Creo que pertenece a una novela de Paul Auster. No estoy seguro porque no la he leído. Pero sé que el primer párrafo es muy bueno, porque la gente lo comparte mucho. Habla sobre todo eso que nos resulta ajeno, sobre todo eso que pensamos que jamás nos sucederá y que, sin embargo, nos termina sucediendo. El autor lo escribe mejor. Pero viene a decir eso: a todos nos termina salpicando la vida.
La pandemia del coronavirus ha provocado que todos los ciudadanos tengamos que confinarnos en nuestras casas. Para evitar el contagio, tenemos que evitar el contacto. Así de sencillo. Y en eso estamos todavía, aunque poco a poco, en función de los acontecimientos, van reduciendo nuestras restricciones. Solo tenemos que quedarnos en casa y esperar a que todo pase, a que nos confirmen que podemos salir a la calle.
Pero quedarse obligatoriamente en casa puede provocar situaciones muy difíciles. Por ejemplo, puede suceder la muerte. Cruzamos los dedos, o rezamos, para que no nos salpique, para que todos estén bien. Pero al final pasa lo del párrafo de Paul Auster. Se muere un familiar, y comprobamos que las restricciones derivadas del coronavirus también se aplican al rito de la muerte.
Llevamos muchos días celebrando el entierro más triste posible. Sin despedidas a los que se van ni abrazos a los que permanecen. Y no hay consuelo para eso. Ojalá pudieran consolar las palabras, ojalá suplieran, al menos, lo que nos quita el distanciamiento. Pero no hay nada que decir.
No seremos mejores ni peores cuando todo termine, tan solo seremos menos. Nos reuniremos y recordaremos los buenos tiempos, como se ha hecho siempre. Y nos quedará la memoria. Así funciona esto.