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Decía mi bisabuela “la indiana” que a una mujer se le reconoce el dolor en el latido de su voz y que su alma se asoma en los silencios porque en ellos la voz se hace más fuerte.
Primeros años del siglo XX y una joven Antonia, así se llamaba mi bisabuela, y su marido, llegaban al puerto de Las Palmas de Gran Canaria, cargando únicamente con lo que les cabía en un pañuelo atado. De allí partirían en busca de mejores nuevas al prometedor horizonte, una esperanza que llevaba por nombre “Cuba”. Y de allí salió en una enorme embarcación, la misma que años más tarde la traería de vuelta. Ella volvió sola, pero pocos lo hicieron. Regresó sin hombre, viuda. Esta vez sus manos apretaban fuertemente la de los cinco hijos que se traía consigo. Volvía Antonia y con ella el saber y la intuición que dan la supervivencia y que le merecieron un título que sólo se le atribuía a los hombres que volvían de guayabera, exhalando el humo de un habano.
Antonia, La Indiana, se trajo de Cuba el arte de palpar el alma con apenas oír la voz de la persona a estudio. Con su sexto sentido podía descifrar lo que escondían las palabras. Sólo ella sabía que los silencios también suenan, silban. Decía que el dolor no se alojaba necesariamente en una voz fuerte ó áspera, sino que se trataba de un latido distinto, de un pulso que se quedaba instalado para siempre en la garganta y que cambia la voz para siempre.
Este reportaje recoge la voz de mujeres que, como Antonia, emprendieron un viaje hacia un futuro mejor y se encontraron con el dolor. Se trata del testimonio y las vivencias de las mujeres subsaharianas que en busca del sueño europeo conocen el infierno en su viaje hasta Marruecos, donde quedan bloqueadas indefinidamente. Mujeres y niñas sometidas sistemáticamente a la violencia sexual por parte de los delincuentes que encuentran a su paso ó por los que componen las redes de tráfico de personas con las que se desplazan. Sólo entre mayo de 2009 y enero de 2010, una de cada tres mujeres atendidas por Médicos Sin Fronteras en Rabat y Casablanca admitió haber sufrido uno o múltiples episodios de violencia sexual, en su país de origen, en el trayecto, o a su llegada a territorio marroquí. Una cifra elevada teniendo en cuenta que la mayoría de las víctimas no confiesan lo ocurrido por temor a represalias debido a su situación ilegal. (Todos los testimonios que protagonizan estas líneas pertenecen a entrevistas grabadas por profesionales de Médicos Sin Frontera)
Marienne, desde Camerún. La voz de la nostalgia
Marienne es el nombre ficticio de una voz extremadamente dulce, un rostro de perfil que apenas vislumbramos en la sombra, un paisaje de fondo de palmeras y una historia atragantada en sus cuerdas vocales. A Marienne la casaron con dieciocho años, un enlace marzazo por bastonazos y golpes; un hermano al que violaron y estrangularon; y ahí terminan los recuerdos. Solo otro lugar, Bamako, y una huída hacia delante en busca de algo mejor. Sus pies le llevaron a Marruecos, en el camino fue obligada a mantener relaciones sexuales con hombres a cambio de algo que comer. Tiene unas pestañas que no paran de moverse hasta que se detienen obligadas por el silencio y el llanto…
Alice, desde Congo. La voz de la guerra
Huyó de la guerra en su país y buscó un sueño. Lleva cinco años en Marruecos. Alice pronuncia cada palabra con sinceridad y contundencia, las mastica y tras cada una se le escapa ese hilo de voz que es un suspiro de apenas una milésima de segundo que ahoga su dolor. La violaron en medio del desierto, el mismo que se traga las palabras, donde por mucho que grites nadie puede oírte, porque los gritos siempre terminan dándose de bruces contra la arena.
A Alice todavía le duele la cabeza por los reiterados golpes que le dieron los hombres que la forzaron y que le dejaron la secuela de un hijo. Las frases se agolpan… “Otro día cogieron a una niña. Una joven. 18 años. Diclette… La chica estaba enferma… de repente enferma. Yo lloraba. La niña gritaba. A ellos les daba igual. La joven gritaba. La joven gritaba. Hasta que la muchacha quedó destrozada. Ella no podía… eran dos hombres…no podía”.
