Me consta que a Arturo Fernández le hacía gracia que en alguna ocasión me refiriera a él como el último mohicano, pues lo era de una manera de hacer, sentir y vivir su profesión de actor. De aquellos con compañía propia a los que el público seguía y veneraba guiado solo por el atractivo influjo de su nombre a la cabecera de un espectáculo. Con eso les bastaba a los espectadores como garantía. Me parece que no se le ha hecho justicia en España a la hora de reconocer no solo su profesionalidad ejemplar, sino su categoría interpretativa. Defensor de un teatro comercial que nunca puso la cesta petitoria de la subvención como salvaguarda de un proyecto, durante bastante tiempo se ocupó como director, escenógrafo e iluminador de la mayoría de sus montajes. A mí me ganó definitivamente para su causa cuando lo vi en La montaña rusa, una obra de Éric Assous que en París había protagonizado Alain Delon. Arturo la interpretaba junto a Carmen del Valle -¡menuda actriz, por cierto!- y desde el comienzo de la función su personaje no paraba de beber tragos de vodka; matizada y paulatinamente, con un dominio de los registtos y los matices asombroso, fue pasando del ligero achispamiento simpático a la curda descomunal justo a la conclusión de la primera parte de la obra, todo de manera gradual, fluida, orgánica, magistral. Pocos actores he visto con ese dominio de la situación.
Hace poco más de un año, lo entrevisté para ABC Cultural. En la hora de su mutis definitivo casi al pie del cañón, me parece oportuno recuperar el texto íntegro de esa entrevista, que dice así:
Hace mes y medio Arturo Fernández (Gijón,1929) celebró su 89 cumpleaños trabajando. Como hace cada día desde hace ya un montón de meses en el madrileño Teatro Amaya, donde protagoniza la comedia de María Manuela Reina Alta seducción junto a la actriz Carmen del Valle. Un caso único en nuestros escenarios. Los años parecen no rozar al eterno seductor que desde hace tiempo ha incorporado con inteligencia la autoironía a la composición de sus personajes. No recibe subvención alguna y arriesga su propio dinero en sus producciones, que él mismo dirige, interpreta y hasta asume la disposición de decorados y otros elementos. ¿Cuál es su secreto? En esta entrevista habla de su carrera, su profesión, la fidelidad de su público, de cómo concibe el teatro y de sus ideas políticas. Como es precavido y sabio, pidió un cuestionario para contestarlo por escrito y releerlo por si acaso. Privado del cara a cara con el gran actor, uno se lo imagina respondiendo las preguntas en su casa, ataviado como uno de sus elegantes personajes: con un bonito batín de seda, pañuelo al cuello, pantalones tan cómodos como impecables y tal vez la concesión de unos mocasines. Esto es lo que contestó.
Acaba de cumplir 89 años sobre el escenario. ¿Cuál es su secreto para mantenerse al pie del cañón y tan bien físicamente? ¿De qué están hechos sus genes?
A ver si es que tengo esa neurona… ¿Von Economo?, de la que hablan ahora, que al parecer no tienen todos los humanos y que creen que es la responsable de que las personas mayores de 75 u 80 años tengan capacidad para desplegar una gran actividad. El problema es que no se puede saber si la tienes o no más que dejándote diseccionar el cerebro… Así que mejor me quedo sin saberlo. ¡Ja, ja! En serio, tener buena salud y una buena carga genética es básico sin duda, pero no es menos importante mantenerse activo, tener ilusión por lo que se hace y metas por cumplir… Y no querer darse de baja de nada mientras el cuerpo no lo impida.
El público está encantado con que usted siga actuando, pero ¿por qué continúa trabajando?, ¿es un vicio?, ¿lo necesita para llegar a fin de mes?, ¿es la gasolina que alimenta su motor?
En efecto, es mi gasolina… Creo que tengo el inmenso privilegio de contar con el favor del público y eso es muy gratificante. Hasta el punto de que cuando tengo algún achaque, catarro, lumbago, lo que sea, y estoy hecho polvo en casa, llego al teatro, comienzo la representación y durante esas dos horas ni una tos, ni una molestia… No sé si les pasará a todos los actores pero a mí sí, se lo aseguro.
Usted procede de una familia humilde, en algún sitio he leído que fue minero, futbolista y boxeador, ¿es verdad?
