(Fotografía: Teresa Piqueras)
Cuadernos de tierra (Ed. Menoscuarto) se ha ido elaborando a pie, a base de caminatas y la necesidad de vagabundear sin justificación ni motivo alguno, abierto a todas las impresiones que uno va recibiendo en el camino. La caminata, uno de sus leitmotiv como medio de alcanzar cierto estado mental destacado en libros anteriores como Dietario mágico o Galería de apátridas. Manuel Moyano (Córdoba, 1963) emprendió hace años unas caminatas que duraron varios días por valles y sierras de Murcia, Albacete y Alicante siguiendo el curso de los ríos Segura, Mula y Vinalopó hasta llegar a pueblos como Ayna, uno de los escenarios de Amanece que no es poco. Bajo un calor aplastante, durmiendo a la intemperie y descubriendo un pasado que aún gravitaba sobre este paisaje que le llevó a tropezar con tres enigmáticos sucesos: en la sierra de Albacete con los rastros de un fusilamiento, de un asesino en serie y de un nazi que se escondió durante treinta años en un valle de Alicante.
Como en todos sus viajes, Moyano tomó notas durante el camino con el único propósito de practicar «el arte de perderse». Pero como existen muchos modos de afrontar la literatura, una novela nunca debe renunciar a poseer una tensión narrativa interior. Debe haber una flecha que apunte hacia alguna parte, aunque sea de manera solapada y, esta vez, por un lado apuntaba hacia la mística de caminar (o el arte de perderse) y por otro lado hacia el poder del azar como proveedor de historias. Asegura que para vivir la aventura, lo asombroso, lo digno de ser contado, no hace falta ir a lugares remotos o exóticos: «Podemos encontrarlo cerca de casa. Tenemos el prejuicio de que no puede ocurrir nada digno de ser contado en nuestro entorno, que una gran historia jamás podría ocurrir en Murcia, que es necesario trasladarse como mínimo a Estados Unidos…». Afortunadamente, cada vez son más los escritores que rompen ese prejuicio y saben cómo extraer literatura de lo nimio, de lo cotidiano.
Narrador entre la modernidad y la tradición, Manuel Moyano es uno de los escritores de relatos más destacados de nuestra narrativa actual. Con una sólida trayectoria de títulos como La coartada del Diablo -premio Tristana de Novela Fantástica-; la colección de relatos El amigo de Kafka, premio Tigre Juan a la mejor primera obra narrativa; El imperio de Yegorov, finalista del Premio Herralde; Dietario mágico, un recorrido por la Murcia esotérico–castiza editado por La Fea Burguesía; La agenda negra; El abismo verde, todo un homenaje a los clásicos de la novela de aventuras y de la narrativa fantástica; El Experimento Worlberg; Travesía Americana: de San Francisco a Nueva York por carretera y Los reinos de Otrora, entre otros, Moyano propone rutas misteriosas, sobresaltos y sorpresas como definió Luis Mateo Díez. Asimismo, Luis Alberto de Cuenca dijo de él: «Manuel Moyano es un narrador excepcional. Tiene la magia del chamán que recita los mitos etiológicos de rigor en las largas noches de invierno, al calor de la hoguera primordial». Un autor preciso, tramas bien estructuradas y cuidado estilo.
Hay algo en caminar –y particularmente en caminar solo y durante un largo recorrido– que va mucho más allá del ejercicio físico, del deporte: «La literatura no es un medio para escapar de la realidad, sino para vivir la realidad de una manera más intensa».
¿Qué le mueve a seguir recorriendo lugares?
La mayoría de las personas, por sedentarias que sean, sienten de vez en cuando la llamada del impulso nómada. Bruce Chatwin hablaba de «instinto migratorio». En mi caso, por un lado, siento –como tantos otros– la necesidad de practicar de vez en cuando una ruptura momentánea con el entorno cotidiano. Por otro lado, hay demasiadas cosas en nuestro planeta para quedarse con los brazos cruzados sin intentar ver un importante número de ellas –pero sin afanes completistas.
¿Cree que hay algo más profundo en el hecho de escoger viajar en lugar de quedarse aferrado a un lugar?
