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Escuela erranteAviones de Papel

Aviones de Papel

 

Desde entonces sus palabras me persiguen. O me acompañan. O soy yo quien regresa a ellas una y otra vez, por voluntad, necesariamente. Por ejemplo hace tres semanas, cuando una chica me confió sus dudas respecto a los estudios universitarios que había elegido y recordé esto: «Pero mientras su amigo parecía tener claro que su futuro pasaba por estudiar matemáticas en Lyon y preparar el ingreso en una de las Grandes Écoles, Antoine no se mostraba entusiasmado por con ninguna de las posibilidades que se le abrían. (…) Cumplidos diecisiete años, era momento de decidir qué quería estudiar, pero desconocía su verdadera vocación».

 

Y esto, el otro día que cierta persona expresó su pesar por la precariedad que se vive en España lamentándose de ser una activista de sofá: «De ahí que no tolerase que las cuestiones esenciales de la vida fuesen reducidas a meros juegos mundanos o emociones trucadas, como la pasión manifestada ante las desdichas convertidas en trivial espectáculo».

 

Me ocurrió igual aquel jueves, al ver que la figurita desgonzada de Omran Daqneesh, el niño de Alepo rescatado tras un bombardeo, circulaba por las redes sociales hasta el cansancio. Y la tarde que comprendí la cualidad titánica de esta afirmación: «Solo existe un verdadero lujo y es el de las relaciones humanas». Y aquella mañana de verano cuando fotografié algunas páginas del libro para enviárselas por WhatsApp a un par de amigos. Y en El Retiro al leer esto: «El verde me hace falta, es un alimento moral, sostiene la suavidad de los modales y favorece la paz del alma. Si se suprime este color de vida uno se vuelve árido».

 

Y caminando por las calles de Lavapiés, tratando de imaginar en otros hombres el rostro de Bark, el esclavo negro a quien se había propuesto liberar y sobre el que escribió: «Él era libre, pero infinitamente, hasta el punto de no sentir su peso sobre la tierra. Y le faltaba ese peso de las relaciones humanas que entorpece la marcha, las lágrimas, las despedidas, los reproches, las alegrías, todo lo que un hombre acaricia o rompe cada vez que esboza un gesto, los millares de ataduras que lo ligan a los demás y le hacen sentir que pesa. Pero sobre Bark pesaban ya mil esperanzas…».

 

También al leer las reflexiones de Gervasio Sánchez en El Diario Montañes: «Critico esta profesión hasta donde puedo porque en el fondo sigo amándola con todas mis fuerzas. Me da rabia que se pervierta y creo que sólo si se dicen las cosas claras, puede que a alguien se le caiga la cara de vergüenza y empiece a cambiarlas». Entonces tomé el libro, como otras veces, y busqué este párrafo: »Tampoco creía en los valores de la noticia y, según confesaba, nunca había podido resignarse a leer Paris-Soir, el diario más popular y vendido de la época, pese a escribir en él«. Y este: «Las cuestiones de actualidad pasaban a un segundo plano en estas líneas, para buscar al hombre que se esconde tras cada acontecimiento, un rasgo que caracteriza todo el periodismo de Saint-Exupéry».

 

En esos momentos –y tantos otros– el pensamiento de Antoine de Saint-Exupéry se ha colado como polizonte en un barco y ha sido mi discreto guía, mientras intento no extraviarme entre el cúmulo de información que deja expuesto nuestro lado más miserable, pero ya ni un suspiro nos provoca. Me refiero a los titulares, primeras planas, tuits, memes, fotografías y comentarios «en los que poco a poco se embota lo que hay de humano en el hombre» y »hacen de las relaciones humanas de todos los días un desierto inhabitable«, como el propio escritor sugirió. La verdad es que añoraba –ansiaba– tener entre mis manos un libro como Aviones de Papel (Stella Maris, 2016): uno imprescindible, que seduce desde el inicio, de los que precisan releerse para recibir ese puñetazo en el cráneo al que se refirió Franz Kafka.

 

Previo a comenzar mi lectura conversé con la periodista Montse Morata, su autora, quien me ofreció los datos suficientes para interesarme por la obra, aunque debo confesar que no fue eso sino el rayo de fe inagotable que lanzaba en cada una de sus expresiones, lo que definitivamente me empujó a conseguir un ejemplar para descubrir qué más había detrás de la biografía de un aviador, famoso por su faceta de escritor y prácticamente desdeñado en el ámbito del periodismo. Leí el libro con avidez, luego con fruición, en instantes sorprendida por la similitud de emociones que comparto con un hombre nacido el siglo pasado y, ahora, puedo afirmar que sus páginas ofrecen mucho –mucho– más que un repertorio de anécdotas contadas en orden cronológico. Sin engrandecer su contenido, les diré que lo que encontré, capítulo tras capítulo, vale un Potosí.

