El escritor navarro Miguel Sánchez-Ostiz nos cuenta en una entrega de sus diarios que durante los días 2 y 3 de agosto de 1936 se proyectó en un cine de Pamplona la versión cinematográfica de la novela de Pierre Mac Orlan La Bandera. La película, titulada La Bandera. Legionarios de Tercio, ocasionó algún incidente en el cine, pues el horno de aquella ciudad, una de las principales capitales del muy reciente alzamiento del 18 de julio, no debía de estar para demasiados bollos. Como es fácil de imaginar, esta película no se pasó en los cines santanderinos antes de agosto de 1937 y por ende a Arturo Casanueva no le fue posible acudir a verla y rememorar en ella sus propias andanzas de legionario en el Tercio de Extranjeros a comienzos de los años 20, inmediatamente después del desastre de Annual. Si la novela de Mac Orlan no estaba dedicada al general Franco, como se ha afirmado en alguna ocasión, el libro legionario de Arturo Casanueva incluyó un ferviente homenaje al Teniente Coronel Millán Astray, fundador del Tercio, así como una fotografía dedicada al propio autor con el siguiente autógrafo: “A mi legionario poeta: Casanueva, la Musa de la Legión es tuya. Millán Astray. 11-11-22.”
Entre los juegos africanos de Ernst Jünger y la tragedia de la Guerra Civil española, pasando por su militancia política y sus inquietudes literarias, la breve vida de Arturo Casanueva se nos antoja una versión santanderina de Beau Geste, la más conocida de las novelas de Percival Christopher Wren ambientadas en la Legión Extranjera francesa. No es aventurado pensar que Arturo Casanueva debió ser ferviente lector de novelas de ambiente legionario en su juventud Santanderina, tan en boga en las primeras décadas del siglo XX, como lo fueron sus abundantes secuelas cinematográficas. A Arturo Casanueva no se le puede calificar con propiedad de aventurero, pero no sería justo decir de él que fue, como Mac Orlan, un aventurero pasivo. Como el del joven Jünger, su corazón fue aventurero y tuvo la necesidad de realizar sus propios juegos africanos.
Sobre su etapa legionaria y su propia actitud ante la vida, su amigo José del Río, “Pick”, nos dejó estos versos en su poema “Retrato de legionario”:
¿Qué ensueño te ha llevado, Arturo Casanueva,
a alistarte romántico en esa heroica leva
que más que nuestro siglo recuerda otras edades?
Tu venías sufriendo la prisión de la prosa
en la cárcel dorada de las grandes ciudades.
vivías las mezquinas y duras realidades…
¡Pero soñabas una resurrección gloriosa!
Arturo Casanueva González nació en Santander en 1894, en el seno de una familia de la burguesía de la ciudad. Poco nos dicen de él las enciclopedias y manuales de historia de la literatura. Por ejemplo, Leopoldo Rodríguez Alcalde, Retablo biográfico de montañeses ilustres “Arturo Casanueva fue un personaje inquieto, simpático, caballeroso, defensor de causas perdidas, como sus coterráneos Enrique Madrazo o José del Río […] Sufrió persecuciones durante la dictadura de Primo de Rivera, y posteriormente ejerció de abogado en Santander, tomando parte en todas las inquietudes artísticas, y no poco en las políticas”.
Su padre, Manuel Casanueva Granados, fue primer teniente de alcalde en los primeros años del siglo XX. En una familia en la que su madre María y sus hermanos Eduardo y Manuel tuvieron un vivo interés por la música y la literatura, Arturo Casanueva encontró un ambiente propicio para un escritor en ciernes. Abocado al estudio de la carrera de derecho en Madrid, de un modo parecido al del protagonista de Voyage au bout de la nuit de Louis-Ferdinand Céline se lanzó a su personal viaje al fin de la noche abandonando su pensión de estudiante madrileña a la que consideraba una segunda edición de La casa de la Troya de la novela homónima de Pérez Lugín, tras hacer almoneda de sus escasas posesiones, y se lanzó al cuartel de San Francisco, en la calle del Rosario, para alistarse en el banderín de enganche del Tercio de Extranjeros en la ciudad de Madrid.