Minero, no. Apuntaba maneras de futbolista, mi padre sí lo fue y muy bueno… Boxeador, sí, y falsificando mi carnet de identidad porque no tenía edad para ello. Pero es que mi padre estaba exiliado por cenetista destacado tras una cruenta guerra civil que sólo debemos recordar para saber olvidarla… Y mi madre, para subsistir, trabajaba lavando botellas a la intemperie en bidones de agua fría, ganando 4 pesetas al día… Y yo ganaba por combate lo que ella en un mes. ¡Habría hecho lo que fuera por quitarla de ese trabajo!
¿Cómo y cuándo decide ser actor?
Cuando yo ya tenía 18 años mi madre se marchó a Francia para estar con mi padre. Mi querido Gijón, mi querida Asturias tenía muy pocas oportunidades que ofrecer a un joven como yo, sin oficio ni beneficio, que apenas había acabado sus estudios elementales. Yo quería ser “algo” pero ciertamente no sabía qué. La verdad es que me vine a Madrid con 19 años y detrás de una mujer, con 300 pesetas que me habían podido dar entre mi madre y mi tía Iluminada… Y la vocación me encontró a mí: un asturiano, ayudante de dirección, que conocía las penurias económicas que pasaba me ofreció intervenir como extra en una película, después en otra y luego en otra, pero ya con frase: “Pero has dicho en casa que te alistas hoy”… Tenía buen porte y me empezaron a llamar… Enseguida comprendí que había encontrado mi camino.
Cuénteme sus comienzos en el Teatro de Cámara de Modesto Higueras y en la compañía de Conchita Montes.
Evidentemente la buena planta era insuficiente para convertirme en actor, así que me dediqué a aprender. ¿Cómo? Escuchando a los grandes, pasando horas escuchando a los grandes en el Café Gijón y en cuantas tertulias de actores y escritores se celebraban. Acudiendo a cuantas lecturas de papeles se convocaban. Entré en el Teatro de Cámara de Modesto Higueras, se representaba a autores prohibidos de entonces, en el Teatro María Guerrero. De entre los muchos recuerdos de aquella etapa, siempre me viene uno a la cabeza: intentando interpretar un papel en El enfermo imaginario, oí un justísimo “¡Vete!” entre el público… !Y me fui!, no se podía decir el verso peor… Desde entonces siempre tuve una gran aversión al verso hasta que Boadella me la quitó no hace muchos años. Con Conchita Montes empecé a trabajar porque me la presentó el desaparecido y querido Jesús Puente para que le sustituyera a él, que se iba a la mili. Era un papel muy corto, pero aprendí muchísimo, nadie presentaba la alta comedia como ella… Y descubrí que eso es lo que quería hacer. Después me contrató otro grande, don Rafael Rivelles… Tenía ya muy claro que quería hacer teatro por encima de todo.
¿Es cierto que hace tiempo un actor con un buen guardarropa tenía el trabajo asegurado?
Es cierto que era necesario tener un guardarropa propio, lo que se llamaba un “buen baúl” que te permitiera vestir cualquier personaje que no fuera de época, un buen traje oscuro, uno de verano, un esmoquin, un abrigo o gabardina… ¡Pero asegurarte no te aseguraba nada!
Rafael Gil fue quien le dio su primera oportunidad en el cine, lo mismo que a Francisco Rabal. Cuénteme cómo fue aquello.
Tuvo su gracia. En el Beso de Judas (1954) yo interpretaba un papel que no era muy importante pero que estaba casi siempre al lado de Rafael Rivelles, el protagonista. Entonces vivía en una pensión y tenía muy poco dinero para comer… Rodábamos en exteriores y había visto que en los contornos había manzanos; en un descanso del rodaje me fuí a “robar” manzanas. Iba vestido de apóstol y llené toda la túnica. Rafael Gil dió la orden de reanudar el rodaje y yo no estaba; cuando aparecí dijo muy serio: “Este hombre no volverá a trabajar conmigo nunca”. Pero poco tiempo después hice con él, ya de protagonista, La Casa de la Troya (1959) y muchos más títulos… Y tuvimos una gran amistad hasta el final de su vida.
En cine interpretó un buen número de películas policíacas antes de decantarse por la comedia (como también hizo en teatro), ¿qué recuerdos tiene de aquellas películas?
Mi oportunidad en el cine me la dió Julio Coll, un genial y olvidado director de cine negro, al que siempre tendré que agradecerle que, por alguna razón que ignoro, impusiera mi nombre frente a otros más comerciales de la época para Distrito Quinto (1957) y a continuación para Un vaso de whisky (1958). Dos grandes películas en las que Coll me enseñó muchísimo. Recuerdo que iba todas las tardes al cine para aprender y casi siempre me acompañaba ese grandísimo futbolista llamado Luis Suárez, que entonces estaba en el F.C. Barcelona… Fue una etapa maravillosa, cargada de ilusiones por un futuro mejor en una ciudad que entonces era mucho más moderna y europea que Madrid en todo.
