Banderas

Están tras cada esquina, en las ventanas, en las antenas de los coches y hasta en las gorras de los turistas japoneses. Dos bandas rojas y una amarilla. También se ven a menudo en ciudadanos inmigrantes, caminantes orgullosos. Han sido bienvenidos.

El fútbol les ha dado la bienvenida a ellos y también a los que no tuvieron que moverse para ser españoles.

Se puede ver una pequeña bandera en la luz de muchos pensamientos.

Muchos están soñando con los once futbolistas, o con algún héroe en particular o con alguna heroína con micrófono.

Hay un nuevo patrotismo deportivo, un nuevo patriotismo mitológico, cierta mitología erótica asociada a los colores de una camiseta roja.

Una camiseta roja sobre un busto de Eros.

Las banderas se han convertido en tela pegada al cuerpo: no sólo las gorras, también las camisetas ajustadas. Una preciosa muchacha ha salido a celebrar el Mundial vestida solamente con una bandera de España.

Una mujer de bandera.

Alguien desea esa bandera.

Las banderas ya no se juran. Se desnudan.

Y eso está muy bien, era necesario.

Salvo que Eros vuelva a mitificar el patriotismo.

 

 

 

 

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