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Barack Obama busca la llave del cinturón de castidad entre Cuba y Estados Unidos

El 7 de octubre fue un día interesante en Washington, La Habana y Miami. Salió de una cárcel de Florida el primero de los famosos Cinco de Cuba, condenados en 2001 a entre quince años y cadena perpetua por espionaje y terrorismo. René González, el único de los Cinco que posee la ciudadanía norteamericana, fue excarcelado después de trece años (dos menos de lo previsto). Pero no se va a convertir de forma automática en un hombre libre. Tiene por delante tres años de libertad condicional durante los cuales deberá permanecer en Estados Unidos. Su abogado, Phil Horowitz, clama que corre peligro a manos de las ramas más expeditivas del anticastrismo. Otros denuncian que, de ser un presidiario, René González ha pasado a convertirse en un rehén.

 

¿Rehén de quién y a cambio de qué? Las relaciones entre Estados Unidos y Cuba son como una película de Hitchcock: las casualidades no existen. No es casual la coincidencia entre la inesperada liberación de René González y los denodados esfuerzos de la Casa Blanca (y del expresidente Jimmy Carter, y del gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, entre otros) para liberar a Alan Gross, un contratista norteamericano detenido en Cuba en diciembre de 2009 cuando introducía en la isla equipos de telecomunicaciones de forma ilegal, según las leyes del régimen castrista. En marzo pasado Gross fue sentenciado también a quince años de cárcel (atención a la simetría con las condenas de los Cinco) por delitos contra el Estado.

 

Su familia ha lanzado una campaña infatigable para traerle de vuelta que recuerda a la de los padres de Gilad Shalit, el soldado israelí secuestrado durante cinco años por Hamas y recién puesto en libertad a cambio de mil presos palestinos. Aquí se invocan desde razones humanitarias (Gross no es un hombre joven, está enfermo y se resiente irreversiblemente del primitivo cautiverio cubano) hasta argumentos de derecho y de justicia. La familia insiste en que el desdichado contratista, que es judío, no hizo más que facilitar tecnología a la reducida comunidad hebrea en la isla… con ánimo de fomentar la democracia por encargo de la agencia estadounidense USAID, financiada por el Departamento de Estado para promover la democracia en países extranjeros.

 

Por supuesto que expresiones como “contratista” y “promover la democracia en países extranjeros” pueden poner los pelos de punta en el contexto de la política estadounidense. Pero Gross no es ni ha sido jamás un espía, insiste erre que erre su familia. Para ellos Gross es una figura trágica, un hombre bueno e inocente cogido entre los fuegos de dos gobiernos que llevan más de cuarenta años sacrificando peones en una partida de ajedrez eterna y desoladoramente en tablas. “Que Gross sea un hombre bueno, no te lo discuto”, nos cuenta una fuente muy familiarizada con los entresijos del Departamento de Estado norteamericano, “pero que ha sido un pedazo de ingenuo, por no decir un idiota, también”.

 

Nos aclara esta fuente que el mundo está lleno de contratistas de la USAID que no se dan cuenta del peligro que corren cuando aceptan encargos –a menudo millonarios- para ir a promover la democracia en países extranjeros sin darse cuenta de la poca receptividad de algunos de estos países a tal promoción. Y añade nuestra garganta profunda: “Seguramente Gross pensó que él no estaba haciendo nada malo llevando a Cuba sus aparatos, pero el caso es que entró con visado de turista y no se acreditó como agente del gobierno de Estados Unidos; por menos de eso fueron acusados de espionaje algunos de los Cinco”.

 

No todos. Junto con René González fueron condenados en 2001 Fernando González, Antonio Guerrero, Ramón Labaniño y Gerardo Hernández. Todos ellos están acusados de integrar la red de espías Avispa. Pero a Gerardo Hernández se le acusa además de participar en actos de sabotaje contra Hermanos al Rescate, la organización de exiliados cubanos, con sede en Miami, que ayuda a cubanos a salir de la isla. Sobre Hernández pesan dos cadenas perpetuas por ataques terroristas a las avionetas de Hermanos al Rescate que se habrían saldado con varios muertos.

