Llenando hasta los topes el espacio dedicado por Miren en su Zaitegui Libros a mantener el amor a la lectura en El Escorial, amigos de toda una vida del escritor soriano Avelino Hernández (Valdegeña, Soria, 1944–Mallorca, 2003) asistieron recientemente a la presentación del libro que sobre su vida y su obra ha escrito su viuda, Teresa Ordinas. Unos conocían al autor por su actividad temprana en 1968, cuando era seminarista y contactó con un grupo de jóvenes en el pueblo movidos por intereses culturales; otros le recordaban como dirigente del partido Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT); otros habían coincidido en su paso por la Administración al frente de la dirección del proyecto Culturalcampo; otros por su paso por Aranjuez, donde el Ayuntamiento le contrató para impulsar actividades culturales, porque, hasta que Avelino decidió instalarse junto al mediterráneo, para no hacer otra cosa que escribir, su vida fue un incesante viaje donde no paró de hacer amigos. Sin embargo, muchos no conocían su inmensa talla de escritor, que Julio Llamazares no duda en calificar de “clásico de la lengua castellana”.
El libro de Teresa Ordinas Montojo de la editorial Rimpego constituye una enorme sorpresa, tanto por la oportunidad de dar a conocer desde la intimidad todas las claves de una trayectoria vital y creativa de un escritor que no es muy conocido como por poder leer con avidez una obra de una escritora novel que ha conseguido un libro ágil, profundo, honesto y ameno.
Con una arquitectura muy interesante, esta biografía tiene una sucesión de planos narrativos. En principio es un libro sobre la vida de un escritor y del tiempo que pasaron juntos él y su compañera. Pero también contiene otros planos como el conjunto de escritos que escritores y no escritores dedican Hernández y a su obra. Así, colaboran con su personal semblanza quince personajes que tuvieron que ver con su trayectoria vital, entre ellos los escritores Julio Llamazares, Lourdes Durán e Ignacio Sanz, la pintora Cristina Cerezales (hija de Carmen Laforet), el librero César Millán (Librería Las Heras en Soria, donde puede encontrarse el libro) o el escultor Carlos Colomo. Julio Llamazares dice: “Yo he seguido, como Avelino Hernández, el rastro de la despoblación soriana y gracias a él comprendí que los pueblos deshabitados no están muertos del todo”, y añade: “Los escritores como él tampoco se mueren, porque su literatura los mantiene vivos”. Carmelo Romero Salvador, después de hablar de cómo el pequeño pueblo de Valdegeña, que vio nacer a Avelino en la España interior en tiempos posguerra y derrumbe, afirma que este “se vino abajo con la misma rapidez y contundencia con la que un rayo saja a un roble centenario”. “Hay hombres que no viven en balde”, concluye el librero Jesús Martínez. También se oye la voz del propio escritor que se pregunta: “cómo cuajar en vida satisfactoria y profunda la tarea primordial en la que procuro verter mi inteligencia”, y se responde diciendo: “escribir es igual que respirar, igual que amar, que comer, que pasear, que conversar, que leer, que pensar, que reír, que jugar, que disfrutar de la luna llena sobre la bahía”.
