En un mundo narcisista y egocéntrico como es el del arte, la búsqueda del anonimato por parte del autor parece una paradoja, pero no olvidemos que la ocultación de la identidad es un lugar común en la historia de la seducción.
Gran parte del atractivo de muchos héroes y superhéroes modernos, desde la Pimpinela Escarlata y El Zorro, hasta Batman, Daredevil o Spiderman, o incluso la reciente Hannah Montana, reside en su doble vida de ciudadano normal y famoso superdotado. Dos mundos perfectamente aislados que no deben contagiarse nunca. Para que el juego continúe es necesario mantener el secreto de cada personalidad. El superhéroe tiene sus razones. Ocultando su identidad real, protege a los suyos de las iras de sus enemigos y a la vez se reserva la opción de una retirada silenciosa hacia la normalidad.
El pasado domingo, en el festival de cine de Sundance, se presentó la primera película de Banksy, la firma más enigmática y famosa del grafiti actual. Digo firma porque no se sabe a ciencia cierta quién está detrás de este nombre, si un tipo malcarado con capucha, un galerista avispado, un colectivo antisistema o incluso una marca de ropa. En eso reside su encanto.
Banksy se ha dado a conocer en los últimos diez años sobre todo por sus sugerentes dibujos sociales y políticos en muros de todo el mundo –en mayor cantidad en Bristol y Londres–, y por haber colgado algunos obras suyas de forma clandestina en museos tan sagrados como el MOMA de Nueva York o la Tate Modern y el Museo Británico de Londres. Conforme ha ido aumentando su popularidad, ha comenzado a hacer trabajos remunerados para algunas empresas y organizaciones, y a vender pinturas y obra gráfica en circuitos comerciales, en algunos casos a precios muy elevados. Esto le ha acarreado las críticas del sector más combativo del arte callejero.
Sea quién sea Bansky, su obra es inteligente y certera, dosificada y bien hecha, adjetivos muy difíciles de aplicar a gran parte de los grafiteros, empeñados de forma obsesiva en marcar el territorio como gatos excitados. Banksy sabe escoger a la perfección los lugares en los que interviene y actúa sobre ellos con un meditado sentido del espacio y del tiempo, alejado de calentones arrogantes. Sin embargo, no nos engañemos, la verdadera razón de su éxito, su obra magna, ha sido la cuidadosa construcción de su identidad oculta, un guión perfecto donde tienen cabida conjeturas y especulaciones, comunicados, críticas, contradicciones, apoyos, condenas, y hasta la publicación de una pretendida fotografía que un viandante le hace con un móvil trabajando en plena calle. Todo al servicio de una historia y un personaje. Banksy tiene glamour.
No es de extrañar, pues, que este Fantomas del arte actual haya terminado en el cine. Con una coherencia publicitaria ejemplar, la película –titulada Exit Through the Gift Shop— no aparecía inicialmente en la programación de Sundance y su proyección se mantuvo en secreto hasta poco antes. No se sabe si Banksy estuvo o no en el estreno, pero mandó un comunicado. La película parece ser un buen documental y, como era de esperar, tras ella sigue la incógnita, es decir se alimenta el mito.
Banksy oculta su identidad porque ése es su negocio y su distintivo de clase frente al exhibicionismo hortera de los Damien Hirst y compañía. No lo hace por seguridad. A estas alturas ya nadie va a detenerle por vandalismo. Las autoridades no pueden reconocer que es un privilegio que Bansky les pinte un muro, pero ya hay publicada una guía turística de Londres para visitar sus pintadas.
No sabemos cuál será el siguiente capítulo ni qué dirección tomará su historia. No sabemos si seguirá existiendo. No sabemos si tan siquiera existe. No importa, Banksy es el superhéroe del arte actual y tendrá sus razones.