 

La versión cubana es que aquí los únicos terroristas son los Hermanos al Rescate y que los Cinco se limitaban a tratar de repelerles, sin espiar lo más mínimo al país anfitrión, es decir, a Estados Unidos… A partir de aquí el debate se puede prolongar hasta el infinito, con posibilidades de consenso nulas. El cuello de botella diplomático es evidente.

 

Retóricas aparte, quedan cuatro presos y medio cubanos en Estados Unidos, un preso estadounidense en Cuba y décadas de bloqueo, tanto económico como político, que vician de origen casi toda posibilidad de entendimiento. Washington trató de mover ficha, de pactar un discreto canje entre Gross y González, evocador de los históricos intercambios de prisioneros en el mítico checkpoint Charlie de Berlín. Y se llevó un buen bufido de La Habana. ¡Pero si a González le quedan dos años de cárcel y a Gross quince!, se escandalizaron.

 

Ante esto los emisarios de Barack Obama ofrecieron enriquecer el canje de presos con una oferta de diálogo sobre reclamaciones cubanas hasta ahora jamás atendidas por ningún gobierno de Estados Unidos: borrar a Cuba de la lista de Estados padrinos del terrorismo, reducir el gasto en programas de promoción de la democracia en la isla como el que llevó a la detención de Gross (la USAID gasta anualmente 30 millones de dólares en Cuba), mejorar los intercambios postales, permitir que se comercialice el ron Havana Club en los Estados Unidos, etcétera. La respuesta fue un nuevo bufido y la humillante filtración del mismo, filtración que algunos atribuyen “o al ala dura cubana, o al ala dura de Washington, o a las dos”.

 

“No me extraña que se estrellaran. La oferta era patética”, nos asegura sin tapujos Peter Kornbluh, director del Cuba Documentation Project del National Security Archive, en el marco de la George Washington University. Kornbluh es un prestigioso investigador que durante años sacó a la luz documentos secretos de la política estadounidense en Chile y ahora hace lo propio con Cuba. Sus desvelos han revelado por ejemplo facetas poco conocidas del fallido desembarco anticastrista en 1961 en Playa Girón. Aquello fracasó, en parte, asegura Kornbluh, por imperdonables errores de cálculo tanto político como militar de la Administración Kennedy.

 

“En el fondo el problema sigue siendo el mismo”, afirma Kornbluh, “una mezcla de prepotencia y ceguera por parte de Estados Unidos, que no entiende que Cuba no esté lo suficientemente ansiosa de negociar”. En su opinión a la oferta norteamericana le faltaron quintales de solidez y buena fe.

 

El inteligente lector ya se habrá dado cuenta de que Peter Kornbluh es muy crítico con la política de su gobierno hacia Cuba desde una sensibilidad de izquierda. Pero resulta que le da la razón nada menos que un antiguo subsecretario de Defensa con el presidente Bush padre: Alberto Coll, nacido en Cuba, criado en España y actualmente ciudadano estadounidense, republicano y cristiano, tiene claro que el actual embargo es “nefasto para los intereses de Estados Unidos”. Y que también lo es su terquedad en no sentarse a negociar si La Habana no acepta una serie de condiciones previas que el régimen castrista es muy difícil que acepte. “La Casa Blanca debería valorar la negociación en sí misma, la apertura en sí misma, y confiar en que una cosa llevará a la otra”, concluye Coll.

