Babi Yar

El músico Dimitri Shostakóvich en 1958

Ciertas lecturas me han llevado a indagar los crímenes, en los campos de concentración y fuera de los campos, de los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, contra judíos y otras etnias y grupos ideológicos y culturales indeseables para ellos. Me centro en la cuantiosa matanza de Babi Yar, un barranco en las afueras de Kiev, donde fueron asesinados, en una sola operación, más de treinta mil judíos. Pero las masacres en este barranco, en total, llegaron a la cifra de ciento cincuenta mil personas, contando, además de con las muertes de judíos, con prisioneros de guerra soviéticos, gitanos y comunistas.

Mientras escribo suenan las notas de la sinfonía nº 13 de Dimitri Shostakóvich, subtitulada precisamente Babi Yar, aunque él no le puso, en la partitura, este subtítulo. Fue compuesta en 1962. Sí que el primer movimiento de la sinfonía, el primer adagio de los dos adagios que comprende, se titula Babi Yar. La historia de la composición arranca del poema, del mismo título, escrito por Yevgueni Yevtushenko: “No existe monumento en Babi Yar; sólo la agria ladera”. El poeta nació en Siberia, en 1932, y murió en Oklahoma (EE.UU.) en 2017. Fue muy popular en la llamada época del Deshielo, propiciada por Nikita Jrushchov, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, sustituyendo a Stalin, y que quiso suavizar el terrible ambiente opresivo de su predecesor.

Yevtushenko llenaba los estadios leyendo sus poemas. Esto, sin embargo, no quiere decir que tanto el poeta como el músico no se encontrasen con serias controversias. El primero fue un poeta social, declarando, a este respecto, que “Un poeta en Rusia es más que un poeta”. La sinfonía número 13 es coral, la voz llevada por un bajo, exhibiendo versos del poema de Yevtushenko. Shostakóvich empezó a tener problemas con el “aperturista” Jrushchov. Al sistema no le importaba la lectura en privado del poema, pero empezó a oponerse a que se mostrase en un concierto público, con la para el régimen temida resonancia que iría a tener un acontecimiento protagonizado por el célebre compositor.

Shostakóvich siempre había abominado del antisemitismo, esta corriente ciertamente extendida en Rusia. Confesaba que “sería bueno que los judíos pudieran vivir en paz y felices en Rusia, donde nacieron. Pero nunca debemos olvidarnos  de los peligros del antisemitismo y seguir recordándolo a otros, porque la infección sigue viva y quién sabe si alguna vez desparecerá.” Y mucho se alegró de que, a partir del poema de Yevtushenho, la tragedia de Babi Yar no se olvidara nunca, a pesar de que los alemanes y el gobierno ucraniano pretendían empeñarse en ignorarla. En el estreno, llevado a cabo en la Gran Sala del Conservatorio de Moscú el 18 de diciembre de 1962, la sinfonía cosechó una ardorosa ovación. Al final del primer movimiento, el adagio “Babi Yar”, el público estalló en fuertes aplausos y vítores excesivamente sonoros, temiendo el director de la Orquesta Filarmónica de Moscú y el propio compositor que se crease un ambiente muy tenso que provocase disturbios con las autoridades. Esa jornada se destacó por un gran y clamoroso éxito.

Barranco de Babi Yar, en Kiev (Ucrania)

El 26 de septiembre de 1941, después de haberla cercado diez días antes, los alemanes, tras haber tomado Leópolis, tomaron Kiev. En junio de ese mismo año, las tropas de la Alemania nazi habían invadido por sorpresa la Unión Soviética en la que se llamó Operación Barbarroja. Nada más haber sido tomada Kiev, la policía política de la URSS, la NKVD, incendió casi mil edificios de la ciudad gracias a la aviación soviética. Los alemanes, ante esto, decidieron emprenderla contra los judíos, responsabilizándolos de los bombazos y la destrucción. Ya no permanecían en la capital ucraniana los 200.000 que habitualmente vivían, pues a esa porción que faltaba le dio tiempo a escaparse al producirse en la nación la invasión nazi. Se avisó el 28 de septiembre por un edicto: “Todos los judíos que viven en la ciudad de Kiev y sus alrededores deben presentarse a las 8 de la mañana del día 29 de septiembre de 1941, en la esquina de las calles Melnikovskaia y Dokhturov (cerca del cementerio). Deben llevar con ellos sus documentos, dinero, objetos de valor, así como ropa de abrigo, ropa de cama, etc. Cualquier judío que no acate esta instrucción y se encuentre en otro lugar será ejecutado. Los ciudadanos que ingresen a los apartamentos abandonados de los judíos y se apoderen de sus bienes serán fusilados.”

Una vez llegados al barranco de Babi Yar, los judíos entregaron el dinero, los valores y las pertenencias (con ellos se hacía negocio), pensando que los iban a conducir a un tren para realojarlos. Pero fueron obligados a desnudarse y a que se tumbaran en las rampas del terreno. Alemanes y policías ucranianos comenzaron a disparar, riéndose a carcajadas, como si estuvieran jugando al tiro de escopeta en un circo. La siguiente hornada, muerta de miedo, tuvo que tumbarse sobre los cadáveres aún calientes antes de perecer. Los enterraban en la arena. Sólo cuando las tropas soviéticas empezaron a recuperar Ucrania, los alemanes organizaron a un grupo que desenterrase los cadáveres y los quemase para no dejar rastro. Esta unidad también fue asesinada. El film Babi Yar. Context, de 2021, dirigida por el realizador ucraniano Serguéi Loznitsa, da minuciosa cuenta, con imágenes de la época convenientemente reconstruidas (la visión es muy nítida), de las circunstancias que llevaron a la terrible masacre.

