Eduardo Arroyo no ha dejado de viajar, pintar, escribir y hacerse preguntas desde que en 1957 terminara la carrera de periodismo y se marchara a París para escapar de la tóxica atmósfera franquista. Escenógrafo con directores como Klaus Grüber o José Luis Gómez, este representante de la nueva figuración española, en lel que ironía y pop han hecho masa, ha logrado ciertos hallazgos textuales como libros como «Minuta para un testamento» o «Panamá Al Brown», en el que destiló su admiración ética y estética por el boxeo. La Fundación Juan March ofrece, dentro de su ciclo de autobiografías intelectuales, un diálogo del artista con el filósofo y escritor Félix de Azúa.