A la escritura de Teresa se le puede aplicar una frase de otro de los participantes en el libro, Cesar Millán, refiriéndose a Avelino: “maneja el lenguaje tan complicadamente sencillo como certero”. La estructura dinámica del libro es muy atrevida porque empieza por el final, con el afrontamiento de la enfermedad y la muerte, para continuar con el inicio de la historia de ellos dos, que es la historia de la militancia en la clandestinidad cuando tienen que cambiar muchas veces de piso, cuando son perseguidos por la policía, cuando él es detenido y tiene que hacer un simulacro de suicidio para que no le sigan torturando y así no delatar a sus camaradas. Y tras estos dos capítulos tan intensos, pasa a narrar la segunda parte de la vida de Avelino, que tiene que ver con el hacer, con el crear realidades como su paso por Aranjuez, donde puso en marcha proyectos que aún perduran, como las fiestas del motín o el tren de la fresa. Su periodo en la costa de Irlanda, de donde regresó para dirigir el Centro de Estudios de Castilla y León, en Valladolid. Después dirigiría el mencionado proyecto Culturalcampo, promovido por el Ministerio de Cultura para el desarrollo y la dinamización de zonas rurales y después en Cantalejo (Segovia), La aventura de escribir un libro, destinado a alumnos y profesores, que recibió el premio a la Innovación Pedagógica del Ministerio de Cultura. Tras un periodo en el Madrid de la movida, “a mediados de la década de los noventa”, dice Teresa, “la literatura ya había raptado definitivamente el ánimo de Avelino”. Buscando un pequeño espacio urbano rodeado de naturaleza decidieron volver a su refugio de Mallorca, donde poseían una casita y también tenían un llaüt, una barca de pesca, con la que Avelino se hizo al mar. En esta etapa es cuando cogen protagonismo las letras y el poder de la escritura y la vida de los dos se despliega con magia, misterio y belleza. En una nueva vuelta de tuerca, el libro prosigue con la infancia de Avelino a partir de diversos testimonios y termina con el periodo posterior a su muerte en el que la autora expresa el dolor no tanto por su ausencia, sino por todo lo que él se está perdiendo de la vida.
Ahora que ya va a hacer dieciocho años de su muerte, Teresa decía en la presentación de su libro: “Es tiempo suficiente para mirar con perspectiva quién era y dar a conocer los entresijos de esa interesante vida que compartí con él. No me resultó doloroso rememorar, quizá si hubo un momento de cierta nostalgia, pero lo que en general me produjo fue una honda satisfacción. Era como estar a su lado y seguir hablando con él. Aquellas vivencias en la clandestinidad, los cambios de vida, un pueblo, una ciudad, distintas casas, los viajes… Al principio muy precario, con la tienda de campaña a cuestas y el coche renqueante, pero que siempre llegaba a su destino. Los trabajos de ambos, las cenas con amigos, todo constituía una gran riqueza. Y la última etapa en Mallorca, una casa al pie de la sierra de Tramontana que le permitió a Avelino mayor dedicación a la escritura. Pero tuvo que marcharse cuando mejor estaba. Fue una mala suerte. Porque era un hombre sano y fuerte como un roble”.
Con cerca de sesenta títulos publicados, el propio Avelino explica así, y Teresa lo recoge en su biografía, el comienzo de su propia trayectoria: “Como les pasa a muchos, supongo, el inicio en la escritura fue para mí una pura efusión de la emotividad acumulada. Por ello sus motivos nacían en manantiales próximos: la propia infancia, el territorio propio, las gentes del entorno… Se configura de este modo una etapa en mi producción en la que Castilla y lo castellano tienen preminencia (Una vez había un pueblo, Donde la vieja Castilla acaba, Sierra de Alba…). Hay quien ha escrito que la concesión del premio Miguel Delibes de narrativa castellana (1986) fue la justa culminación para este periodo. Está bien, puede leerse así. Pero personalmente opino que este tipo de premios responden a hechos meramente circunstanciales”.
Tras esta etapa vinieron los viajes y de ahí surgieron La historia de San Kildan o el día que lloró Walt Withman, Almirante Montojo & Commodore Dewey…, para llegar después a Una casa a la orilla de un rio, Mientras cenan con nosotros los amigos, Los hijos de Jonás.
Merece mucho la pena conocer al detalle lo que la autora expresa en el prólogo de esta biografía: “Convivimos treinta y dos años, desde que él tenía veintiséis, y no puedo ver su vida sino indisolublemente unida a la mía. Como si ambas formaran una amalgama inseparable, una única estructura”. La obra escrita por Teresa Ordinas, además de dar a conocer esta trayectoria vital y creativa, permite al lector adentrarse en un relato de amor y en una enseñanza de cómo vivir intensamente.
Avelino Hernández. Desde Soria al mar, de Teresa Ordinas Montojo
Rimpego, 2021