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Asesinatos machistas y gestación subrogada

 

Son analizables la una cosa sin la otra, pero en conjunto, nos dan una idea bastante precisa de cómo la sociedad piensa a las mujeres. Por un lado, nos encontramos, sorprendentemente, con la ausencia completa de alarma ante el goteo sin cesar de asesinatos machistas. En 2017, hasta el día 13 de febrero, siete eran las víctimas mortales por violencia de género en España. En 2016 fueron 44, en 2015, 60, en 2014 y 2013, 54… En los peores años de los más recientes, el número de asesinatos superó los 70, como en 2010, en 2008 o en 2007, por ejemplo. ¿Se imaginan que cada año en nuestro país se matara a más de cincuenta, hasta cerca de ochenta, empresarios?, ¿a más de cincuenta futbolistas? Desde 1999, 1.100 mujeres han perdido la vida asesinadas por violencia de género. En toda su historia, la sangrienta organización terrorista ETA mató a entre 829 y 859 personas, según la fuente que utilicemos (bien Interior, bien el Gobierno vasco, bien las asociaciones de víctimas). En los años más cruentos de ETA, entre 1978 y 1980, la organización asesinó entre 66 y 92 personas. A partir de ahí, se redujo la actividad terrorista y los asesinatos al año eran entre treinta y cincuenta, para declinar más adelante, y teníamos, con razón, la sensación de vivir en un ‘ay’ permanente, que no sentimos, como sociedad, con los asesinatos machistas. ¿Qué nos pasa?

 

Las muertes por violencia de género suponen el 15% de todos los homicidios que se producen en España. Y no es sólo que no haya alarma, ni casi movilización social, tampoco se ponen medidas para frenar esta catástrofe que sólo es la punta del iceberg de una grave enfermedad social de acuerdo con la cual la mitad de la población está en riesgo potencial de muerte por el mero hecho de ser mujer sin que la sociedad se preocupe, se alarme, por ello, o analice por qué sucede y reclame su solución. En lugar de eso, en circunstancias tan trágicas como éstas, el feminismo es objeto continuo de mofa (¡qué hartazgo!), cuando no de insulto.

 

Las medidas necesarias no deben ser sólo policiales o judiciales. No se trata sólo (aunque sea imprescindible e irrenunciable) de evitar una muerte aquí y ahora con efectivas medidas de alejamiento y protección de las mujeres concretas amenazadas con una infraestructura suficiente, pero que no las aísle, que no les haga sentirse culpables, que no las estigmatice. De lo que se trata es de eliminar el sustrato cultural machista que alimenta y explica la violencia. La sociedad ha de tomar conciencia y acabar con esta lacra debe ser una tarea seriamente asumida en las escuelas y en las familias. La educación en la igualdad debería ser tenida tan en cuenta como los siempre cuestionables exámenes PISA: en ella también deberían competir los colegios y los países.

 

Hemos de recuperar el lema histórico feminista de “lo personal es político” y explicar la violencia de género en términos culturales y políticos, no solamente criminales. Podríamos decir que la violencia de género es violencia política porque en ella subyace la ideología machista, el supremacismo masculino, el patriarcado.

 

Pero con el esquema actual ni se evitan muchos asesinatos ni se pretende avanzar en la educación en igualdad, que sería la verdaderamente eficaz vacuna contra la violencia de género.

 

En lugar de eso, y es la segunda cuestión a que nos referíamos al principio, se comienza a debatir seriamente sobre la gestación subrogada, como si las mujeres fueran los antiguos hornos comunitarios de los pueblos en los que, por turnos, iban sus moradores a cocer el pan. Como si el papel de la mujer en la sociedad fuera el de proveer de hijos a quienes los desean. Antes era al marido, para proporcionarle un heredero, mejor varón que mujer, por supuesto, y ahora a toda la sociedad y mercantilizando la transacción, como ocurría en la antigüedad con las nodrizas que daban de mamar a los hijos de las señoras privándoles a sus propios hijos de alimento por obligación y por necesidad.

 

La maternidad subrogada entraña problemas sobre cómo se entiende el papel de la mujer en nuestras sociedades, es decir, es una nueva batalla que ha de librar el feminismo. Un feminismo que probablemente se halla más desarmado que en el pasado, porque se ha olvidado de la lucha por la igualdad para encargarse de destacar las diferencias culturales que en parte entroncan con la biología. ¿Por qué se habla insistentemente y también desde la izquierda de la cultura de las mujeres ligándola al cuidado y a los valores que tradicionalmente se han atribuido a las mujeres sólo para inculcárselos? ¿Es esta concepción del feminismo que se ha rescatado del pasado y que consiste en la reivindicación de lo culturalmente asumido como femenino en realidad un enemigo para abordar luchas como la de la maternidad subrogada?, ¿es la idea de libertad como bien supremo, sobre todo para las mujeres, por su reciente y precaria conquista, así como la de libre disposición del cuerpo para mercadear con él, otros duros argumentos a batir por parte del feminismo en esta nueva batalla?, ¿por eso lo progresista, para algunos, es convertir en legal la gestación subrogada?

 

Pero la maternidad subrogada no sólo es una cuestión feminista, no sólo tiene que ver con la idea que esta sociedad tiene sobre la mujer. También es una cuestión clase. No hay que olvidar que la libertad la mayoría de las veces sólo tiene que ver con los muchos o los pocos medios que uno tenga a su disposición.

 

 

 

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