Todo es relativo, porque a veces se puede viajar mentalmente sin moverse de un lugar. Como dijo Shakespeare por boca de Hamlet, «podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey del espacio infinito». Pero, en general, creo que siempre es mejor el cambio frente a la estabilidad, la diversidad frente a la uniformidad… No sé si viajar es más profundo, pero sí es más placentero, porque los seres humanos tendemos a sentir curiosidad y nos gusta saciarla. Con todo, y pensando en aquellos que se aferren a un lugar, cualquier enclave humano es –en buena parte– resumen de todos los enclaves humanos.
Asimismo, hay algo en caminar –y particularmente en caminar solo y durante un largo recorrido– que va mucho más allá del ejercicio físico, del deporte… ¿no cree?
Ése es el principal leitmotiv de Cuadernos de tierra. Cuando se camina durante mucho tiempo y a solas, llega a alcanzarse un estado mental peculiar. A través del agotamiento; de la necesidad de satisfacer necesidades básicas tales como beber, comer, descansar; de hallarse solo en medio del paisaje. Es en cierta forma una anulación del yo, un nirvana activo, por así decirlo. No soy ni de lejos devoto de Paulo Coelho, pero de una entrevista suya anoté la siguiente frase: «Cuando se anda poco, enseguida tenemos deseo de volver a casa, pero cuando se recorre un largo camino, sentimos un deseo inmenso de continuar en él hasta caer agotados». No se puede decir mejor, y esa frase demuestra que no es un sentimiento extraño, sino, por el contrario, común.
¿Ese algo más tiene que ver con el sentimiento de libertad, con la entrada en juego del azar, con la proximidad de la naturaleza…?
Decididamente, sí. Salir a caminar sin rumbo exacto, sin programa, sin fecha concreta de regreso, dispuesto a dormir donde te sorprenda la noche, es una forma de libertad y, por tanto, de rebeldía contra lo establecido. Supone liberarse por unos días del sistema de reglas y normas, de los horarios, de las obligaciones, de tener que hacer esto o lo otro. Y sólo abstrayéndose de la cotidianidad puede alcanzarse cierta mística, como bien sabían todos los místicos que en el mundo han sido.
En otro momento, me contaba que no ha leído ningún estudio psicológico o neurológico donde se explique por qué el hecho de viajar nos produce un placer tan intenso. Defiende el viaje como escapada, sin mapas, sin ruta… La aventura comienza desde el momento en que uno pone un pie fuera de casa mezclada, como un Martini, con el ingrediente del ‘azar’, del destino…
Antes comentaba que uno de los leitmotiv de Cuadernos de tierra es la caminata como medio de alcanzar cierto estado mental. El otro leitmotiv vendría a ser el que citas en tu pregunta: al ponernos a caminar, ponemos también en marcha la maquinaria del azar. Un aspecto que quiero resaltar, y que he destacado en libros anteriores como Dietario mágico o Galería de apátridas, es que para vivir la aventura, lo asombroso, lo digno de ser contado, no hace falta ir a lugares remotos o exóticos: podemos encontrarlo cerca de casa.
Viajes de morral y alpargata, como Cela. Con su mochila y a pie. Para Miguel Delibes, el automóvil era el medio ideal para viajar: «Uno puede observar así ciertas diferencias y matices que le pasarían inadvertidos viajando en medios de locomoción más rápidos». ¿Coincide con esta apreciación?
En algún momento de Cuadernos de tierra digo que caminar es quizá el único modo auténtico de viajar. Desde luego, de ningún otro modo puedes conocer mejor el terreno y las gentes que lo habitan. Ahora, que disfruto conduciendo, y el coche te permite cubrir distancias y ver una variedad de cosas que sería impensable ver a pie, a no ser que dispusieras de toda tu vida para andar… lo cual no estaría mal. Es decir que, hecha esa salvedad, estoy de acuerdo con Delibes. Cuando viajo con mi familia, lo normal es que vayamos en nuestro coche al destino o que, si está demasiado lejos, alquilemos un coche allí. Evitamos los viajes organizados y programados.
