Llega el día del viaje, el viernes en la tarde: D dará una conferencia en Atenas y L y M le acompañan. Él dará su conferencia el lunes y tendrán todo el fin de semana para recorrer la ciudad. Salen de Barajas y, tras cuatro horas de vuelo, aterrizan en el aeropuerto Eleftherios Venizelos de Grecia. Son las 11 de la noche cuando llegan al hotel. M está dormida. Felizmente, la cama supletoria de la habitación está lista.
A la mañana siguiente desayunan en el hotel: tostadas, huevos revueltos, aceitunas, queso feta, macedonia de frutas y yogur… En la mesa del comedor, planean el itinerario. Prefieren caminar por su cuenta. La familia detesta los recorridos organizados por empresas turísticas (D tiene amigos que son guías turísticos y conoce la fascinación por inventar historias para impresionar a los turistas). Una ciudad se conoce mejor sin intermediarios.
Revisan el mapa y constatan que están muy cerca de la Avenida Vasilisis Sofías, una de las más bonitas de Atenas. Deciden comenzar el recorrido a la altura del Palacio de la Música. M, de dos años, ya está sentada en su cochecito ultraligero. Comienza el paseo.
La avenida congrega edificios hermosos, muchos de ellos son sedes de embajadas o consulados; el Parque de la Libertad, y varios museos como el de la Guerra, el Museo Bizantino y el Museo Benaki. El único inconveniente son las aceras: no están hechas para coches de bebés. Siguen hasta el Parlamento, un edificio neoclásico que fue antiguo Palacio Real y, enfrente, se encuentra el Monumento al Soldado Desconocido, custodiado por dos evzones, soldados que visten faldas y que hacen el cambio de guardia cada hora en punto. Curiosa exhibición.
Frente al Parlamento está la Plaza Sintagma y para llegar a ella tienen que atravesar la avenida Amalia. Hay un semáforo con un paso de cebra, pero a la familia no le queda otra opción que mimetizarse con el resto de los peatones, porque como comprobarán en reiteradas ocasiones de su paseo, sortear los coches en los pasos de peatones y en las aceras en algo muy común en Atenas. Por fin llegan a la plaza, con sus comercios de ropa, comida rápida, panaderías… no les apetece mucho recorrerla, así que continúan el camino que les conduce a la Plaka, parte del casco antiguo de la ciudad llena de tiendas turísticas, hostales y lugares donde comer o tomarse un café. Quieren conocer la parte alta. D pliega el coche de M, y suben las escalinatas para pasean por las callejuelas. A M le gusta mucho ver tantos gatos que se pasean por los alrededores de las casas de paredes blancas y balcones de madera.
Después de varias horas de caminata, el hambre se manifiesta. Vuelven a la parte baja de la Plaka y entran a un restaurante. Ensalada griega, hojas de parra rellenas de carne y arroz, y brochetas de carne, lo típico, para los padres. Y para la niña, pollo y arroz. Tras la comida se dirigen a la Acrópolis, pero en taquilla les advierten que no les queda mucho tiempo para hacer el recorrido ese día. Además M tiene que descansar después de tanta caminata, así que prefieren volver al día siguiente.
El domingo se levantan temprano, han quedado en la recepción del hotel con A, que también ha sido invitado a dar la conferencia con D, para visitar la Acrópolis. Llegan al complejo y compran las entradas, 12 euros por personas. Inician el recorrido. M disfruta subiendo y contando los peldaños que sirven de antesala al Partenón. Y observando a los gatos que pululan por el área. Una vez que llegan a la cima de la colina quedan maravillados por lo imponente de la edificación. A, que es aficionado a la fotografía, inmortaliza el momento con una imagen de la familia y las columnas del Partenón de fondo. Se toman un momento observar la ciudad, el cielo está totalmente despejado. M está junto a su padre, le dice que todo es muy pequeñito ahí abajo.