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Atreverse a educar

 

Hace unos días escribía un artículo titulado Mi alegato contra España. Se trataba de una reflexión sobre muchos de los males que rodean a la España del siglo XXI, y males que parecen, en muchos casos, connaturales a la sociedad española de cualquier época de la historia. Algunos amigos me decían que el artículo contenía mucha rabia, ira… Es posible, pero también impotencia. Y es que hablaba de la España de la corrupción, la incultura, la trampa y la legitimidad dada a esa España gracias a la pasividad de una gran parte de la ciudadanía.

 

Algunos de esos amigos me decían que ahora me tocaba escribir el lado positivo, otros que escribiera algo proponiendo alternativas. Y eso es mucho más difícil. Pero vamos a intentarlo. Mi alternativa se llama educación, a la que tengo la suerte de dedicarme desde el año 2005, tiempo suficiente para apreciar los muchos fallos del sistema educativo, la existencia de profesores que no valen para esto, la ineptitud de una política que busca el voto y no el progreso de nuestros más jóvenes… Pero tiempo también para ver a profesores con muchos años en la profesión y que cada día te enseñan algo nuevo, profesores que buscan todas las maneras posibles de adaptar nuevas metodologías que se están aplicando en otros centros educativos con bastante éxito, profesores que no se quedan de brazos cruzados ante la ola de recortes que sacude nuestro país y que enseñan a sus alumnos no solo matemáticas, lengua, literatura, ciencias o historia, sino también la necesidad de fomentar entre sus alumnos un pensamiento crítico que sea la base que en un futuro no muy lejano permita transformar nuestra sociedad. Y es de estos profesores de los que trato de aprender cada día.

 

Aprender que nuestra función resulta clave para empezar a cambiar el mundo, que cada semana pasan por nuestras aulas más de cien alumnos y que esa es una materia prima vital para fomentar la idea de la reflexión. Esos alumnos que se sorprenden cuando les cuentas el problema de Israel-Palestina y que son capaces de proponerte soluciones, aquellos que todavía se quedan con la boca abierta cuando les explicas el porqué de las fronteras rectangulares de África. Los alumnos que son capaces de reflexionar sobre los motivos de las migraciones y que  preguntan por qué se hacen recogidas de alimentos en navidad y no el resto del año, que si el resto del año los pobres no comen… Los que aprecian la fuerza de la literatura o se preguntan el porqué de las pateras…

 

Y es que no valoramos lo suficiente la enorme capacidad que muestran muchos de nuestros alumnos. No podemos obviar que a pesar de sistemas educativos incomprensibles, a pesar de ratios elevadísimas y de políticos incompetentes, a pesar de medios de comunicación qué solo miran la audiencia, a pesar de padres irresponsables y de alumnos que se niegan sistemáticamente a trabajar en clase, a pesar de pedagogos y psicólogos demagogos, etcétera; a pesar de todo ello, hay muchos jóvenes que sacan sus estudios hacia delante con disciplina, entusiasmo e ilusión. Son esos alumnos que los medios no mencionan, los que van a tener que marcharse de España a buscar trabajo, los que dominan las nuevas tecnologías y los que deben hacernos creer en el cambio y a los que tenemos que dar la enhorabuena por superar sus estudios.  

 

Por eso no debemos olvidar que nuestra labor es clave en ese crecimiento personal del alumno. Nuestra profesión nos permite eso. Tenemos la herramienta más importante que hay para poder cambiar el mundo, la educación. Tenemos la máquina que puede cambiar el mundo, la juventud. Es esa máquina la que puede acabar con las grandes desigualdades del mundo actual, es esa fuerza que atesora la juventud la que debe guiar ese cambio. Es la fuerza que estaba detrás de Nelson Mandela, Gandhi, Rosa Parks, Martin Luther King, Harvey Milk y otros muchos que permitieron cambiar el mundo, cambios que en su momento parecían completamente irrealizables.

 

El camino empieza ahí y es desde ese punto de vista desde el que tenemos que ver nuestra profesión, no como una mera memorización de datos, fechas, conceptos… y sí como la necesidad de permitir un pensamiento crítico sobre nuestro mundo. Esa es la fuerza del profesorado. Cada alumno de secundaria pasa en un día por seis profesores diferentes, cada uno con unas ideas bien distintas de los otros. El alumno escucha a unos y otros y va formando sus ideas junto a lo que escucha en casa, a sus amigos o a la televisión. Y es que uno de los problemas es que creemos que lo sabemos todo y hay muchísimas cosas que debemos aprender de nuestros alumnos cada día.

 

El problema es cuando no escuchamos a nuestros alumnos, cuando miramos para otro lado, cuando no hacemos autocrítica y culpamos a nuestros alumnos y al sistema de todos los males; el problema es que nuestras quejas se queden en la cafetería o en la sala de profesores, el problema es ponerles pegas a todo y no tratar de buscar soluciones. Y repito, tenemos más de cien alumnos cada semana en nuestras aulas. Ahí está nuestra labor. Lo más fácil, mirar para otro lado. Lo más difícil y gratificante al mismo tiempo, atreverse.

 

Y esto no es un mejor juego de palabras bonitas, es algo real que se puede hacer, sí o sí. Una mejor educación pasa por una mayor implicación del profesorado a la hora de plantear nuevas metodologías, pasa por escuchar a los alumnos, pasa por poner un informativo y buscar la raíz de los problemas y escuchar las soluciones que proponen, pasa por ver un documental sobre las migraciones e ir al origen del problema, no quedándose en la capa superficial de las consecuencias de las migraciones. Pasa por hacerles entender la fuerza la literatura. Pasa por hacerles ver el papel que tienen que jugar en la sociedad actual. Pasa por un trabajo interdisciplinar entre las diferentes materias que permita al alumnado entender el mundo en su conjunto y le permite ser capaz de tener un pensamiento crítico, capaz de razonar y capaz de proponer soluciones. Pasa en definitiva por atreverse.

 

 

 

 

Jesús Martín Ostios, profesor de Geografía e Historia de educación pública en el IES Campanillas, de Málaga, coordinador del proyecto Utopías. En Twitter: @utopiamalaga

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