No me resisto a preguntarle por algún título de terror como La dinastía de Drácula (1980), donde hacía de inquisidor, y El sonido de la muerte (1966). ¿Cómo llegó el terror a su carrera?
¿La dinastía de Drácula? Juraría que no he hice esa película… Aunque he buscado en internet el reparto y aparece un Arturo Fernández, pero no soy yo… por lo que veo se rodó en México en 1980 y yo sólo rodé allí La chica de la piscina con el inolvidable Tito Fernández en 1989. De El sonido de la muerte, también titulada El sonido de la prehistoria, sólo recuerdo que se rodaba muy cerca de mi casa actual… Fue precisamente en ese rodaje en el que me fijé en la urbanización en la que vivo, compré una parcela y muchos años después me hice la casa. Nunca llegué a ver la película, bueno, yo creo que ni yo ni nadie.
Y fue minero asturiano en Jandro (1965), ¿es un título de especial significación para usted?
Otra magnífica película de Julio Coll a la que tengo un cariño especial. Una épica de la minería asturiana. Toda Asturias se emocionó con ella. En su recuerdo llamé Jandro al siguiente perro que tuve, un dálmata espectacular… Y Jandro se llama mi compañía de teatro.
De todas las películas que ha hecho, ¿cuál le ha dejado más satisfecho?
Difícil elegir… He interpretado no sé cuantas peliculas… 80 o más, unas muy comerciales, otras premiadas… Pero si tengo que elegir, pues Un vaso de whisky y, cómo no, Truhanes (1983) de Miguel Hermoso.
Y de cuál de los directores con los que ha trabajado aprendió más.
Julio Coll fue mi primer maestro cinematográfico. Pero de todos se aprende. Sobre todo cuando, como es mi caso, careces de formación académica… Tu fuente de conocimiento es ver y escuchar… En teatro tuve dos grandes maestros: don Rafael Rivelles y don Juan Ignacio Luca de Tena, un gran hombre al que jamás olvidaré… Le quise como a un segundo padre y me dió la maravillosa oportunidad de hacer ese personaje –doble pero único– de Brandel en ¿Quién soy yo? y Yo soy Brandel.
Volvamos al teatro. Ya sabe que en su profesión hay actores que utilizan diversas técnicas para preparar sus papeles, ¿es usted más de método o de intuición?, ¿cuál es su método?
Creo que de intuición. Si tengo método no soy consciente de ello. Los papeles los preparo a base a trabajar la memorización del texto hasta hacerlo absolutamente mío, de tal forma que ya nunca tenga que usar la memoria para decirlo.
Alguna vez he escrito que es usted el último mohicano de su oficio, de una forma de ser y estar sobre el escenario, con compañía propia y con un público fiel que acude al reclamo de su nombre independientemente de la obra que interprete. ¿Se ve usted así?
Y no sabe cómo le agradezco que lo piense y que lo haya escrito… ¡No sabe cómo me gusta que hablen bien de mí! No sé si soy el ultimo mohicano, pero sí soy un actor rotundamente vocacional que no sabe vivir sin el teatro y que tiene la inmensa fortuna de contar con el favor del público, porque creo que el público percibe todo el esfuerzo, toda la dedicación que pongo, montaje tras montaje, en darles lo mejor de mí mismo, en superarme en cada espectáculo para que disfruten lo máximo posible durante dos horas.
¿Resulta muy exigente ser galán durante tanto tiempo?
La condición de galán te la da tener un buen físico y ser un primer actor. Es evidente que el paso de los años te refuerza como actor, pero implica que hay que hacer más esfuerzo en lo del “físico”.
¿Se ha sentido alguna vez acosado por las señoras?
Ja, ja… !No!
Aunque ya lo había apuntado en Tocata y fuga de Lolita (1974), fue en Truhanes donde introdujo la ironía al abordar un cometido de galán. Un inteligente y sutil cambio de registro que sigue explotando con éxito también en teatro. Hábleme de ello.
Pues seguramente es una fórmula de resistencia, de resistencia al paso de los años del que hablábamos antes. ¿Desde qué otro registro se podría interpretar con mis años, por ejemplo, el papel de Gabriel en Alta Seducción?
