Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Sociedad del espectáculoPantallasAvatar, el viejo nuevo mundo

Avatar, el viejo nuevo mundo

Escena de la película Avatar

Cortesía Avatar Movie

 

 

Cuando a un director del calibre de James Cameron, responsable de míticos títulos como Alien, Terminator y Titanic, le lleva 12 años producir su nueva película es inevitable que se establezca un halo mediático en torno a su estreno. Pero si la cinta en cuestión se ha anunciado como un punto y aparte en la manera de hacer y ver cine, el revuelo resulta gigantesco. Más si cabe teniendo en cuenta que del presupuesto cercano a los 500millones de dólares se calcula que aproximadamente 150 millones han ido a parar al departamento de marketing. Esto resulta fundamental para entender el nuevo proyecto de Cameron, máxime cuando en realidad no estamos ante una película propiamente dicha sino ante el anuncio más caro de la historia de la publicidad.

       La progresiva pérdida de espectadores en las salas de cine a manos del consumo casero y las descargas ilegales han llevado a la industria americana a recurrir una vez más a la tecnología como tabla de salvación. En lugar de intentar recuperar el talento creativo de los guionistas televisivos para el medio cinematográfico, han optado por apostar fuerte por la generación de imágenes por ordenador. La situación recuerda a la aparición de los formatos panorámicos y el Technicolor en los años 40 y 50, cuando la televisión agravó la crisis del sistema de estudios Hollywoodiense. Sin embargo, en aquella ocasión la novedad tecnológica venía acompañada de buenas historias y una inteligente utilización del medio, como evidencian títulos inolvidables como Centauros del desierto, El mago de Oz o Lo que el Viento se llevó. En esta ocasión, la revolución tecnológica de Cameron ha servido de lanzadera perfecta para una tromba de estrenos en 3D que a buen seguro salvarán la recaudación, al menos en el próximo año.

       El director americano ha exprimido al máximo sus conocimientos de mercadotecnia y ha realizado una de las campañas publicitarias más arriesgadas que se recuerdan. Prometía, nada más y nada menos, que la revolución del medio, un punto de inflexión que se iba a recordar en los libros de historia del cine. El problema es que la bola de nieve que ha generado se ha apropiado de la propia película, convirtiéndola en un mastodóntico clip publicitario de casi tres horas de duración. El director americano ha olvidado que la historia se escribe después de los hechos y no a priori, asumiendo su papel mesiánico con una antelación insultante.

       Resulta sorprendente que un proyecto que ha tardado 12 años en ver la luz carezca de un guión con al menos un ápice de garantías. Todo está al servicio de la exhibición del mundo llamado Pandora, relegando la historia a un pastiche de tópico tras tópico aderezado con ideas copiadas directamente de Pocahontas, Mátrix y la ideología New Age. No hay una verdadera mirada sobre el otro, sino más bien el deleite de la recreación de un nuevo mundo gracias a los efectos especiales. El despliegue tecnológico permite unas imágenes que abruman en un principio por su espectacularidad. Pero sin un guión decente que les dé vida, pronto se desvanece la magia de ese mundo magníficamente recreado en algunas escenas, y se cae en una monotonía que convierte el metraje en excesivamente largo.

       Uno de los mayores avances tecnológicas que se pueden apreciar en la película es la notable mejora en la captura de expresiones corporales de cada actor gracias al motion capture. La inversión millonaria en trasladar las expresiones humanas a los seres digitales ha permitido que los movimientos y gestos de cada actor sean trasladados al ordenador con una asombrosa fidelidad, pero por el camino se les ha olvidado insuflarles profundidad narrativa. Por otra parte, las pretensiones de que lo que vemos en pantalla no sea considerado animación carecen de sentido. En las entrevistas que conceden a la prensa, los miembros del equipo subrayan una y otra vez que son ellos mismos los que realizan las acciones, pero en última instancia lo que vemos en la pantalla es un ser generado virtualmente. La empatía con los personajes no se consigue desde un complejo programa informático sino desde un buen guión. En ese sentido, resultan mucho más cercanos los personajes de UP, que compite también a mejor película en los Oscars. Su comparación con Avatar resulta la mejor crítica posible al film de Cameron.

