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Mientras tantoBan Ki Star

Ban Ki Star


 

Cuando se abren las puertas del estrellato, Ban Ki-moon hace su entrada mostrando sonrisa, saludando a la masa de periodistas que le esperan y dispuesto a hablar de su último y más intimista álbum hasta la fecha: “La oda al refugiado”. Le escoltan otros dos miembros de la banda, anodinos, pero que dan cierto empaque a la rueda de prensa para que parezca que realmente van a contar algo importante.

 

Ahí estamos todos. El ejército, apostado a las puertas del emblemático Hotel Fenicia, se encarga de proteger al mandamás de la ONU. Los controles son severos para acceder al recinto, un gordo recostado en una silla y al que la barriga se le escapa por entre los botones de la camisa mira la pantalla del escáner solo cuando pasan el control de seguridad tíos feos. En las escaleras dos soldados en traje de fatiga preguntan a la gente si es periodista, si dices que sí te dejan entrar. Los traductores en sus cajas, varias chinas amigas de Ban Ki-moon, cámaras a mansalva, libaneses dispuestos a lamer cuanta baldosa haga falta para quitarle al coreano unos cuantos cientos de millones más, el hotel impoluto, te acompañan hasta la puerta del aseo y te limpian el pipí si es necesario para que veas lo que es el lujo oriental y una capital, Beirut, como debe serlo. Dinero manda. Los refugiados, de haberlos allí, están limpiando los retretes.

 

El jefazo despliega un inglés que te hace plantearte si la ONU también recibe ayudas por incorporar a personas con problemas de aprendizaje. A su lado, el presidente del Banco Islámico para el Desarrollo habla para no dormirse, cinco años con el mismo puto tema de los desplazados, como para no echar una cabezadita y, total, la cosa solo va a arreglarse, como siempre, cuando haya mucha gente en los dos bandos muy cansada, con mucho sueño, con mucha hambre y con muchas ganas de cagar en un water decente.

 

Ban Ki-moon dice que él no puede hacer magia cuando alguien le recuerda si no se les cae la cara de vergüenza de tanto fracaso en la región. Non-stop-failure…¿tienen ya los editores un título para su biografía? Consternado, se compromete a poner banderas de Siria con más contundencia en su Facebook y a colocar velas en todos los atentados terroristas del mundo. El líder supremo sonríe con la misma sonrisa que Isabel Preysler cuando le preguntan si ya le enseñaba la biblioteca a Vargas Llosa con su viudo recién enterrado. Una chapita reluciente en la solapa de su chaqueta brilla con fulgor a juego con los cristales inmaculados de las lámparas.

 

Para desviar la atención de la ONU, en ayuda del diplomático acude otro presi, el del Banco Mundial, que empieza a echar mierda sobre un país que nunca te defrauda: Líbano. Con elegancia y en un inglés impecable llama putos ineptos a los libaneses, por muy desinfectado que tengan el Fenicia, que casi dos años y aún no habéis sido capaces de elegir un presidente, que el Parlamento no funciona y así no podemos haceros una transferencia, hombre, por Dios, arregladlo que así podéis robar mejor…Nada, ni con esas, al público solo le preocupa que el chino, en cualquier momento, sugiera que hay que empezar a darle la nacionalidad a tanto sirio que jamás va a retornar a Siria y eso sería el acabose. Alguien desenfundaría un rifle, una masacre.

 

 

Ban Ki-Moon no quiere decepcionar a los fans y cual “Satisfaction” de los Rolling Stones reserva para el final un último temazo sobre el ejemplo de multiculturalidad, entendimiento y buen rollo que supone ese Líbano en el que el cualquier hijo de vecino está esperando con el colmillo bien afilado a que le den una excusa para empezar a arreglar cuentas con el de enfrente.

 

Yo me conformo con que los libaneses le hayan dejado la cuenta corriente temblando.

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