Usted es un especie de Juan Palomo del teatro. Dirige, produce, protagoniza y hasta supervisa los decorados de sus espectáculos, ¿tiene que controlar todo, no delega en nadie?
Delego pero controlo. Es compatible… Reconozco que soy un perfeccionista, pero la experiencia me ha demostrado que es mejor revisar una y otra vez que todo el engranaje funcione. Y en el teatro, aunque no lo parezca, existe un engranaje muy complicado que no admite errores, no hay posibilidad de corregirlos una vez cometidos.
Lo de recibir ayudas públicas para montar sus obras no parece ser lo suyo, ¿me equivoco?
No se equivoca en absoluto. Las ayudas públicas sólo deben estar para grandes proyectos de indudable interés general cuyo coste los haga inviables para la iniciativa privada. Me siento muy orgulloso de no haber pedido ni recibido subvención alguna jamás. Creo que llevo siempre los mejores decorados, vestuarios, etc… que se pueden ver en teatro no musical, y le puedo asegurar que los he amortizado todos ¿Son caros? Sí, pero cuando veo los presupuestos que presentan para obtener subvenciones algunos montajes teatrales que triplican el coste real me parece indignante. Como me parece indignante que los espectáculos subvencionados tengan preferencia para entrar en teatros que pagamos todos, lo que es de hecho una segunda subvención, y además reciban una tercera, porque no van a taquilla… Y por si fuera poco, cierran el paso a quienes se juegan su propio dinero y sí dan beneficio a los teatros. Siempre he creído que la libre competencia es la mejor manera de espolear la creatividad.
¿Qué valora a la hora de elegir un título determinado?
Que sea un texto ágil, divertido pero con un humor elegante e inteligente. Que tenga situación… Y últimamente que no tenga demasiado reparto.
¿No piensa que si fuera por ejemplo francés tendría casi la consideración de monstruo sagrado, de institución de la escena? No hablo de popularidad, pero ¿siente que su trabajo es suficientemente reconocido y respetado?
No sé qué sería en Francia. Si es cierto que Francia adora a sus artistas. Sinceramente me siento reconocido y respetado por el público, al que yo, por otra parte, respeto por encima de todo. De verdad que siempre me sorprende gratamente el afecto con el que se me trata en la calle.
¿Cómo concibe el teatro?
Para mí el teatro es una pasión. Es un hecho único, un momento irrepetible, ajeno a todo filtro que mejore o distorsione el resultado. Por eso el teatro sigue vigente aun cuando implica un esfuerzo mucho mayor para el espectador que un click en el mando a distancia o en el ordenador…
¿Cuánto tiempo dedica al montaje de una obra y a los ensayos?
Una vez decidida la obra, cerrado el reparto y aprendido el papel, unos dos meses de ensayos. El diseño y ejecución del decorado, la elección del vestuario, la música, todo el atrezzo, la iluminación… Más o menos cuatro meses.
¿Se siente más cómodo actuando o dirigiendo?
Me siento más cómodo actuando si me he dirigido yo. Conozco mejor mis registros. Pero en las pocas ocasiones en las que he sido dirigido en teatro, me he sentido muy a gusto.
Sobre el escenario da la atención de estar muy atento a las reacciones del público y marcar siempre el ritmo de la función que usted quiere. ¿Tanto controla o se puede controlar en escena?
No es exactamente estar atento a las reacciones del público, pero sí es cierto que percibo su pulsión, noto cuando hay un momento, una situación que les interesa y hay que pontenciarla o cuando puede decaer la atención o el interés. Y aunque ya desde los ensayos se puede saber qué momentos son risa, emoción o atento silencio seguros, lo cierto es que en cada función el público reacciona con matices distintos. Cada función es un estreno.
Hizo un Don Juan con Albert Boadella, que aprovechó sus registros desde otras perspectivas, ¿cómo recuerda esa experiencia?
Fantástica. Fue muy enriquecedor trabajar con él. Es un genio creativo, un magnífico director y tiene muy claro el resultado que quiere obtener. A fuerza de ser sincero, he de reconocer que me sorprendió, no el éxito del espectáculo que firmado por Albert estaba asegurado, sino que se apreciara tanto mi actuación. Para mí es mucho más sencillo interpretar con tintes dramáticos que hacer comedia.
¿No se ha planteado o, dicho de otra forma, no echa de menos haber interpretado alguna de esas obras universales de prestigio, un Shakespeare, por ejemplo?
