El escritor D. H. Lawrence es popularmente conocido por la prohibición que arrastró durante décadas su novela El amante de Lady Chatterley en Gran Bretaña. Pero muy pocos sabrán que escribió «El caballito de madera ganador», probablemente el relato moderno sobre la avaricia más terrible y profundo. Esta conmovedora historia relata el interés de un niño por ayudar a su madre, quien considera que no ha tenido suerte en la vida. Suerte y dinero son casi sinónimos en un hogar donde hasta las paredes susurran esa necesidad. El crío pronto descubre que puede saber el nombre del caballo ganador de las carreras al balancearse en su juguete de madera. Él quiere ayudar a su madre y termina viviendo solo para recibir milagrosamente el nombre del ganador. Cuanto más dinero consigue, le confirma en la sospecha de que su madre necesita aún más. Finalmente, después de tantas horas y esfuerzos en el balancín, caerá enfermo y morirá refrendando el nombre de los caballos ganadores.
Lawrence acertó al utilizar un símbolo relacionado con nuestra infancia y nos recordó el oscuro potencial aniquilador de la codicia a través de los ojos rojos de un pequeño. No hay deseo más perverso para nuestra condición que la avaricia. La lista de sinónimos es inagotable, demostrando así la ubicuidad y prolijidad de este vicio inmoral. El Mahabharata destaca que la codicia es la base sobre la que descansa el pecado y la sabiduría budista insiste en señalar que la codicia no es el polvo, sino la auténtica suciedad del ser humano. Y es que la gran mayoría de las tradiciones religiosas la señalan como la soberana de los pecados capitales y raíz de los demás males para el pensamiento paulino.
En la actualidad, se ha levantado un relato predominante en el que se culpa de todo a los mercados, ese imaginativo ente codicioso e incontrolable, o a la expansión de políticos corruptos e ineficaces. Siempre ha sido más sencillo echar balones fuera. Sin embargo, hemos vivido despreocupados en el exceso durante años. También somos culpables por nuestra irresponsabilidad y voracidad. Parece una osadía hablar de esto, pero tenemos que mirarnos más en el espejo. Nosotros decidimos cotidianamente si nos balanceamos o no en el caballito de la avaricia.
(Este texto fue publicado en la desaparecida Ambos Mundos).