Su voz sigue firme mientras narra su historia, aparece un suspiro que se entrecorta por las imágenes que invaden sus pensamientos. “Es duro. No es fácil. No es fácil para las mujeres realmente…violan…de verdad que nos fácil. Es muy duro. Tuve un hijo al que nunca deseé… al que nunca en mi vida le pude decir que yo no le quise parir. Por culpa de la violación. Crees que al llegar a Marruecos serás feliz. Te hundes cada día más. Mucho sufrimiento. (…) Había una niñita de 7 años. Su madre … Yo no podía ni hablar. Si lo hacía me mataban. Me obligaron a mirar. Yo sólo podía rezar: “¡Dios, no permitas este sufrimiento…ayúdanos”.
Mueve la cabeza pero su cuerpo se mantiene rígido, acaso protegiendo el cobijo de lo que duele muy hondo. Mientras habla, sus manos parecen querer apresar el aire y retenerlo un instante. Unos dedos que cuentan el dolor de la humillación en esas rutas en las que han llegado a obligarlas a comer excrementos de otra persona. Sus ojos tampoco olvidan a los niños que vio morir deshidratados, ni el número de veces que ha sido violada, una cifra demasiado alta para pronunciarla y sumarla, porque la violación siempre multiplica.
Precious, desde Nigeria. La voz de la dureza
Precious salió de su país en 2003 porque no tenía nada que echarse a la boca. Es joven y fuerte, y posee una voz que parece salir de una caverna. Honda y rocosa, sin suspiros, muy limpia. No se esconde en la respiración entrecortada, su voz da la cara. Unas manos que también denuncian, quieren hablar y tienen potencia para hacerlo.
Mientras va relatando su historia, Precious enrolla un papel amarillo que parece un mensaje de los que se encuentran en el interior de las botellas que se tiran al mar. Quizás sea eso, un mensaje de denuncia, que cuente su historia y que esté dando la vuelta al mundo hasta encontrar refugio en algún puerto. Un testimonio que podría representar a otras tantas, y quizás cambiar un pedazo de este mundo.
Precious vive atrapada en Marruecos, sin dinero, sin nadie que le ayude, sin trabajo y con un hijo, fruto de una violación, con el que mendiga por las calles.
“Muchas chicas están sufriendo en Ujda -al norte de la frontera entre Marruecos y Argelia-. Por ejemplo, ellos actúan en esta casa. Cogen a una o varias mujeres, las traen y las encierran aquí. Cuando quieren, vienen y les dan de comer, y si no quieren, simplemente te dejan allí. Así, hasta que les pagues el dinero que te piden, o si tienes a alguien en Europa que les envíe el dinero. “Si no nos pagas, te dejaremos aquí, te podemos pegar”, dicen. Y así pueden pasar años, uno, dos años, o más. (…)
Ellos las violan. Sobre todo en Maghnia (misma frontera en al parte argelina) violan a las mujeres. Cuando llegas, dices que no quieres estar con ningún hombre y te violan. Y no será uno el que lo haga, serán más de…a veces, quizás cinco. Sí las violan. Cada día. Las violan. Allí en Maghnia violan a las mujeres. Muchos hombres que estuvieron allí confirman que las violan a todas. Si no aceptas lo que dicen, te puedes morir, te pueden matar allí mismo. La gente se muere frente a los ojos de los demás, así es como lo hacen. A ellos no les importa Europa, no lo necesitan. Ellos llevan años gobernando el lugar”.
