La Plaza de los Mártires se prepara para acoger a los “iracundos” manifestantes que mostrarán al mundo su enojo por la película blasfema contra Mahoma. Caras resignadas en el carisisímo hotel Le Gray situado en una esquina de la plaza. Dos mil dólares la suite para que día sí día no grupos extremistas de lo más variopinto alboroten debajo de tu balcón con esas uñas mejilloneras ahogadas por la mierda exigiendo que el paraíso sea un poco más puro, un poco más casto.
Del Cervantes han huido despavoridos hace un par de horas por temor a que alguien quiera inmolarse dentro del edificio con las películas de Almodóvar. Los tanques de un verde impoluto por la falta de uso se han apostado, una vez más, rodeando la plaza; la prensa espera la llegada del jeque salafista de moda, Ahmad Assir, famoso en el país por haberse autoerigido como voz de los suníes a falta de un teleñeco Hariri demasiado ocupado en que le quiten bien el polvo al salón de los directos parisinos vía satélite.
El tráfico cortado y las sillas perfectamente colocadas como si esto fuera un vulgar simposio a favor del secreto bancario en Lucerna dejan a los salafistas en un terrible lugar. Una imagen con la estrella de David consumida por las llamas se alza detrás del atril. La falta de imaginación del road manager del jeque resulta perfectamente compatible con el gran desafío intelectual que suponen algunos de los presentes gritando “Muerte a América” vestidos con sus polos de Tommy Hilfiger. Ninguna hoguera, ningún misil de corto alcance, nada de cimitarras ni de kilos de goma dos adosados a las barbas: los salafistas han venido a dar un mitin.
Niñatos pubertosos atraviesan la plaza en sus vespinos haciendo ondear banderas. Que Beirut es la ciudad con más gays de todo Oriente Medio lo demuestra la penúltima concentración del día. Maricas, chaperos, guapitos con sus camisas Ralph Lauren, barbudos con gafas Ray-Ban y un inestimable potencial como secundarios de peli porno, guardaespaldas de cualquier mindundi, islamistas en sábana y chanclas, lo mejor de cada casa y Atapuerca exhibiendo el “monumental cabreo” que sienten a falta de un buen botellón y una discoteca de carretera en la que expulsar todo el veneno acumulado en esos bajos interiores a los que nunca acarició la primavera árabe.
Tampoco faltan las típicas fotos de ellos posando con la bandera del Ejército Libre Sirio mientras ellas, sus buenas mujeres apartadas a un lado, alimentan a sus hijos con cualquier pastelito cancerígeno pagado por ese ínclito jeque que ya ha ordenado que desaparezcan los cientos de sillas libres que evidencian la cruda realidad… Dos fantásticos Lamborghini Diablo han escoltado hasta las puertas de la catedral de San Jorge a una novia rodeada de tipejos con aspecto mafioso y de zorras operadas en algún 2×1. Con la caída del sol la multitud se dispersa entonando cánticos festivos que le desean la muerte a Hassan Nasrallah. Alegres, entretenidos, como guían siempre los grandes a las ovejas al matadero…