. Un objetivo pequeño que no llegaba a los veinte metros y la precisión en los bombardeos estaba entonces en mantillas. De nuevo el puente siguió en pie, pero la destrucción aumentó con sus nubes de polvo y humo.
La fase final y más mortífera se acercaba. Cuando volvía a la base el teniente Conrado Ricci con sus chirris se encontró de frente con los aviones que debía haber protegido, eran los diecinueve Junkers 52, procedentes de Burgos, que iban a dar la puntilla a Guernica. Eran tres escuadrillas, volando a unos 800 metros de altura, la primera de seis aviones al mando del teniente Karl von Knauer, que suelta 3.000 bombas incendiarias de 1 kilo y 96 de 50 kilos; la segunda, compuesta por otros seis Ju-52, al mando del teniente Hans Henning von Beust, lanza otras 96 bombas de 50 kilos y 3.000 bombas incendiarias de 1 kilo; la tercera escuadrilla irá al mando del capitán Erhart Krafft von Dellmensingen y del teniente Alfred Kock y dejará caer sobre Guernica 28 bombas de 250 kilos y 84 de 50 kilos, más las consiguientes 3.500 bombas incendiarias. La escolta que llevaban eran cinco Be-109 B a las órdenes del capitán Gunther Lutzov, y cinco CR-32 a las órdenes del capitán Mario Viola, ambos venían con sus aviones de Vitoria. A ellos se unió la escuadrilla de Heinkel-51 a las órdenes del oficial alemán Herder.
Las bombas rompedoras llevan espoleta retardada que hace que entren en los edificios, la mayoría con estructura de madera, y exploten en su interior, las bombas incendiarias harán el resto. El bombardeo se produce de norte a sur, desde el mar, por sorpresa, como ya lo habían hecho antes los aviones italianos, desde donde los pueblos vecinos no pueden avisar de su llegada. El frente de ataque, el corredor de muerte, es de 150 metros de ancho y ocupa un cuadrilátero letal que va desde el Puente de Rentería, calle de San Juan, calle del Asilo Calzada y la estación de ferrocarril. Los pilotos alemanes se quejaron de que las nubes de polvo y el fuego les hicieron soltar las bombas un poco por todos lados y que el viento del noreste había desviado las bombas hacia el centro del casco viejo. Las dos cosas pueden ser ciertas pero lo que subyace es un experimento mortal, un bombardeo en alfombra. La última fase es la de ametrallamiento en la que interviene los cazas que les han dado escolta, sobre todo, en las carreteras de Bilbao y de Bermeo por las que la gente huye despavorida. Su fin es sembrar más caos y terror, rematar el ataque. A las 19:40 el ataque ha terminado y de Guernica apenas queda una cuarta parte de los edificios en pie. Se llama a los bomberos de Bilbao que se presentan en una hora para descubrir que las cañerías de agua están rotas y que deben abastecerse del agua de la ría. Los italianos y alemanes han lanzado entre 31 y 41 toneladas de bombas, y de los 492 edificios, 271 han sido destruidos, el 71% del total.
No existe una lista oficial de fallecidos, nunca se ha hecho públicas. El gobierno vasco declaró un número redondo, 1.645 muertos y 889 heridos, pero no se conocen los nombres. Un documento tan importante, con la carga simbólica que tuvo en nuestra guerra, era como para habérselo llevado al exilio, pero las guerras crean momentos convulsos. Las cifras de bajas provocadas por la aviación alemana e italiana han ido bajando con el tiempo, es uno de los aspectos más controvertidos junto con el número de aviones y las responsabilidades consiguientes.