Arturo Casanueva en palabras de su íntimo amigo José del Río, “Pick”, era un “romántico impenitente”, por su vida de ritmo extrañamente desacompasado (“parece una algarabía de jazz-band”) y por los poetas –Victor Hugo, Zorrilla, Rubén– que bailan en su cabeza, “una zarabanda desacorde”. Sus versos, parecen “yesca seca” por lo inflamables, pero, fiel a su inconformismo quiere “vivir” la poesía, y se incorporó al Tercio, junto a “la gente torva de la milicia de Millán Astray”.
Así comenzaron los “juegos africanos” de nuestro hombre en la Legión Española, fundada como “Tercio de Extranjeros” por Millán Astray, tras Real Decreto el 28 de enero de 1920 y el reclutamiento de los primeros legionarios en septiembre de ese año. El 22 de julio de 1921 se produjo el “Desastre de Annual”, en las inmediaciones de Melilla, en el que perecieron cerca de 10.000 hombres. Si el protagonista de la novela de Céline decide enrolarse en el ejército al contemplar un desfile, nuestro hombre debió tomar su decisión después de conocer por la prensa las dimensiones del desastre. “Lo que más se acerca a la realidad es que fui porque no podía dejar de ir. Soñaba con el Tercio, dormido y despierto. Leía yo por aquellos revueltos días [julio de 1921] todo cuanto de sus hazañas se escribía, y hasta mi pluma terciaba en los elogios desde El Mundo y desde La Tribuna en la Villa y Corte de Madrid”.
En el acuartelamiento de Dar‒Riffien se encuentra a personajes de novela,―que uno se podría haber encontrado perfectamente en las novelas de P.C. Wren o en aquellas de Salgari de la niñez, como En las montañas de África, pudiendo ser Dar‒Riffien el trasunto del cuartel general en Argelia de la Légion Étrangère, el legendario Sidi Bel Abbes― como el capitán de su compañía (la 18ª de la 5ª Bandera del Tercio) Joaquín de Silva y Rivera, llegado de Chile después de enterarse de la noticia del desastre de Annual. Al poco de llegar al acuartelamiento, Millán Astray entrega el mando de la recientemente formada 5ª Bandera al comandante a Juan José de Liniers Muguiro, que acabaría siendo comandante de la Legión entre 1929 y 1931. El 19 de diciembre de 1921 llegará su bautismo de sangre en la toma a la bayoneta del poblado de Ayyalía.
El resto de su relato, hasta noviembre de 1922 en que se licencia y regresa a la Península es materia de una novela de aventuras en la legión extranjera: emboscadas, arrestos, calabozos, veladas de kiff y te moruno, hermosas mujeres bereberes, la crueldad de rifeños, españoles y tropas regulares indígenas. En las casbas de Tetuán, Xauen y Arcila, escenarios de esta ruta aventurera de la cuarta salida, se forjó el gusto de Arturo Casanueva por lo exótico que le acompañaría en su crucero Oriente, un grand tour de señoritos entre los que destacaría nuestro hombre por su personal combinación de las armas y de las letras, de exquisitez y gusto por lo exótico.
A su regreso a Santander, Arturo Casanueva se incorporó a la vida cultural de nuestra ciudad. En septiembre de 1923 se produjo el golpe de estado del general Miguel Primo de Rivera y nuestro hombre se implicó en la oposición al nuevo régimen. La publicación de su libro sobre sus experiencias en el Tercio, La ruta aventurera de la cuarta salida le acarrearía a Casanueva problemas con el ejército y un proceso. El encausado renunció a un defensor militar y solicitó defenderse él mismo ante el Consejo de Guerra. En 1926 fue deportado junto con Francisco de Cossío, el penalista Jiménez de Asúa y el estudiante de la Universidad de Madrid y futuro rector de la Universidad de Granada, Salvador María Vila a las Islas Chafarinas. Francisco de Cossío nos da esta semblanza de Arturo Casanueva: “Casanueva, inquieto y bullicioso, revoluciona un poco la vida de Chafarinas. Va de unas celdas a otras recitando versos; lee cartas que escribe relatando su cautiverio e intima con Mustafá Raisuni, quien le promete, el día que esté libre, regalarle una esclava.” El episodio de la deportación terminó y Arturo Casanueva regresó a Santander con una aureola de represaliado por la Dictadura de Primo de Rivera y de enamorado de la libertad que no le abandonó nunca.