 

Ya lo sé, ocurre como con las cartas: leer un libro es un acto personalísimo, un diálogo entre ausentes que –en ocasiones– se reconocen en cada palabra. Digamos que Montse Morata logra eso, su voz de narradora nunca interrumpe la del protagonista que, entre despegues y aterrizajes, desenmascara al cuentista y nos va develando a un filósofo revolucionario que habitó el corazón del aviador, del escritor y del corresponsal de guerra. Abrir Aviones de Papel y conversar con Saint-Exupéry, significa sumergirse en el espíritu humanista de un Hombre –con mayúscula– que en frases magníficas dice verdades duraderas. Un visionario como el descrito por Michel Serres: que se anticipa, que prevé lo que va a pasar porque tiene el oído atento y sensible al menor ruido. «Su pensamiento no es solo el testimonio de un mundo ya desaparecido, sino que nos adelanta el que se avecinaba, el nuestro, en el que su mensaje adquiere plena vigencia», escribe Morata y créanme que no se equivoca.

 

«Los grandes inventores son gente que, sin duda, tiene un oído enorme y practica el silencio divino», menciona Serres y la biografía de Saint-Exupéry lo pone de manifiesto. Definitivamente no era un tierno cuentista. Tampoco un soñador. Se trataba, más bien, de un extraordinario ser humano que dentro del caos acertó a encontrar momentos de claridad que más tarde le llevaron a desarrollar una profunda sensibilidad hacia todo lo que estaba vivo. Sobrevolar la tierra le hizo comprender qué significaba, para él, sentir la vida. En su madurez, esto le permitió leer la cultura, enamorarse de la densidad de la gente y, como consecuencia, profundizar en sus narraciones. En suma, luchar contra la banalidad del trabajo, de una profesión, de un oficio –pongamos que– del pseudoperiodismo –el de antes y también el actual– ese que ya no se esmera por contar para entender el mundo, que solo entretiene o ni eso, que ha dejado de ser un contrapeso del poder, que masifica a sus lectores tratándolos de bobos y que se rige bajo la lógica del rating.

 

Todo esto nos lo cuenta Montse Morata, una periodista que se ha dado el tiempo y que todavía tiene hambre de historias, dos condiciones indispensables para mirar lo esencial, lo que es invisible para los ojos. Pero no solo eso, también les hablo de ocho años de investigación en torno a la obra de Saint-Exupéry que le cambiaron la vida. «La felicidad es trascender a través de una aventura colectiva», explica la autora mientras tenemos una fluida charla en cierto café del barrio de Malasaña, donde me cuenta que se reconcilió con la humanidad después de su encuentro con este piloto mensajero que despreciaba »el hormigueo« (las habladurías), la robotización del individuo y la propaganda; es decir, la rentabilización de la existencia. La función curativa del periodismo, la legitimidad de intercalar testimonios personales en cada crónica, la universalidad del relato bien contado y el extremo cuidado del lenguaje, fueron algunos de los aportes del escritor a la periodista.

 

«Saint-Exupéry no buscaba la inmediatez sino la vigencia», sostiene Montse defendiendo el periodismo humanista, subjetivo, libre, poético y vivido. El mismo que ella nos convida en un libro que no exige grandes conocimientos, pero sí una fuerte dosis de reflexión y humildad. Si poseen ambas, les aseguro que la lectura de Aviones de Papel no será un desperdicio. Cada folio leído les mostrará la condición humana mediante sutiles adagios y rebanadas de momentos que, a fin de cuentas, revelan una máxima aplicable a casi todo en esta vida: si no lo ves, es porque no lo miras.

 

 

 

Los secretos de El Principito: la realidad más allá de la apariencia

Fecha: 25 y 26 de noviembre

Lugar: Museo ABC (Calle Amaniel, 29, 28015, Madrid). Incluye visita al Museo del Aire (Carretera N-V, Km 10,500 – 28071, Madrid).

 

Horario: 19:00 a 21:00 horas

Costo: 60 euros

Dirigido a: público en general

Limitado a 25 participantes

 

Un curso de 2 sesiones para descubrir la verdadera historia de El Principito a través de la vida de su autor, Antoine de Saint-Exupéry, así como de los símbolos y secretos que esconde esta obra universal. A lo largo de cada sesión nos adentraremos en la filosofía y la escritura poética de un relato que erróneamente ha sido considerado una lectura juvenil, para desmontar esta falsa etiqueta y volver a mirar con los ojos del niño que vive en cada adulto, que es a quien verdaderamente se dirige El Principito.

 

Mayores informes:  escuela.errante.fronterad@gmail.com


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