Aurelie, desde Camerún. La voz de la secuela
Su voz es profunda y ronca, no se apaga por el llanto. Aunque respira entrecortada, su verbo no se detiene, roba aliento al aire y continúa. Su sollozo es silencioso y hondo. En su viaje hacia Europa, primero llegó a Nigeria, donde estuvo unas semanas, después fue a Benín y permaneció casi un mes, luego Mali otra temporada en la que fue violada por primera vez. En Marruecos volvió a sufrir abusos sexuales por un hombre que le contagió el VIH. “Me cogió por la fuerza. Yo estaba en su sofá. Al intentar forcejear con él, comenzó a pegarme. Me dijo que iba a violarme, que no creyese que yo… acababa de llegar a Marruecos. No había nadie delante. Ese día me golpeó mucho. Luego dejó de pegarme… Yo dejé de resistirme porque me había golpeado mucho. Como me dejé hacer, él acabó. Terminó de hacer lo que quería hacer y se levantó. Y me dijo: “¿Creías que eso te iba a matar?”. Me levanté lentamente, me vestí. La ropa que tenía puesta ese día me la había desgarrado. Mis pantalones, tenía unos pantalones… no sé cómo lo hizo: los botones saltaron, la cremallera se estropeó (…)”
Sus voces representan las de tantas mujeres subsaharianas con historias parecidas que contar. Mujeres que soñaban con Europa y que se encontraron con un camino tortuoso cuyo lugar de tránsito más cercano fue Marruecos, un lugar que las atrapó y que no les dejo seguir adelante, ni dar marcha atrás. Esta situación de bloqueo se ha agravado en los últimos años por el endurecimiento del control de las fronteras externas de la Unión Europea, y por las políticas de expulsión de los migrantes en situación irregular. La ONG Médicos Sin Fronteras es testigo directo de cómo estas políticas afectan a la población femenina migratoria. No es fácil transitar por las rutas tradicionales, por lo que los migrantes tienen que sortearlas emprendiendo viajes más largos y peligrosos.
La mayoría de las mujeres en ruta proceden de la República Democrática del Congo (RDC), en especial de las zonas afectadas por el conflicto bélico interno, de Nigeria (mayoritariamente de las etnias Ibo y Yoruba, las más excluidas en el reparto de la riqueza en este país), de Camerún, Congo-Brazzaville, Costa de Marfil o de República Centroafricana (RCA). Huyen de sus países porque existe un conflicto armado, por sufrir una persecución política o porque eran víctimas de algún tipo de violencia; otras también huyen de la pobreza.
Según el Informe de violencia sexual y migración de Médicos Sin Frontera publicado en 2010, se estiman en unos 4500 los migrantes que se encuentran bloqueados en Marruecos. Los casos de violencia sexual no sólo son constantes sino que además han ido en aumento desde julio de 2009.
Las niñas y mujeres jóvenes son las principales víctimas de este periplo. Sus edades oscilan entre 2 a 40 años, de las cuales el 21,5% son menores de edad y un 10% menores de 16 años. Sufren lo que se denomina violencia acumulativa: violadas en sus países de origen, vuelven a ser víctima de estos abusos a lo largo del camino, y terminan siendo nuevamente atacadas en la frontera o en territorio marroquí.
Dispuestas a borrar su pasado, emprenden un camino que está lejos de lo que pudieron soñar. Viajan en condiciones extremas, hacinadas durante días en los pick-ups que atraviesan el desierto, sin dormir, comer y apenas sin agua. Algunos tramos los hacen a pie para evitar los controles policiales, y a menudo experimentan la perdida de otros compañeros que van muriendo en el camino. Viajes a los que se suma la violencia sexual que sufren a manos de la delincuencia organizada o por individuos que se aprovechan de su vulnerabilidad.
Existen puntos especialmente conflictivos. El trayecto fronterizo entre Argelia y Marruecos es uno de los mayores focos de violencia sexual porque la peligrosidad es una constante. En Maghnia, ciudad más cercana a Marruecos del lado argelino, donde se concentran grupos de migrantes subsaharianos que quieren entrar en Marruecos por Ujda, el 59% de las 63 mujeres encuestadas por MSF sufrieron violencia sexual. En esta región la recién llegada es “de quien quiera”. “No puede negarse, no puede irse, todo se paga con sexo. Aunque vaya con su bebé o con su hijo, toda mujer debe pasar por lo mismo”, declara un hombre migrante subsahariano que estuvo en la zona.