El arquitecto municipal de Guernica, Cástor Uriarte, que participó en las labores de extinción, dice haber contado alrededor de 250 muertos, 42 de ellos en el tristemente célebre refugio de Santa María o de Andra Marí, donde dos bombas de 250 kilos impactaron directamente en el refugio, poco más que un pasadizo reforzado, en una calle estrecha de cuatro metros provocando una gran matanza. Otras fuentes hablan de 450 personas, todas las que cabían en él. Noel Monks, el periodista del Daily Express, dice que vio unos seiscientos muertos. Xabier de Irujo, que ha estudiado a fondo el tema, apoya la cifra del Gobierno Vasco, sobre todo basándose en el testimonio de los testigos orales. Vicente Talón, en su libro Arde Guernica, el libro que acabó con el negacionismo franquista en los setenta, cuenta 200 víctimas. El historiador militar Jesús Salas Larrazábal cuenta también 126 muertos, y 6 de ellos dudosos. Los historiadores guerniqueses del Grupo de Historia Gernikazarra Jose Angel Txato Etxaniz y Vicente Palacio han contado 164 fallecidos por el bombardeo. Como indica el historiador militar Roberto Muñoz Bolaños, los 1.645 muertos deberían haber sido enterrados en alguna parte, se habla de dos fosas pero nadie sabe dónde están y en el cementerio de entonces no había lugar para alojar tanto horror. Sí que pudo haber algún muerto más en heridos trasladados a Bilbao o refugiados y soldados desaparecidos, pero parece que la cifra rondaría los 300, con los datos que se tiene hoy en día, hasta entonces los historiadores se debaten entre los 126 mínimos y los 1.645 máximos.
Hubo un hecho que marcó la mortandad del bombardeo, si el último ataque, el bombardeo en alfombra protagonizado por los Junkers-52 se hubiera producido al principio, en vez de el del Dornier-17, que hizo que unos huyeran a las campas y otros se pusieran a buen recaudo en los refugios aunque como hemos visto no todos eran seguros, la mortandad hubiera sido mayor sin duda. Si hubiera sido como el de Durango, el resultado hubiera sido más devastador si cabe. Y es que el fin último era probar material y tipos de bombardeo. En Guernica se experimenta con dos aviones de nueva generación, el Dornier-17, cuyo primer vuelo fue en 1934, y el Heinkel-111, en 1935, ambos pertenecen en España a la patrulla experimental de Von Moreau VB/88. Con los aviones italianos Savoia-79, más modernos que los que se utilizaron en Durango, los Savoia-81, se experimenta sobre Guernica con el bombardeo a gran altura, con la precisión sobre objetivos pequeños, en este caso un puente. La desmoralización y el terror sobre la población civil, las teorías del poder aéreo que tanto quería ensayar Von Richthofen en España y que tantos ríos de tinta protagonizó en la literatura militar de entreguerras, la posibilidad de cortar la retirada a un ejército derrotado, fueron probadas de una forma brutal en el bombardeo protagonizado por los Junkers-52, con esa mezcla de bombas rompedoras e incendiarias sobre esas casas guerniquesas que tanto les recordaban a las que se iban a encontrar en Europa Central en la Segunda Guerra Mundial. Podían haber echado mano de los Stukas que ya había a disposición de la Legión Cóndor en España para destruir el puente, pequeño y fácilmente vadeable por otra parte, pero nuestro país era un macabro campo de pruebas para el conflicto que se avecinaba. Rotterdam, Varsovia, Londres, Sebastopol Stalingrado, fueron la confirmación de estas teorías con las que Von Richthofen extendió su experiencia en la Guerra Civil española.