       Para que una película de estas proporciones funcione, ha de haber un equilibrio entre la utilización de los efectos especiales y la narración de la historia. Pienso, por ejemplo, en la perfección que alcanza en este sentido la saga de El Señor de los Anillos, donde se usan las imágenes generadas por ordenador pero al servicio de una historia excelentemente adaptada por Peter Jackson y no al revés, como le ocurre a Avatar. Solo a través de dicha tecnología se puede llegar a recrear el universo de Tolkien, pero es un punto de partida, no un fin en sí mismo. La pretensión de que la imagen por sí sola pueda ofrecer este tipo de entretenimiento es una mera ilusión, ya que sin historia que valga la pena no hay mundos virtuales que valgan la pena, más allá de unos minutos iniciales tras los cuales se pierde la emoción. Algo parecido le ocurrió a George Lucas con las dos primeras entregas de la última trilogía de Star Wars, donde el despliegue digital ofuscó el desarrollo de la historia, perdiendo toda la magia de marca que acarreaba su creación. Posteriormente Lucas supo rectificar, y en la última entrega contó una buena historia sobre la frágil división entre el bien y el mal, apoyada en unos excelentes efectos especiales.

Escena de la película Avatar

Cortesía Avatar Movie

 

 

       Por otra parte, el discurso ecológico de la película parte de unos estereotipos que a buen seguro se cumplen en nuestro mundo. Pero curiosamente hay un agravio comparativo entre la espectacularidad concedida a las escenas del pueblo Na’vi en conexión con su naturaleza y las maniobras militares de los mercenarios. A pesar de la intención crítica de la película, resulta cuanto menos extraña la manera en la que Cameron muestra el poderío de los militares al destruir el gigantesco árbol y luego es incapaz de detenerse más de 30 segundos en la escena ritual de los habitantes de Pandora, imagen de una innegable belleza.

       Avatar es por tanto un producto fabricado para convencer al público de que no todo está dicho en lo que a espectacularidad cinematográfica se refiere, con la intención de recuperar los niveles de espectadores de antaño. Esta intención no supone un problema en sí misma, pero cuando se necesita de una campaña publicitaria tergiversadora de tales magnitudes para atraer al público, significa que Hollywood ha tocado fondo en su concepción del cine. Aunque la película vaya camino de convertirse en la más taquillera de la historia y acapare premios y nominaciones, no deja de ser un ejercicio técnico vacuo. La crisis de ideas no se ha intentado solucionar por tanto con una apuesta por la originalidad y el riesgo, sino por una vuelta al espectáculo de feria, en donde los espectadores se asombran y aplauden ante la fauna y flora de Pandora. Por no hablar de la supuesta experiencia 3D, a años luz de lo que ofrece un cine IMAX y con serios problemas técnicos, como la necesidad de utilizar gafas polarizadas que disminuyen considerablemente la luminosidad de la pantalla.

       En definitiva, resulta necesario aproximarse al supuesto nuevo cine que pretende anunciar Avatar con extrema cautela, ya que de momento su única aportación real a la historia del medio es haber desbancado a Titanic como la película más taquillera, objetivo tras el cual parece estar la campaña mediática que ha envuelto la película. Su más que probable triunfo en los Oscars vendría a confirmar la importancia que ha tenido la cinta de James Cameron para la industria cinematográfica americana, que se frota las manos pensando en la multitud de películas pertenecientes al club del nuevo cine que será capaz de vender por 11 euros la entrada a los convencidos espectadores.

       Mientras tanto, Martin Scorsese estrena su última película y nos regala dos horas y cuarto de puro entretenimiento y maestría cinematográfica sin necesidad de autobombo ni delirios digitales.

 


Más del autor

-publicidad-spot_img