Pues, sinceramente, no. Creo que después de tantos años con mi propia compañía si hubiera echado de menos interpretar un drama clásico, lo habría hecho.
¿Se vería haciendo de rey Lear?
Me vería, como me vi de Don Juan y de Comendador en la función de Boadella. Pero creo que el público, que es soberano, no quiere eso de mí.
La comedia tiene menos prestigio cultural que el drama, ¿qué es más difícil?
Coincido con Groucho Marx en que un actor de comedia tiene capacidad para hacer drama, a la inversa es más difícil. La comedia requiere una flexibilidad, una naturalidad que el drama no precisa. Hablo de comedia, no de farsa o esperpento. Creo que la alta comedia es el género más difícil de interpretar.
Usted habla maravillas de su público y en tiempos, cuando había dos funciones, estaba encantado con las señoras de la hora de la merienda. ¿Cómo es ahora su público?
Imagino que seguiran merendando… Tengo la suerte de mantener un público fiel, que ha ido incorporando a sus hijos, ¡y a sus nietos!, que valora el teatro como lo que es: un hecho único e irrepetible. El público que valora el teatro es siempre el mismo aunque cambie de generación. Para mí el público siempre será el gran protagonista de cada función que interpreto.
Ha hecho también bastante televisión, un medio que da popularidad ¿pero qué más le ha aportado?
Tanto la serie televisiva Truhanes como La casa de los líos fueron experiencias muy gratificantes humana y profesionalmente hablando. Ahora, pasados los años, me gusta cuando se me acercan jóvenes de veintitantos que eran fans absolutos de Arturo Valdés cuando eran niños. Pero reconozco que mi medio natural es el teatro. Ya cuando hacía tanto cine, mi meta era hacerme un nombre que me permitiera ser cabecera de cartel teatral y tener mi propia compañía.
Ha recibido distintas distinciones a lo largo de su carrera, ¿pero no le parece que la que tiene mayor mérito es ser hijo adoptivo de Oviedo habiendo nacido en Gijón?
Ser hijo adoptivo de Oviedo siendo hijo predilecto de Gijón es verdad que es poner una pica en Flandes. Estoy orgullosísimo de ambas generosas distinciones. Soy asturiano en ejercicio, mi tierra es otra de mis grandes pasiones, me parece una región bellísima que sabe vivir su identidad sumando a la grandeza de España y no restando.
¿Qué se siente cuando a uno le erigen una estatua como usted tiene en Priañes?
Un orgullo y una gran responsabilidad: la de no defraudar nunca a mis paisanos que me creyeron merecedor de ello.
Tiene una Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (2003) y otra al Mérito en el Trabajo (2013), ¿cuál se merece más?
Ambas son un honor y un acto de generosidad por parte de quienes me consideraron merecedor de ellas. Sinceramente, creo que para ambas hice méritos, aunque también creo que son muchísimas las personas que los han hecho y no las han recibido.
Usted separa escrupulosamente la vida profesional de la privada, ¿ha tenido alguna vez dificultades para hacerlo?
No, nunca. Es una cuestión de discreción, de educación y de respeto. Siempre he respetado mucho a los periodistas, he sido consciente de que en una profesión como la mía, su trabajo nos ayuda… Y he tenido la suerte de que ellos me han respetado a mí. También es cierto que he tenido una vida personal muy poco dada a escándalos.
Ha recibido críticas por sus posiciones políticas conservadoras, ¿le importa?
Lo que me importa es el sectarismo que demasiado a menudo impregna esta profesión. El arte no debe tener ideología; el actor sí puede tenerla y es libre de manifestarla, pero no de despreciar la labor de los que no piensan como él. Yo soy conservador y tan libre de expresarlo como el que se declara “progresista” (que, dicho sea de paso, es un término que nunca entenderé por qué se lo ha apropiado la izquierda), pero eso no me hace ni mejor ni peor actor.
Para terminar, ¿qué le queda por hacer? , ¿está satisfecho de su carrera?
Estoy bastante satisfecho de mi carrera y de haber llevado una trayectoria coherente en lo personal y en lo profesional. Estoy especialmente orgulloso de ser la compañía teatral con más duración de la historia del teatro español. ¿Qué me queda por hacer? En esta profesión nunca se termina de llegar… Sólo se mantiene con afán de superación. La verdad es que siempre tengo nuevas metas, nuevas ilusiones en todos los ámbitos de la vida, busco nuevos proyectos. Es la mejor manera de no envejecer, sobre todo de no envejecer ni de mente, ni de alma.