Vamos a hablar de Cuadernos de Tierra. Aparecen tres sucesos inesperados en su periplo. Se topó en la sierra de Albacete con los rastros de un fusilamiento, de un asesino en serie y de un nazi que se escondió durante 30 años en un valle de Alicante. Explica que el libro es un híbrido entre elementos tan dispares como sucesos y viajes. ¿Cómo ha conseguido trenzar realismo, sucesos y humor sin que se le vaya de la mano?
En parte, porque uno tiene ya bastantes horas de vuelo escribiendo. Aun así, en este libro me ha costado más de lo normal llegar a un resultado satisfactorio, simplemente por la necesidad de integrar en un conjunto armónico elementos tan dispares como los que citas. Le he dado muchos repasos, muchos pulidos. Ha sido un parto lento, o una digestión larga, aunque eso hace también que le tenga especial cariño al libro.
Asegura que hasta la tercera excursión no consiguió ordenar sobre el papel lo que su mirada atrapaba…
En efecto. Cuando empiezo la primera caminata, con la intención de remontar el río Segura desde Molina hasta sus fuentes (propósito que no cumplí, ya que un esguince me varó en Socovos), no tenía la menor intención de escribir al respecto. Pero, por una especie de inercia o de vicio, tomé notas durante el camino (suelo hacerlo en todos mis viajes). El único propósito era practicar «el arte de perderse», una expresión que leí hace poco y que define muy bien lo que quiero decir. Lo mismo ocurrió con la segunda excursión, en esta ocasión remontando el río Mula (aquí sí llegué al nacimiento, mucho más cercano). Sólo al emprender la tercera excursión, cuando ya había descubierto esa mística de caminar largo tiempo en solitario, empecé a concebir la idea de escribir un libro al respecto. Por eso, a partir de ahí ya tomé las notas con esa intención y luego no me exigieron tanto trabajo a la hora de transformarlas en literatura como las dos primeras excursiones.
En la presentación se habló también de que con esta novela hay una especie de reivindicación además de la zona donde se desarrolla –tan desconocida– del hecho de que lo interesante o fascinante se puede encontrar en cualquier lugar. Eso me recordaba a El dolor de los demás, de Miguel Ángel Hernández, cuya trama sucedió al lado de su casa, en plena huerta y en Nochebuena.
Tenemos el prejuicio de que no puede ocurrir nada digno de ser contado en nuestro entorno, que una gran historia jamás podría ocurrir en Murcia, que es necesario trasladarse como mínimo a Estados Unidos… Hace falta un cierto esfuerzo para romper ese prejuicio. A mí me costó quizá menos que a Miguel Ángel Hernández, porque vine a la Región de Murcia hará unos treinta años y –sobre todo, al principio– la veía con cierta pátina de exotismo. De cualquier forma, el auge del género de autoficción ha propiciado que sea más fácil –o que resulte menos incómodo– hablar del entorno más próximo.
Y es que tendemos a pensar que los grandes acontecimientos son generados por hechos o sucesos importantes y que no podían haber ocurrido de ninguna otra forma. Sin embargo, esto es totalmente falso. La historia de la humanidad está llena de grandes tragedias, revoluciones o cataclismos que tuvieron su origen en hechos ínfimos y azarosos… ¿qué opina?
Bueno, creo que ésta es una de las grandes convicciones de mi vida. Tal como nos cuentan la historia, tal como la interpretan el cristianismo y luego el marxismo –que en el fondo tienen la misma base–, parece que todo obedece a una cadena de hechos que ocurren porque son necesarios y porque apuntan a una finalidad. Nada más lejos de la realidad. Al universo le importan un rábano nuestras pretensiones y nuestro destino. El azar está entrando constantemente en juego en el devenir de la humanidad.
Ese viaje a lugares remotos, los peligros en un territorio desconocido o el misterio que rodea a los personajes, todo transmite una atmósfera misteriosa e inquietante y, en realidad, es como el espejo en que se miran sus personajes. ¿En una palabra, podría decirse que la atmósfera es un personaje más de sus novelas?
Bueno, Cuadernos de tierra no es exactamente una novela, aunque la he estructurado como tal. Sería una novela de autoficción cuyo protagonista soy yo y donde la atmósfera está formada por el camino, la naturaleza, las privaciones, el calor… Debo decir que, cuando escribí las primeras versiones de este libro, la autoficción aún no estaba de moda, y quizá por ello las editoriales no sabían muy bien qué hacer con él, no sabían cómo clasificarlo. Ahora, las cosas han cambiado.
