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Mientras tantoAzafatas, no matronas

Azafatas, no matronas


Vuelo de Iberia con destino a Lima, Perú. La familia espera en sus asientos a que el avión esté listo para iniciar el viaje. M y S están tranquilos, han dormido bien y han comido antes de subir al avión, llevan sus mantitas y unos cuantos juguetes para entretenerse. S va sentado en las piernas de su madre, es muy pequeño aún para ir solo en un asiento. M ocupa el asiento que hay entre sus padres. 

 

Se encienden las luces que anuncian el uso obligatorio de los cinturones de seguridad. Una azafata empieza a dar la bienvenida al “vuelo 6651 con destino a la ciudad de Lima…”. L coloca al niño un cinturón especial que se ajusta al de ella para mayor seguridad. S empieza a inquietarse, intenta quitarse el cinturón y al no poder, extiende sus brazos en dirección a su padre para pedirle que lo rescate. L intenta tranquilizarlo en vano. D le dice al niño que se quede con su madre y que no se quite el cinturón, pero el niño comienza a sollozar. 

 

Para evitar que la situación empeore, D lo toma en brazos para sentarlo en sus piernas y le ajusta el cinturón. S vuelve a retorcerse y, aunque D intenta calmarlo, el niño no entiende razones, quiere volver junto a su madre y aumenta la intensidad del llanto. El avión comienza a ponerse en marcha. Una de las azafatas que va revisando asiento por asiento el uso de los cinturones, se acerca a D para preguntar si todo va bien. D contesta con una mueca y S la mira con cara de tragedia. La azafata lo mira y le dice:

 

-¿Por qué lloras? No llores. Ven aquí.

 

Lo toma en brazos mientras sigue hablándole:

 

-A ver, ¿qué te pasa? No puedes estar llorando. Anda, quédate tranquilo.

 

S está feliz porque la azafata ha hecho precisamente lo que él quería: quitarle el cinturón. Pero la azafata solo está dispuesta a balancearlo treinta segundos. Se lo devuelve a D: 

 

-Ya está, eso era todo, que no hay que hacer un problema de esto.

 

Y se va. Desde luego, S se inquieta más que antes al volver al regazo de sus padres.

 

Durante el vuelo, la calma reina, S duerme y su hermana ve una película en su netbook. Cuando acaba la peli, M se despereza y le dice a su madre que le apetece un poco de leche. L lleva en su bolso, pero es para los biberones de S, que serán muchos durante el viaje y hasta que lleguen al piso que han alquilado en Lima. Se levanta para pedirle leche a las azafatas. Cuando se acerca al área de servicio están dos de las empleadas conversando. L les pide un vaso de leche. Una de ellas le pregunta:

 

-¿Para quién es? 

 

A L no le da tiempo de contestar cuando la azafata le dice:

 

-Si es para un bebé no, porque esa leche no es adecuada para los niños muy pequeños.

 

-No es para un bebé- responde L.

 

La azafata duda, como si el cliente le mintiera. Al rato saca de un compartimiento de la cocina un tetra de leche Lauki. “¡Vaya!”, piensa L para sí, “¡si es leche de vaca, pasteurizada y homogeneizada! Habrá que llamar a Lauki para decirle que esta aerolínea hace una mala promoción de sus productos durante los vuelos”.

 

Unos minutos más tarde, la azafata que acompañaba a la “experta en nutrición” se acerca al asiento de L y le dice que si quiere más leche se lo diga a ella y que no tenga en cuenta el comentario de su compañera, que esa leche no le hace daño a los pequeños. L se lo agradece. Se repite que tiene que tener paciencia.

 

Las nueve horas de vuelo trascurren sin más incidentes.Cuando el avión aterriza y los pasajeros empiezan a desembarcar, L lleva a S en brazos y cuando están a punto de salir del avión se encuentra con las “matronas” de Iberia que desean una buena estadía en Lima. Afortunadamente, no tienen ningún otro consejo.

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