Los amigos son animales extraños, dotados de sangre caliente, hábitos que ni sospechamos, conciencia crítica a veces adormecida por la máquina de convertir el tiempo en humo y –cuando viven lejos o no los frecuentamos tanto como debiéramos- propensos a vivir vidas tan raras como las nuestras para ellos.
No podíamos negarnos. No solo porque era la primera vez en muchos años que se plantaban en nuestro hinterland, sino por el motivo que les traía a la capital de un país a la deriva, Bachatea 2012, es decir: Congreso Mundial de Bachata. Tuvimos que meternos en la biblioteca de nuestra ignorancia para rastrear los pasos necesarios y hacer de la necesidad virtud. En youtube encontramos lo que buscábamos, y en nuestra cocina practicamos la víspera. Recordé lo que más que sospecha era una certeza, fruto de mi educación sentimental y de mis carencias metafísicas: el baile no es lo mío.
El hotel Foxá M-30, abismado al río negro de la primera autopista de circunvalación de Madrid (como podía haberse reflejado en el espejismo marítimo de Miami, o en el cauce del Dnieper a su paso por Kiev), tenía todo lo que hay que tener. Los dueños, sin abuela conocida, son sus panegiristas: “73 Suites donde se han elegido uno a uno cada detalle consiguiendo un ambiente único y diferente en cada una de ellas, 2 Suites Presidenciales en las últimas plantas con terraza panorámica donde poder disfrutar de las mejores vistas de la capital”. Desciende río invisible.
Desde la escalinata alfombrada que devora al incauto con el sofisma envolvente de lo kitsch a sus pasamanos, desde sus lámparas de araña a sus lienzos de primoroso chichinabo, ningún decorado parecía más elocuente para un congreso en el que se habían inscrito casi mil devotos de la bachata y sus derivaciones. De Wikipedia rescatamos una sociología de la bachata, tal vez la tesis que mejor resuma su intrínseca verdad: “La bachata reproduce el mismo espíritu melancólico, nostálgico y de animosidad amorosa de otras expresiones musicales latinoamericanas, donde se combina la animosidad pasional (amor-desamor) con la nostalgia del migrante. Al igual, en la bachata conocemos de esta nostalgia en la expresión musical debido al hecho de que esto coincidió con el período de mayor auge de la cultura suburbana proveniente de la migración rural-urbana a partir de 1961. En ese período se le conoció como música de amargue por ese sentido nostálgico que evocaba”.
Según se ingresaba en el hotel, a mano izquierda de la soberbia escalinata, idónea para una versión castizo-neocatecumenal de Lo que viento se llevó, un larguísimo mostrador vendía tacones de todos los calibres para concursantes y aficionados: una madre y su hija, teñidas de azabache y maquilladas para la guerra, se probaban los más afilados estiletes para pisar con garbo y cazar incautos.
Nuestros amigos admitieron por separado que “gracias al baile” (la bachata es solo uno de los estilos que practican) no se habían separado: con los hijos ya crecidos no compartían más que las clases semanales y la oportunidad de practicar fuera de sus lindes provinciales. Aunque era el primer congreso mundial al que acudían. En la cena –triste como de cotolengo, o residencial con vistas sobre una tercera edad que se soñó pequeño-burguesa: ensalada mixta o menestra, tortillita de gambas o salmón desangrado al vapor- nos pusieron al tanto de la concentración. A pesar de que hacía tiempo que no venían a Madrid y de ser personas cultivadas, ni por la imaginación se les pasó cruzar el río invisible para recorrer los parques o adentrarse en el misterio de los museos, los teatros y los cines. Eran cuatro días intensivos de bachata: mañana, tarde y noche. Las mañanas y las tardes (con un descanso de dos horas para comida, siesta y lo que fuere) eran territorio de talleres. Los títulos eran tan golosos que daban ganas de apuntarse a todos: Bacha trucos, Bachata sensual USA Style, The Tao of Bachata, Urban Bachata, Pornobachata, Bachatafusión, Bachata sensual, Kizomba feeling, Bachata love, Bachatango, Lady Bachata Style, Men Bachata shines o Bachata dips (caídas).
Como un ritual, tras la cena empezaba el espectáculo, con shows de parejas o agrupaciones venidas desde Murcia a Estados Unidos y (la noche del sábado) Competencia Mundial de Bachata. A continuación, retirado el anfiteatro horizontal de sillas, se democratizaba el parqué hasta altas horas de la madrugada: pista libre a todo bicho viviente para que bachateros de toda condición hicieran alarde de sus avances y las cazadoras (eran muchas más las aspirantes que los machos alfa) conquistaran dejándose conquistar.
