Un tono rosado yace desperdigado por el cielo. Atronador el viento, alguna gaviota aletea furibunda sobre sus dominios. El acantilado escarpado con sus árboles tumbados comienza a divisarse desde el mar. Un barco alcanza la isla de Rügen. Lleva tiempo llegar a la cumbre, la hojarasca cruje bajo los pies, solo algún niño rubio corretea entre los árboles. Es uno de los lugares más bonitos de Alemania, de toda Europa. Desapercibido, discreto, situado allá donde nadie perseguiría un paraíso.
Escudriño con la mirada en busca de los peñascos blanquecinos inmortalizados por Caspar David Friedrich hace siglos pero ya no existen, nunca existieron. Repaso en una libreta la gran divisa de su vida: “Cierra tu ojo físico, para que con el espiritual veas la imagen”. Las primeras gotas de lluvia otoñales refrescan el ambiente. Era otra cosa la que quería leer aquí.
“ Todos nuestros grandes iniciadores acabaron deteniéndose, y cuando el cansancio se detiene no adopta actitudes nobles ni graciosas. Lo mismo nos sucederá a ti y a mí. ¡Otros pájaros volaron más lejos! Este pensamiento, esta fe que nos anima se echa a volar, compite con ellos, vuela cada vez más lejos y más alto, se lanza directamente por los aires como una flecha, por encima de nuestras impotentes cabezas, y desde lo alto del cielo ve en las lejanías del espacio bandadas de pájaros mucho más poderosos que nosotros, que se lanzaron en nuestra misma dirección, allí donde no hay más que mar y mar. ¿Dónde queremos ir?, ¿Queremos atravesar el mar? ¿Adónde nos arrastra esta pasión poderosa que supera a toda otra pasión? , ¿A qué viene ese vuelo desesperado hacia el punto donde hasta ahora todos los soles han declinado y se han extinguido? Puede que un día se diga de nosotros que echamos a navegar hacia el oeste esperando llegar a unas Indias desconocidas, pero que nuestro destino era naufragar en el infinito. O tal vez se diga más bien, hermanos míos, que…”.
He releído este párrafo una y otra vez desde que tenía 14 años. Lo releía cada vez que regresaba a casa, cada vez que flaqueaba, lo releía esperando de él el valor que me faltaba para arriesgarme. Lo releo casi veinte años después y sigo contemplando la luz de una aurora brillante sobre cada una de esas palabras. La vida no es una mierda, pero el lenguaje, tan caritativo, acude en nuestro socorro para no decir una vez más la verdad: nosotros y solo nosotros hemos hecho de la vida, de nuestra propia vida, una jodida mierda. El universo no es culpable de nuestra conversión en cerdos complacidos, demasiado agotados como para inventar un nuevo mundo cada día.
Arriésgate si ansías algo de verdad, mora una temporada en el fracaso y la desilusión porque solo los sanos y los triunfadores son seres fallidos, permítete a ti mismo todas las bajezas y traiciones pero nunca el autoengaño, atraviesa el mundo entero si hace falta hasta llegar a tu corazón, sé una bala de cañón que se consume en cada movimiento hasta estallar, sé la vida…
No hay nada que perder, ya no hay nada más terrible y estremecedor que haber nacido…