Periodista (desde casa); residente extrapensinsular (Canarias); hija de una enfermera de Urgencias (a la que no veo, pero me transmite su agobio), y mamá de un niño de 2 años a full de energía. Escribo desde casa (tengo esa suerte) y hoy es mi -nuestro- sexto día de confinamiento. Y el primer día de estas crónicas que tienen, como este principio, un fin, porque el día que esto acabe -que acabará, yo me sumo al “Entre todos, saldremos de esta, pero QUÉDATE EN TU CASA”-, estas crónicas se acaban.
Les quiero contar cómo vivo (y sobrevivo) porque creo que vernos reflejados y empatizar ayuda a levantar el ánimo. Y estoy segura de que muchos y muchas están teletrabajando, rodeándose de personas que tienen que salir porque desempeñan trabajos de primera necesidad, con niños en casa y moviéndose entre el “Menos mal, cariño, que al menos estamos pasando este confinamiento juntos” a “Después de esta, me divorcio…” Y todo en intervalos de 20 minutos porque, reconozcámoslo, esta situación saca de quicio a cualquiera… Ahora mismo, por ejemplo, con una mano escribo y, con la otra, hago caracoles de plastilina con mi hijo. Me he levantado temprano para aprovechar que el niño dormía y, antes de desayunar, he mantenido una reunión de trabajo telefónica. Cuando él se ha levantado, yo andaba subiendo noticias. Y ya me había llamado mi madre, la que os contaba que es enfermera, porque quieren cambiarles los turnos, reducir las plantillas y, básicamente, joderlas. (“Muchos aplausos y nos tratan fatal, exponiéndonos y agotándonos aún más”, se quejaba). Pero de eso ya os hablo otro día. Yo trabajo para un periódico de Ceuta, así que me paso el día (y casi la noche) pegada al ordenador y a la tele para ir dando la última hora de la crisis del coronavirus. Pero, además, como soy autónoma, tengo la cabeza a medias entre la crisis sanitaria y la crisis económica que se nos viene encima. (¿Alguien más en la sala que se sienta así?)
De cuando estaba embarazada, tengo en casa una pelota de esas de pilates, y la usamos de pista de saltos para que el peque gaste energía. De vez en cuando nos asomamos a la ventana para ver si algún niño está en la suya y lo puede saludar. Fíjate, nunca me había percatado de tener vecinos con niños y, ahora, asoman con cuidado sus cabecitas buscando amigos por las ventanas… La verdad es que el niño lo lleva bien, como es pequeño, es feliz solo con estar con sus mamás. Mi mujer, que no lo lleva tan bien, está aprendiendo todas las modalidades posibles de deporte en casa porque antes de esta crisis, entrenaba mínimo dos horas al día. Yo ya estaba acostumbrada a trabajar desde casa, pero con el niño varias horas en la guarde (que ayudaba…). Además, echo en falta nuestros paseos por el campo y la playa, tan cerca, y tan lejos… Pero no me quejo, sé que tengo la suerte de poder quedarme en casa. Y sobre todo, la responsabilidad de decidir hacerlo. Y el peque, con sus achuchones, levanta el ánimo a cualquiera. Y ayer, cuando se durmió, hasta participé en una lectura de libros que habían organizado en instagram live. ¡La de propuestas de ocio online y gratuito que se están regalando! Así que, como el confinamiento parece que va para largo, al menos, vivámoslo con aprovechamiento, con paciencia y con buenas vibraciones… Porque, repito, si nos quedamos en casa, lo lograremos. ¿Me cuentan cómo están pasando ustedes el confinamiento?