En concreto, son caminatas por valles y sierras de Murcia, Albacete y Alicante en pleno verano, bajo un sol a plomo, en medio de un paisaje agreste y, en ocasiones, pasando la noche al raso. En Seinfeld decía su protagonista que lo mejor de la vida era encontrar esa tortura con la que te sientas cómodo, ¿es algo así?
Tiene algo que ver. En el fondo, el libro refleja la dualidad dolor-placer. Cuanto mayor es el sufrimiento, mayor es el goce que se obtiene al cesar aquél. Es algo simple, en realidad. Si un sábado cualquiera sales de casa, coges el coche y te vas comer por ahí, no es lo mismo que si, previamente, has caminado durante seis horas bajo un sol abrasador, pasando hambre y sed. El placer que obtienes de esa comida es infinitamente mayor. No es un concepto profundo, sino más bien básico, elemental.
Un paisaje que, además, no le es ajeno. James Ellroy dice algo así como que la geografía es destino…
Sí, ésa es también la idea. Sacarle jugo a la geografía que te ha tocado en suerte, porque además esa geografía forma parte de ti, de tu forma de ser: es tu circunstancia. Quienes vivimos en el Sureste de España, con este calor abrasador en verano y estos paisajes semidesérticos, con esta parquedad de lluvias y de agua, no podemos ser exactamente iguales que los habitantes de Asturias. La geografía influye de manera determinante en nuestro carácter.
La literatura viajera tiene poco arraigo en España, aunque tenemos nombres importantísimos como Pla, Cela… En Veraneo sentimental, Azorín transmite el interés por el paisaje, la meditación, la observación, la presencia de lo cotidiano y, sobre todo, el vivo interés por la literatura que logra enganchar al lector y lo devuelve a las páginas de crónicas de viajes, género ya casi perdido. Usted logra con su prosa trasladar al lector una especie de disfrute estético y narrativo como experiencia inagotable y eso el lector lo agradece…
Admiro muchísimo a los escritores que citas, en especial a Pla y Azorín. O sea que, salvando las distancias, al escribir este libro he querido inscribirme –desde mi humilde posición– en esa estirpe. Todos ellos saben cómo extraer literatura de lo nimio, de lo cotidiano. A menudo, me interesa más este tipo de libros que los de ficción.
Me contaba también que cuando ve a alguien hacer determinada cosa, o aspirar a conseguir algo, lo primero que se pregunta es el porqué: qué motivos hay detrás de cada uno de nuestros actos, que nos lleva a hacer una determinada cosa y no otra. ¿Qué le sigue motivando a la hora de enfrentarse al folio en blanco?
Yo mismo me lo pregunto. A menudo, y sobre todo con la edad, el proceso de escribir en sí no es necesariamente placentero. O no siempre se obtiene placer al practicarlo. Algo así decía Norman Mailer. Sin embargo, de lo que siempre obtengo satisfacción es de terminar una página que considere bien hecha, bien tejida, bien escrita. Es lo que me motiva principalmente. Luego, cuantos más lectores y repercusión tenga el texto, mejor. Pero lo primero siempre es eso, conseguir un objetivo que, desde el punto de vista artístico, me satisfaga. Nunca podría escribir un libro pensando sólo en que se vendería bien, porque me faltaría ese estímulo inicial para hacerlo.
Tal vez la vida no es suficiente, de ahí la necesidad de intensificarla a través de la creación, de la literatura…?
Eso lo he escrito en alguna parte, y lo mantengo. La literatura no es un medio para escapar de la realidad, sino para vivir la realidad de una manera más intensa. Digamos que es como navegar con un barco de casco transparente que te permita ir mirando las profundidades del mar, no sólo su superficie.
A la hora de viajar y salir de su rutina reconoce que aprende cosas estando fuera. Cuestiones en las que probablemente no pensaría de estar en su casa. ¿Qué conclusiones ha llegado a extraer?