Entre el 9 de febrero y mediados de marzo de 1929 Arturo Casanueva se embarcó en el crucero a Oriente al que estas líneas introductorias tratan de proporcionar unas someras claves de lectura. No puede decirse que nuestro hombre fuese un viajero propiamente dicho, sin embargo su única experiencia viajera importante dio como resultado este libro de recuerdos a la manera de Paul Morand y su Rien que la terre o Venises. El poeta Diego Valverde tiene escrito que el viajero es un niño. Como un niño que lo mira todo, con mirada fija y absorto, Arturo Casanueva de todo toma nota en su cuaderno. Todo le sugiere una imagen poética o una ensoñación melancólica. Su prosa combina una serie de aguafuertes orientalistas sobre las grandes ciudades de la civilización mediterránea con la crónica social propia de las páginas de ABC o de las revistas La Ilustración Española y Americana o Blanco y Negro. El viaje es una sucesión de ecos de sociedad, en los que campan señoritas de la alta sociedad, marqueses, condes, vizcondes; se bailan fox-trot, charleston, tangos; se escuchan discos de pizarra con los grandes éxitos del momento; se realizan bailes de disfraces, puestas de largos y se beben, una y otra vez, maravillosos cócteles (para Arturo Casanueva siempre cock-tails) preparados nada más ni nada menos que por Perico Chicote. Hay momentos de solemnidad ante las ruinas de Roma, Pompeya y Atenas, de ensoñación orientalista en las calles de Estambul, Beirut o El Cairo y de trascendencia y espiritualidad profunda en los Santos Lugares.
Este viaje por el Mediterráneo es un claro precedente del conocidísimo y emblemático crucero por mediterráneo organizado por la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid y más en concreto por su decano, el filósofo Manuel García Morente en 1933, en el que participó un prometedor estudiante de 18 años llamado Julián Marías. Este viaje de estudios se ha acabado convirtiendo en un icono de las reformas educativas y de los valores de la II República. Como ha dicho Anna Caballé, este crucero en pos de un ideal dio fe de un mundo, un foco de luz y de esperanza al que tres años después la sinrazón y la violencia apagarían de un plumazo.
El crucero de Arturo Casanueva y sus acompañantes en este grand tour por el Mediterráneo, de un modo análogo al de García Morente, Julián Marías, Guillermo Díaz-Plaja, Jaume Vicens Vives y Salvador Espriu, entre tantos otras personalidades de nuestra cultura, nos hace evocar los bailes del Titanic antes de que chocase contra el iceberg que puso punto y final a la prolongada Belle Epoque española y santanderina, de la que este crucero es epítome y acta de defunción.
En este caso el iceberg de la Belle Epoque santanderina, de la generación de la República, de la que Arturo Casanueva formaba parte, lo constituiría la despiadada Guerra Civil, en la que a Arturo Casanueva le terminarían helando el corazón no una, sino las dos Españas.
La de los enemigos de la República, en la que él creyó, y la de sus sedicentes defensores, que desataron el terror milenarista en la retaguardia del frente, en el Santander de los últimos meses de 1936. Un güelfo entre gibelinos, un gibelino entre güelfos, la quijotesca defensa de los marineros apresados del Tiburón le costaría la vida. Unos chequistas (o elementos incontrolados del bando republicano, para contentar a todo el mundo) lo llevaron el 27 de diciembre de 1936 a la carretera del faro, donde lo fusilaron y quemaron su cadáver.
Triste destino. Triste muerte con 44 años. Con tanto entusiasmo, tanta pasión por las causas nobles, con un ideal de eterna disponibilidad propio de la ética de los boy‒scout. Un gesto quijotesco, un “que por mí no quede”, el de defender a aquellos marineros, muy propio de Arturo Casanueva y de su inveterado romanticismo. Un bello gesto de un aventurero.
Beau geste santanderino.