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Sociedad del espectáculoLetrasBalzac o ¿hacen mal los muertos en volver?

Balzac o ¿hacen mal los muertos en volver?

 

Al escribir sobre un libro que ha resistido ya al paso del tiempo, que ya se le ha impuesto, el crítico lo tiene algo más fácil, pues no ha de aventurarse a juzgar si las páginas que tiene delante sobrevivirán o se olvidarán. Un clásico despliega un universo creativo de reconocido valor ante el que resulta sencillo simplemente constatar y asentir. Pero, al mismo tiempo, qué difícil leer El coronel Chabert, de Honoré de Balzac, que ha reeditado Funambulista, aislándolo precisamente de lo anterior, del maestro ya conocido y del resto de personajes de La comédie humaine, permitiendo solo que se le meta a uno dentro, sin prejuzgarla, la triste historia del Coronel Chabert, que una vez muerto decide volver a tocar las puertas de los vivos y suplica un reconocimiento: 

 

“– Caballero –le dijo Derville-, ¿a quién tengo el honor de hablar? 

– Al Coronel Chabert. 

– ¿A cuál Chabert? 

– Al que murió en Eylau- respondió el anciano. Al oír esta singular frase, el procurador y su pasante se dirigieron una mirada que significaba: ‘¡Es un loco!’”.

 

La primera lectura ha de ser siempre pura, enfrentándose el lector al texto sin pensar en ninguna otra cosa, atendiendo solo a la voz de un coronel desfigurado, anciano no por los años sino por la vida, que ganó grandes batallas para Napoleón y que, herido, quedó sepultado en un foso de muertos, y despertó y consiguió alcanzar la superficie; “yo mismo no comprendo hoy cómo pude atravesar ese montón de carne que ponía una barrera entre la vida y yo”. 

 

En verano las listas de libros más vendidos sufren una transformación, y destronan a todo lo anterior los títulos de literatura fácil, o práctica (eficaz), que engancha pero que no requiere sudores de más. Para leer en la toalla nadie recomienda un clásico, y esto es un error y una muestra de desconocimiento de lo que significa la buena literatura, como si ésta quedara relegada al instituto (con suerte) y a los períodos de seriedad y formación intelectual. En el chiringuito está muy mal visto leer a Honoré de Balzac. Y, sin embargo, es preciso indignarse y reivindicar, para el periodismo, para la literatura, y para el verano, el regreso de las buenas historias. Éstas seducen, intensas como una aventura veraniega, y subyugan al lector haciéndole olvidar su día a día, le relajan porque le sacan de sí mismo, y despiertan en él la percepción honda de lo humano; y entonces, al comprender, se libera. 

 

Honoré de Balzac es un escritor de prosa ágil y verbo preciso, sentimental a ratos, irónico a veces, agudo en el retrato de la miseria humana y rescatador de cuando en cuando, para que no duela tanto el golpe contra la realidad, del matiz cómico que tiene como envés toda tragedia. 

 

El narrador de la triste historia del pobre coronel Chabert, testigo activo, interpreta con inteligencia sus movimientos y su proceder: “El Coronel se parecía a aquella dama que, habiendo tenido fiebre durante quince años, creyó haber cambiado de enfermedad el día que estuvo curada”, o “El anciano hizo una seña con la mano y pareció luchar contra algún secreto dolor, con esa resignación grave y solemne de los hombres curtidos por la sangre o el fuego de los campos de batalla”. 

 

Chabert padece el olvido de la sociedad que conocía. Tras recuperarse de sus enfermedades en tierras lejanas y tras muchas desventuras, al volver a París ha de luchar contra su propia acta de defunción, contra su mujer que ha contraído de nuevo matrimonio y que dilapida la fortuna heredada mientras él mendiga. Pero, para iniciar esta lucha por su antigua posición, primero ha de ser reconocido. Éste es el tema universal de la novela: la búsqueda que todo hombre tiene de reconocimiento, no en el sentido de fama o de gloria, sino la necesidad de ser nombrado, conocido por los demás. 

 

¡Qué frágil es la suerte humana!, parece significar la figura del viejo protagonista, el orden que él conocía sigue su curso obviando su falta, se encuentra a su mundo girando ajeno a su ausencia, despreciando aquella posición que se creía asegurada. Nada queda tras la muerte de los galones ni de los honores de la batalla, solo el hombre desnudo, solo unos zapatos viejos y una peluca grasienta. Que no somos nada y caemos en el abismo con demasiada facilidad, “¡Qué le vamos a hacer! Nuestro astro se ha puesto y ahora todos sentimos frío!”. 

 

Hay, sin embargo, en el retrato del coronel Chabert una cierta calidez, porque en el camino lo ha perdido todo pero no su humanidad, identificada por Balzac como el viejo honor que permanece intacto. El anciano sigue siendo alguien honesto y fiable, y contra esto no pueden las circunstancias. Chabert termina aferrándose a ese resto permanente, la novela narra la transformación radical de los intereses de un hombre, que primero quiere recuperar a toda costa y con justicia aquello que le corresponde, y que después lo abandona, pues su perspectiva ha cambiado. Al final del libro, cuando Derville, el procurador que le ha prestado su ayuda, lo encuentra como mendigo en el Tribunal de la Policía Correccional (“Un poeta diría que la luz se avergüenza de iluminar aquella horrible cloaca por la que pasan tantos infortunados”), el anciano militar le dice con firmeza: “Usted no puede comprender hasta dónde llega el desprecio que siento por esta vida que tanto aprecian los demás hombres. Yo me vi aquejado de repente de una enfermedad, el desprecio de la humanidad. (…) En fin –añadió con un gesto casi infantil-, vale más tener lujo en los sentimientos que en las ropas. No temo el desprecio de nadie”. 

 

 

 

Hay una cierta circularidad en la novela: al principio el coronel es un mendigo que sufre el desprecio de la sociedad, y al final es de nuevo un mendigo pero que, ya liberado, desprecia él a aquella sociedad que le despreciaba. Ahora se reconoce él mismo sin importarle el reconocimiento ajeno. Y el lector veraniego de esta buena historia tal vez tarde unos minutos en reconocer el chiringuito en el que se encuentra, se le habrá recalentado la cerveza y le costará volver en sí, desengancharse del viejo miserable. Es ésta una buena señal, provocada solo por la buena literatura, la gran desterrada del veraneo. 

 

 

Paloma Torres es periodista. En FronteraD ha publicado, entre otros: El primer combate y la última despedida. Dos cuentos de Ignacio Aldecoa y La escritura inútil. El sentido de la crítica de arte

 

 


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