Una vez en Marruecos, muchos quedan atrapados sin poder regresar a sus países ni proseguir el viaje. Así sus sueños de llegar a Europa acaban sepultados. Además de todos los deseos perdidos, las mujeres esperan que no las violen más. Pero también allí sufren agresiones sexuales, tanto de delincuentes comunes como de otros migrantes de su entorno. De las 63 mujeres entrevistadas, un tercio afirmó haber sufrido alguno de estos abusos sexuales en Marruecos.
La situación de irregularidad de estas mujeres y, en algunos casos, estar bajo el yugo de las redes de tráfico de seres humanos, hacen imposible que denuncien su situación. De todos los casos conocidos por MSF sóllo una mujer denunció la violación de forma inmediata ante las autoridades. El denunciado alegó que actúo tras el consentimiento de la víctima y fue absuelto.
Los migrantes que logran llegar a Marruecos lo hacen con la salud deteriorada, con distintas patologías fruto de los largos trayectos realizados y por las precarias condiciones de vida o las dificultades para acceder a los servicios de salud. Dentro de esta población, una vez más, las mujeres víctimas de violencia sexual suponen el segmento más vulnerable. Del total de mujeres que accedieron a dar su testimonio a MSF, el 23% quedaron embarazadas como consecuencia de las violaciones. Además, el 35% tenía distintos problemas de salud sexual y reproductiva y el 33% manifestó problemas psicológicos derivados de la violencia sexual sufrida.
MSF no sólo les da apoyo médico sino que lucha por encontrar una solución a esta problemática. La ONG considera que las medidas llevadas a cabo por ministerios y asociaciones locales son insuficientes para atajar la compleja situacion. Las células de protección legal en algunos tribunales y a nivel hospitalario, además de ser recursos desconocidos por las víctimas, son sólo un parche. Evitar la detención y expulsión de las mujeres que deciden denunciar en las comisarías, ayuda psicológica adaptada a las necesidades culturales y lingüísticas de cada mujer u ofrecer protección legal a aquellas que logran escapar de las redes de tratas de personas son algunas de las necesidades más inmediatas.
Retazos de esperanza
Son muchas palabras, muchas voces y muchos responsables, Marruecos, la Unión Europea, el mundo… y mientras, sus voces, las voces de las más desfavorecidas, siguen transmitiendo su dolor en esas cuerdas rotas. Siguen adelante con sus vidas, albergando la esperanza de lograr el sueño, acaso otro distinto, pero al fin y al cabo un sueño…
Marienne pide a la gente de Europa que piensen por un instante en los emigrantes del Magreb. “¿Quién intenta ayudarnos? No llegas nunca a salir adelante, a valerte por ti mismo. No venimos a Europa por placer. Lo que pasa es que, verdaderamente, nunca llegas a apañártelas, y a menudo no hay otra solución. Hay personas que mueren en el mar, y que quizás no están orgullosos de venir y de arriesgar la vida de esta forma. Desde que estoy en Marruecos ha habido cuatro naufragios. Gente que yo conocía, personas que he visto antes de que subiesen a esa patera. Me gustaría vivir en un lugar donde se reconozcan los derechos humanos. Me gustaría vivir como todo el mundo. De hecho, me gustaría tener la posibilidad de encontrar un alojamiento. De cuidarme…, de comer…, de trabajar…, de tener una vida normal…”.
Alice da gracias a Dios porque está viva. Sabe que haber sufrido tanto le permitirá salir adelante. Anhela poder ayudar a las mujeres que le siguen en su familia, a esa casta de niñas que pronto serán mujeres, para protegerlas de las garras del infierno. Agradece no haber contraído el SIDA mientras pronuncia la palabra triunfo. Eso es lo que quiere, triunfar en la vida. Porque, a pesar de todo, Alice sigue soñando. “Debo triunfar después de todo lo que he visto… debo tener éxito en mi vida”.
Alice, Precious, Marienne… son su propia voz y la de quienes no tienen fuerza para hacerlo. Representan el silencio de las que callan. Entendieron que sólo el aliento de sus voces puede exhortar tanto dolor.
Decía mi bisabuela la “indiana” que sólo escupiendo el veneno del recuerdo se puede albergar alguna esperanza…