Arrancó el programa del viernes con las palabras encendidas de Pablo Vilches, promotor del congreso y animador empedernido que, como cansino jefe de pista de un circo musical, anunciaba la aparición de cada número. Abrieron fuego Rafael y Elia: contenidos, clásicos, dominicanos esenciales, con un vaquero tan ceñido ella que le dibujaba el trasero zumbón como un motor de dos tiempos, que el chulapo isleño controlaba, sin más alarde que el compás y la presencia. Encendida la mecha, todo fue un largo acabóse: desde mallorquines que jugaron al teatro danza con pañales dorados a cinco parejas de Ciudad Real: diosas provinciales con carnitas ellas, de pijama nupcial y pecho lampiño y desnudo, ellos: una constante.
Ardió Salamanca con ínfulas de tango antes de darle la alternativa a dos onubenses del mismo sexo, vestidos para bachata karateka con ínfulas hip-hoperas, hasta que una troupe estadounidense de bachata-tango con sensualidad, bofetón y consecuencias dejara una impresión “inmarcesible”. De Lisboa llegó una rubia que sabía lo que se hacía con medias de cebra estilizada, aunque quien puso al gran salón de bodas, bautizos y congresos en pie fue la pareja argentina de campeones de salsa, Fernando y Ayelén, con su fusión de estilos en el que, a juicio de Pablo Vilches, “sólo falto el merengue”.
Antes de que volviera una agrupación ilicitana más acrobática y pretenciosa que sensual, y los profesores cartageneros Alfonso y Mónica (de blanco ambos, con moño historiado ella) mostraran “el romanticismo de la bachata”, y la francesa Julie y el dominicano Marc Santos cerraran una noche de revolución íntima y silenciosa en un hotel de Madrid fuera del espacio y el tiempo, el Fernando (Alonso) argentino de la salsa y la bachata clavó el colofón filosófico para un proletariado que bailando quiere salir del fango y la penuria existencial: “Estamos tratando de incursionar. Bailen todo. No se casen con nada. Es increíble lo que se ha logrado con la bachata. Pero no se casen con nada. ¡Disfruten, gente! ¡Disfruten!”, y la orden fue seguida a rajatabla. La fama consuela.
Ese mismo día, con los primeros soles de febrero que habían endulzado fresones y afueras, el cineasta británico Steve McQueen presentaba en la capital del desánimo su Shame (Vergüenza). Una película sobre la obsesión sexual, las devastaciones de un hombre acosado por su propio vacío, un anticipo de esa conciencia del cuerpo que los amantes de la bachata parecen perseguir como un salvoconducto contra la tristeza. Dice McQueen, quien se niega a cambiar su nombre aunque puedan confundirle con quien desde luego no es: “Usamos nuestro cuerpo. Todos lo usamos, porque nuestro cuerpo define claramente quiénes somos en realidad. La gente habla, habla y habla, la mayoría del tiempo para soltar chorradas que nadie escucha, ni siquiera nuestros colegas. Hablar es algo que se hace para llenar espacios, para matar el aburrimiento”.
McQueen no juzga a Brandon, el personaje que interpreta Michael Fassbender en Shame, aunque su rostro, especialmente a medida que se va hundiendo en el pozo negro de un deseo insaciable, se vaya convirtiendo en la máscara del horror, de una desolación perfectamente humana. Dice McQueen: “Mientras asistimos –y nos vamos insensibilizando- a la constante y continua sexualización de la sociedad, ¿cómo podemos orientarnos en este laberinto para no dejarnos corromper por el ambiente que nos rodea. (…) Shame no sólo toca la obsesión por el sexo, sino cualquier tipo de obsesión que sea imperiosa el hacerla realidad. Parece como si en el mundo actual del consumo no tuviéramos voluntad propia. Somos seres más frágiles de lo que pensamos. No es muy grato el mostrar esa debilidad, pero creo que es necesario que no escondamos la cabeza debajo del ala y que nos miremos de frente a nosotros mismos, tal y como somos”.
¿Por eso bailamos? Cuando salimos a la noche, al río negro y sordo de la M-30, la ciudad parece un cementerio de cristal, antracita pura, con taxis como el nuestro, lanzados a toda velocidad hacia el pasado.
(Fotos: Corina Arranz)