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Ay que no tengo varón

 

La frase la podría haber dicho cualquiera de las abueletas vestidas de negro que salen con la silla a la fresca en verano en el pueblo de mis padres, allá por Las Hurdes. Dirían al verme: “Mira, ha llegado la Luci, la hija del Nino, si, el hermano de aquél al que Florentino le mordió en la nariz en el bar de Juan”. Porque todos sabemos que las cosas se cuentan así en los pueblos, tirando de árbol genealógico, que cuando has terminado la frase ya no te acuerdas ni del motivo que originó la conversación. Un lío.

 

Pero volvamos al varón: la frasecita, que se las trae, la podría haber dicho una señora nacida en los años 30, pero no, la ha dicho Ana Mato, que no nació en los treinta pero como si lo hubiera hecho, a tenor de ese rictus que tiene permanentemente en la cara. Que yo no sé si es que se ha puesto demasiado bótox y por eso está tan rígida o es su rigidez mental la que le impide tener una cara más alegre. Porque esto es como el anuncio del Bifidus: que si estás bien por dentro, se nota por fuera.

 

A buen seguro que es su falta de varón lo que la hace tener esa pinta de amargada. Ella sabe que padece de furor uterino (tela también con la denominación) y no tiene quien se lo apague… Porque ella no es que no tenga varón, o que esté sola como dirían muchos, que es lo de menos porque varón, hoy en día, tampoco es que se necesite para muchas cosas, seamos honestos. Y digo, que ella, lo peor, no es que no tenga varón, sino que desearía tenerlo y por las razones que sean, no lo tiene: será que no ha encontrado ninguno que le guste (o que la sacie) en las filas del Pp (un saludo desde aquí chicos, que sé que me leéis con ganas. También algunos me quemaríais con ganas pero esa es otra historia).

 

“No tengo varón” a mi me recuerda a mi padre, que nació en los treinta, con lo que el año de nacimiento y la educación de entonces vienen a justificar las burradas que puede decir de vez en cuando. Mi padre, digo, cuando supo que me separaba me espetó, así, a bocajarro (como hace las cosas mi padre): “Ay que pena hija, que tú ya podías estar colocada”. Y no se refería el pobre a que estuviese colocada en una empresa, con un trabajito fijo, no. Colocada con un hombre en casa, que viniera a mis necesidades económicas y físicas, no sé en qué orden las pondría mi progenitor. Que me colocase los cuadros (como si no hubiera cuelgafáciles), pagase la hipoteca, se encargase del seguro del coche y de bajar la basura. Estas cuestiones prácticas.

 

Ay que pena chicas, no tenemos varón. Estamos solas. Ellos son solteros de oro. Nosotras somos solteronas. “No tengo varón” me recuerda las frases de mi amiga Pilar que mira que es lista pero que en esto de los hombres, se me china un poco, cuando me reconoce que ella querría dar un braguetazo, para dejar de trabajar, y que no le importaría que fuese con el Marqués de Griñón. Mujer, le digo yo, ¡tan mayor, qué estómago el tuyo! “Si, mayor, me dice ella, pero luego cuando estuviéramos en la finca con las aceitunas y haciendo vino bien que me llamarías tú para decirme ¿Pilar, me puedo ir este finde a la finca?”. Es verdad, esto no se lo puedo negar, que ya estaría yo después diciéndola que si puedo ir a la piscina o a por unos litros de aceite, que yo soy mucho de piscinas ajenas.

 

Porque no tengo varón, claro, que haya venido a cubrir mis necesidades económicas que me tengo que cubrir yo sola… A ver chicas, estoy rodeada de amigas (y también de amigos) que no tienen varón (ni ellos hembra). Y, ¿qué pasa?

 

Cuando mi nena me pide un hermanito, yo ya le he explicado que o con varón o en una clínica y, ¿sabéis lo que dice, porque la niña es muy muy lista? Pues mejor en clínica mamá. Pues sí. Por una sencilla razón: a las relaciones, chicos y chicas, hay que llegar enterito. Que cuando se llega con descosidos, esperando que el otro o la otra te complete, luego pasa lo que pasa. Que sigues incompleto.

 

Y para estar completo, señora Ana Mato, no hace falta varón. Ni tampoco hembra.

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