Después del bombardeo, la suerte quiso que cuatro corresponsales que cubrían el conflicto, se acercaran desde Bilbao a Guernica. Eran George L. Steer, de The Times; Noel Monks, del Daily Express; Christopher Holme, de la agencia de noticias Reuters, y Mathieu Corman, de Ce Soir. Sus artículos, sobre todo el del sudafricano Steer, provocaron la conmoción internacional y diversas reacciones, la principal la de la Cámara de los Comunes en Londres, donde el Partido Laborista exigió al ministro de Asuntos Exteriores, Anthony Eden, que diera explicaciones, y este a su vez se las pidió a Von Ribbentrop. Las presiones llegaron al máximo responsable de la Legión Cóndor en España, Hugo Sperrle, que se las trasladó a Franco. La respuesta de Franco señala directamente a su responsabilidad en el terrible acto de Guernica. El general impide cualquier investigación, los alemanes borran las huellas del bombardeo y se prohíbe hablar a los pilotos del asunto. Se crea una visión alternativa y absurda, utilizando fotos trucadas con bidones de gasolina al lado de las ruinas, trayendo a colación lo que sí había ocurrido en Irún en septiembre de 1936, cuando los anarquistas la incendiaron. Es decir, que los propios republicanos habían quemado y dinamitado Guernica. Los franquistas crean tres informes para negar el hecho que fueron la “verdad oficial” hasta el libro de Vicente Talón.
El tema de las responsabilidades, tratado anteriormente, es otro de los controvertidos. Tampoco hay documentación que pruebe que Franco lo sabía o que Vigón y Von Richthofen tomasen la decisión a solas, sin consultar con sus superiores, pero el sentido común nos dice otra cosa. Franco sabía que sus aliados bombardeaban ciudades como lo hicieron con Durango y antes con Madrid y había dado autorización para ello. Su propia artillería y aviación habían atacado la capital de España con un resultado estremecedor. Desde noviembre de 1936 al mes de abril de 1937 habían sido destruidos 980 edificios, habían muerto 1.491 personas con 1.430 heridos y 430 desaparecidos. El general Franco ya había visto los ataques producidos por la aviación en la guerra de África y su resultado. Los responsables de Guernica despachaban casi a diario, estaban en plena campaña, las reuniones entre los Estados Mayores, Vigón y Von Richthofen, junto con sus jefes, Sperrle y Mola más Kindelán, eran muy frecuentes. Richthofen diseña la operación y Vigón ha hablado antes hasta en dos ocasiones con él y este no es un militar que se salte la jerarquía u oculte operaciones, ni a Mola, su inmediato superior, ni a Franco por supuesto. La jerarquía militar en tiempo de guerra no funciona de esta manera, debe ser una máquina bien engrasada en la que la información fluya, aunque las órdenes no sean siempre por escrito, no cabe lo de “bombardeo y luego lo cuento” o “bombardeo y no digo nada”. Los errores se pagan ante un tribunal militar, como decíamos más arriba, y Sperrle se cubría las espaldas, como todos despachando a menudo con el general Franco. Las prisas de Mola, la necesidad de experimentar unas teorías y una tecnología de Richthofen, el cansancio de las brigadas navarras, la dificultad de la campaña de Vizcaya, hicieron de Guernica un objetivo y los periodistas allí presentes junto con el cuadro de Picasso la convirtieron en un mito.
El 16 de febrero de 1942, Von Richthofen llegó a Mariscal de Campo con tan solo 47 años. El 17 de julio de 1945 muere de un tumor cerebral habiendo sido hecho prisionero por el ejército norteamericano. El tumor que lo mató probablemente comenzó su ciclo mortal durante la campaña de la Cóndor en España, ese ciclo mortal de diez años que se les presupone. El alemán ya llevaba la muerte encima cuando pensó en bombardear Guernica.
Jesús González de Miguel es historiador. Autor del libro La batalla del Jarama. Febrero de 1937. Testimonios desde un frente de la Guerra Civil (La Esfera de los Libros, 2004), ha escrito numerosos artículos para las revistas Historia 16, La Aventura de la Historia, Serga o Desperta Ferro. También ha participado en la elaboración de diferentes documentales para la BBC y el Canal de la Historia, y colaborado en las exposiciones Brigadistas. El archivo fotográfico del general Walter y Voluntarios de la Libertad. Las Brigadas Internacionales. Es uno de los fundadores y responsables del Museo de la batalla del Jarama ubicado en Morata de Tajuña (Madrid). En FronteraD ha publicado Las últimas horas de Gerda Taro, la compañera de Capa, en Brunete. Dos cámaras, el coche del general Walter y un tanque.
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