En realidad, mi conclusión es que el ser humano es esencialmente igual en todas partes. Sin embargo, sobre esa base de identidad, hay infinidad de variaciones y matices, y descubrirlas –y tal vez describirlas– es una forma de placer.
¿Qué hay de verdad en el tópico que muchos repiten como un mantra: viajar elimina prejuicios? Puede que el viaje cure algunos prejuicios, pero tal vez también pueda crear otros… ¿qué opina?
Mi opinión es que el tópico tiene razón, que viajar cura prejuicios. Pero sólo para aquellos que están dispuestos a ser curados.
¿Suele mantener la mirada viajera en todo momento?
Creo que sí, salvo que una determinada preocupación me absorba. De algún modo, la vida es un viaje permanente y la literatura es una forma particular de mirar la vida a lo largo de ese viaje. Diría que esa mirada no se escoge, es irrenunciable.
Por cierto, ¿cambia ‘el viaje’ a medida que uno va cumpliendo años? Así como nosotros crecemos para, se supone, mejorar o entrar en decadencia, cada país y ciudad también va evolucionando. Además, de joven uno viaja sin responsabilidades familiares, luego van llegando los hijos y añaden otros componentes etc… ¿Qué época ha sido más fructífera y más valiosa para usted?
¿Como viajero? Diría que todas las épocas han sido fructíferas: de niño con mis padres, de joven con mis amigos, de adulto con mi mujer o mis hijos… En todas esas épocas he disfrutado de diversas formas. Sin embargo, si hablamos desde el punto de vista literario, la última década es la más fructífera, e incluye viajes tanto en familia como en solitario. Debo añadir que lo de viajar en solitario es una novedad reciente para mí; de joven no sabía disfrutar de viajar solo.
Está claro que Cuadernos de tierra es todo lo contrario de lo que por desgracia hemos vivido estos últimos meses: aislamiento, confinados en casa… ¿Cómo ha vivido alguien tan activo como usted este confinamiento, cuando el viaje para usted es casi una terapia, casi una necesidad vital?
Tengo gran capacidad de adaptación, o sea que, lo mismo que puedo hacerme cientos de kilómetros andando, o cruzar los Estados Unidos en coche, o darle la vuelta a la península de Escandinavia, también puedo quedarme confinado en un recinto pequeño durante meses sin que me tiemble el pulso. Ahora, que el primer día en que pudo hacerse me entregué a una caminata de varias horas. El cuerpo y la mente me lo estaban pidiendo.
Por otra parte, estamos en plena época de verano y de actividad turística. El turismo es el principal motor de la economía española y ahora, desgraciadamente, vive uno de sus momentos más duros a consecuencia de la Covid-19, ¿sabemos vender el turismo, y en concreto el cultural?
Que España sabe vender turismo es evidente, puesto que somos el segundo o tercer país del mundo que recibe más turistas al año. Eso demuestra hasta qué punto tenemos suerte de haber nacido aquí, aunque a menudo no sepamos apreciarlo. Y creo que también sabemos vender el turismo cultural, aunque no tanto como Italia o Francia; en cualquier caso, siempre será un porcentaje pequeño el que quiere disfrutar de la cultura en vez de la combinación playa-sol-cerveza, esto hay que asumirlo.
Muchos, durante estos meses, han descubierto que nadie está libre de situaciones incomprensibles, de despedidas bruscas, de amargas experiencias… Como dice Stanley en su novela El Imperio de Yegorov, finalista del premio Herralde, la vida es demasiado corta…
La vida puede parecer corta o larga, creo que depende del día en que lo pienses. Hay que asumir que la vida nos dará sinsabores hasta el final. No se puede ignorar esto. Creo que el primer paso para ser una persona razonablemente feliz es asumir nuestra transitoriedad y nuestra insignificancia.
¿Qué le preocupa?
Todo y nada.
Vivir es el viaje y más sabiendo que puede ser el último, ¿qué retos se ha propuesto?
De forma genérica, alcanzar la máxima serenidad. Si hablamos de literatura, aún quiero conseguir escribir una obra en la que haya sabido dar lo máximo de mí. Esa obra todavía no la he escrito. Tampoco sé si llegaré alguna vez a escribirla.