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Ayer y hoy

 

Una de las últimas aportaciones de Mingote fue lograr que la RAE aceptara la palabra ‘canalillo’ para la edición número 23 del diccionario, que se publicará en 2013. Dice Arturo Pérez-Reverte que la propuesta salió de la comisión integrada por ellos dos, Gregorio Salvador y Javier Marías. Una “sesión de trabajo memorable” para dar con el “comienzo de la concavidad que separa los pechos de la mujer tal como se muestra desde el escote”.

 

La última viñeta de Mingote en ABC apareció el pasado 19 de junio. El día después de su muerte, el diario madrileño publicó un recuadro en blanco en el lugar destinado a su viñeta. “Hoy, por vez primera en 59 años, ABC deja en blanco el espacio de Antonio Mingote”, explicaba un breve texto.

 

 

Desde entonces, ABC ha publicado cada día una selección de las viñetas del dibujante, empezando por la primera que publicó un 19 de junio de 1953. Ya no hay rastro de Mingote en la cuarta página. Cuando falleció, ‘El Periódico de Catalunya’ escribió: “La derecha española tendrá desde hoy menos estilo, buena educación y sentido del humor, y no es que le sobre”.

 

Un sentido del humor para ayer y hoy.

 

En diciembre de 2006 se le ocurrió dibujar a Temis, la diosa de la Justicia, apurada de camino a Marbella. Una viñeta que, recuperada más de cinco años después, recupera con Carlos Dívar toda la actualidad. “Esa viñeta demuestra que España no ha cambiado nada”, me dijeron luego por la noche.

 

 

Nada cambia.

 

La España de los ‘nuevos ricos’, hoy desencantados, se sigue pareciendo a la que se encontraron los reporteros extranjeros en plena Guerra Civil. El francés Joseph Kessel estuvo en España a finales de 1938, pero no escribió de la España de las trincheras ideológicas. Esa que hoy tantos recuperan, cuando nos empeñamos en batallar en lugar de escuchar. Kessel escribió de la gente. De aquellos españoles en quienes “un legendario orgullo contribuía a alimentar esta actitud de desdén hacia la desgracia”.

 

Kessel nunca escuchó a nadie quejarse de hambre, ni los días en que no se repartía el pan. “Y sin embargo, todo este orgullo estoico tenía su flanco débil –señala en una crónica–, pues esos mismos seres que jamás pedían siquiera un trozo de jabón o un medicamento, que volvían la cara cuando me veían abrir una lata de conservas o el envoltorio de una tableta de chocolate (…) a todos ellos les vi invariablemente, siquiera una vez, (…) mudar su rostro en una expresión ávida de mirada suplicante, casi mendigando, cuando se trataba de tabaco”.

 

“Lo ignoro por completo, al igual que ignoro si los españoles están más intoxicados por el humo de tabaco que cualquier otro pueblo –viendo la reacción a la prohibición de fumar en los bares, unas decenas de años después, cabe pensar que sí–. Pero lo cierto es que fui testigo de una verdadera psicosis colectiva por su causa”.

 

 

En los cafés y teatros de variedades la gente no tiraba flores cuando algo le gustaba; tiraba cigarrillos: “Una noche, de un palco que ocupaban unos voluntarios ingleses, salió volando una cajetillas entera, y el público dejó ir un grito que dejaba traslucir una mezcla de admiración y sufrimiento a partes iguales, y durante unos instantes los actores dejaron de actuar”.

 

España, ayer y hoy.

 

A Ramón Ortega lo salvó un toro de ser ejecutado. “¿No conoce usted su historia? ¿En serio? Pues ahí va: Ramón era un torero muy famoso pero se decía que era contrario a la República. No sé si lo sabe, pero al principio de la guerra los juicios eran rápidos y expeditivos”. Saint Exupéry dijo que en España fusilaban como si talaran árboles. “El caso es que Ramón resultó condenado a muerte. Total, que se puso a esperar en su celda. Una mañana, los capitostes le dijeron: ‘Ramón, hemos decidido que te vamos a fusilar más tarde, porque ahora te necesitamos para una gran corrida benéfica’ (…) El caso es que Ramón llega escoltado a Valencia, y al día siguiente le llevan a la plaza de toros. Como de costumbre, de seis toros, había tres para matar. ‘Pues ya puestos’, dijo entonces Ramón ‘ya que tengo que morir mañana dádmelos todos. Por lo menos quiero divertirme un rato’. ¡Y vaya si se divirtió, sí señor! Como todo le daba igual, hizo lo que nunca antes nadie había hecho y nunca más se va hacer. ¡Al final, hasta se sentaba entre los cuernos del toro! Así que el público se lanzó a la plaza y paseó a Ramón en volandas hasta que le dieron 40.000 pesetas y un pasaporte para pasarse al bando de Franco”.

 

En aquella crónica, de diciembre de 1938, decidió Kessel contar las historias tal y como las escuchó.

 

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El periodismo tampoco ha cambiado tanto. Joseph Kessel:

 

Una sublevación, una revolución, una guerra, cuando estallan, atraen como imanes a enviados especiales, corresponsales independientes, reporteros célebres, fotógrafos, mensajeros de agencia… Es como una avalancha, una carrera, un asalto en busca de la noticia, de lo pintoresco, lo cómico, lo trágico… Durante algunos días las columnas de los periódicos van llenas del tema. El telégrafo y el teléfono saturan el público. Los grandes titulares lo aturden. Y muy pronto, su capacidad de atención se ve totalmente mermada.

 

Entonces se busca otra cosa, y la actualidad está ahí para mandar. Sin embargo, la revolución o la guerra en cuestión prosiguen su curso. Sus componentes se modifican. Sus relaciones de fuerza y sus ideas evolucionan. Pasan los meses. No hay ningún o apenas ninguno de los datos iniciales que subsista. Pero sin embargo el lector se ha quedado con las imágenes fijas de los primeros días, unas imágenes que se le han quedado grabadas con mayor fuerza en la medida en que se las han impreso aprovechando todos los recursos de la técnica contemporánea, aunque ahora ya no responden a la realidad. Sin embargo, él, de todo eso no sabe nada, y tampoco le interesa demasiado saberlo. Su curiosidad lo lleva a explorar otras sendas al tiempo que su pereza se regocija con no tener que revisar las nociones adquiridas. Esta deformación casi natural se produce en todos los países en que los periodistas son libres (en los otros países suele obedecer a una regla implícita en la que los gustos del público no juegan papel alguno) y al final todos acabamos siendo partícipes de ello.

 

* Crónica: ‘Un Rubens destinado a decorar una cantina viaja a lomos de un burro’. Joseph Kessel. Madrid, noviembre de 1938.

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