Además de este documental, vi también otro que recoge el transcurso del juicio a Adolf Eichman, titulado simplemente El juicio de Eichmann, dirigido por Elliot Levitt. Y el atractivo corto de Alain Resnais Noche y niebla. Los encerrados en los trenes como ganado llegaban a los campos siempre de noche y, a ser posible, rodeados de una densa niebla invernal. Los campos, construidos como granjas o talleres, se erigían con su debida contratación corrupta. De estos tres buenos documentos, he sacado, a mi juicio, dos claras conclusiones. De las imágenes y comentarios deduzco que los nazis no fueron mal recibidos por el gobierno y pueblo ucranianos. Pienso que esa gente, de rostros tan blancos, de cabellos tan rubios, de semblantes apuestos, pudiera ser que se creyeran arios. Por otro lado, Ucrania –y con la guerra, se aprecia ahora- tiende a Occidente; siempre estuvo a disgusto integrada en la Unión Soviética. De ahí, esa atribución de nazismo que arroja Putin, que no es enteramente un invento. En cuanto al problema judío, excede a Ucrania, pero persiste en la zona. Remitimos a la opinión del músico Shostakóvich expuesta más arriba, en el sentido de que “la infección sigue viva y quién sabe si alguna vez desparecerá.” El actual presidente ucraniano, presidente en la guerra, es judío. Acabamos de anotar que la policía ucraniana colaboró en la masacre de Babi Yar. Durante muchos años, no hubo en el lugar un mísero signo de homenaje. Es más, años después, Babi Yar fue utilizado para depositar los desechos de unas fábricas de ladrillos.

En el documental sobre el juicio de Eichmann, más de un testigo y algún periodista se preguntaban por qué oficiales alemanes no habían tenido el valor de mostrar una convicción humanitaria. Por mucha orden que impere en el ejército, o en una guerra, no se han de dar arbitrarias órdenes criminales ni se deben ejecutar. Si esta convicción se hubiera producido, las cosas hubieran sucedido de otra manera. Es asombroso que sepamos que el oficial que hacía su trabajo en un campo de exterminio podía vivir tranquilamente al lado del campo en una aparente vida feliz con su familia, con una numerosa prole de todas las edades, con su jardín, con su confort, su limpieza, desarrollando una existencia alegre, mundana. Claro, los que ideaban los hornos crematorios se contentaban con llamar “carga” a las continuas remesas de judíos que eran duchados con gas, previamente con agua caliente para que, al abrirse los poros, el veneno hiciese más efecto, y luego incinerados. Las fiestas, cotidianas, entre estos altos militares responsables transcurrían como si tal cosa.

Cuenta Jorge Semprún que en el campo de concentración donde estuvo encerrado durante dos años, el de Buchenwald, desde 1943 a 1945, el agua corriente circulaba en el campo, también para los presos, cuando en España el agua corriente apenas existía. Los alemanes son amantes de un orden estricto, de la higiene; en los dormitorios de los prisioneros se escuchaba de vez en cuando, por los altavoces, música clásica de la buena. Sirva como ejemplo la primera interpretación del Cuarteto para el fin del tiempo, de Olivier Messiaen, en el campamento para prisioneros de guerra en Görlitz, Alemania, donde Messiaen estaba internado. El músico compuso el cuarteto allí. Un buen guarda, Albert Brüll, le proporcionó papel y le consiguió los tres instrumentos que faltaban: violín, chelo y piano, los tres decrépitos (con el clarinete se contaba desde el principio, pues un clarinetista amigo de Messiaen también era prisionero). El 15 de enero de 1941 se tocó la obra, en el exterior y bajo lluvia. La audiencia la formaban 400 personas, entre prisioneros y guardas, guardando absoluto silencio y respeto. Messiaen después recordaba: “Nunca fui escuchado con tan profunda atención y comprensión.”

En el juicio a que fue sometido, Adolf Eichmann se excusaba de las acusaciones diciendo que órdenes eran órdenes. Todo esto puede querer significar que los alemanes son simplistas, hasta el punto de que ese simplismo esté lleno de la máxima crueldad. O esa ejecución de una burocracia en grado sumo que lleva a cometer el mal con banalidad, como justificó Hannah Arendt la conducta de Adolf Eichmann. Los vigilantes del campo miraban, con sencilla curiosidad, por un ventanillo, y sin complejo de culpa, cómo se asfixiaban cientos de judíos bajo unas alcachofas de duchas engañosas. Descendientes de esos judíos, que padecieron el terrible Holocausto, puede que también sean simplistas; entiéndase, los que aprueben las inhumanas intervenciones de Netanyahu que asesinan a palestinos, “cumpliendo órdenes”. Los palestinos, para estos judíos, son como ellos para los alemanes, algo sin más importancia que un dato, simple elemento de una “carga”, un objetivo, para más inri, indiscriminado y ciego. De forma que poco de fiar es la gente simplista. Es necesario confiar en los seres que son más complejos, ¡como los españoles!

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