 

Otro ejemplo de error estratégico de Estados Unidos respecto a Cuba, según Coll, es la pasividad que como gobierno ha mantenido en todo el tema de los disidentes del castrismo. La Habana reprocha a Washington que no haya hecho nada para ayudar a sacar de Cuba los presos políticos en la isla (ninguno tiene delitos de sangre) recientemente excarcelados en virtud de un acuerdo con España, que no solo los acogió, a ellos y a sus familias, sino que de acuerdo con la Unión Europea –y a cambio de suavizar las sanciones contra el régimen cubano- les presta un sostén económico. “No nos engañemos, al gobierno de Castro le viene bien que esta gente se vaya”, admite Coll lo vidrioso del asunto, “pero sin duda todas las partes ganan quitándole presión política a la situación”.

 

Coll lamenta que Washington deje pasar este y otros trenes. Insiste en que ningún error de estrategia es gratis mientras el tiempo corre con dramatismo. ¿A favor o en contra de quién? Nuevo cuello de botella diplomático. Siendo evidente la desproporción de fuerzas entre Estados Unidos y una Cuba pos-guerra fría, no está tan claro quién tiene más que ganar y que perder con el mantenimiento del presente statu quo, con el actual diálogo de sordos. Un diálogo de sordos al que Barack Obama intenta discretamente poner sonido desde que llegó a la presidencia.

 

Obama ha liberalizado los viajes de los cubano-americanos a la isla, el envío de remesas económicas y los intercambios culturales. Sus asesores sueñan con burlar el embargo desde dentro, por ejemplo abriendo la puerta a que Cuba compre alimentos a crédito (en caso de catástrofe natural o de hambruna) a los estados más eminentemente agrícolas de la Unión. Hay emprendedores estadounidenses que temen que con el fin del castrismo Estados Unidos vuelva a caer en la misma trampa que en plena guerra fría le hizo empujar un país tan cercano a sus costas, tan geopolíticamente destinado a ser su satélite y su mercado natural, al regazo soviético.

 

¿Habría bastado con que Washington dijera amén al relevo de Fulgencio Batista por Fidel Castro para barrer en la isla las veleidades comunistas? Nunca lo sabremos. Especular es fácil. Pero hay quien especula con que la situación puede repetirse en un futuro inmediato en el plano económico: que mientras Estados Unidos se encastilla en su embargo, empresarios europeos y del resto del mundo tomen posiciones para hacer su agosto en Cuba cuando, de un modo o de otro, lleguen la primavera caribeña y la democracia.

 

Hasta ahora este tipo de consideraciones se han estrellado siempre contra un infranqueable muro de principios en el Congreso estadounidense. El lobby y los sentimientos anticastristas son simplemente demasiado fuertes. La herida no se cierra por muchas décadas que pasen. No hay exilio más feroz, porque tampoco lo hay más inconsolable. Más nítidamente convencido, probablemente con razón, de que se les robó el mismísimo paraíso. Una tierra como no hay otra igual en el mundo.

 

Y sin embargo el tiempo pasa y la demografía sigue su curso. Peter Kornbluh sostiene que el perfil de la comunidad cubana en Miami está mutando: “La línea dura anticastrista va siendo eclipsada por una nueva generación de cubanoamericanos jóvenes que no comparten la violenta amargura de sus mayores, que son partidarios de viajar a Cuba y de mejorar las relaciones”. Según Kornbluh, si esta generación 2.1 de cubanoamericanos no tiene aún mayor visibilidad política es porque la línea dura de sus mayores todavía controla los resortes del poder, tales como las donaciones para las campañas electorales, la propiedad de los medios de comunicación de Miami, los lobbies ante el Congreso, etcétera.

 

¿Empieza a haber entonces un desfase entre la comunidad cubana política y la comunidad cubana real de Estados Unidos? Ojo que no estamos hablando de que los padres sean anticastristas y los hijos tengan la foto del Che Guevara colgada en la habitación. La alegría con que la izquierda de salón de medio mundo glorifica estos fetiches sigue revolviendo las tripas a los que han catado en directo las mieles de la Revolución.

 

Es por ejemplo el caso de Cris. Nacido en Miami hace más de veinte años y menos de treinta, su boca destila perlas –ese ya tú sabes, ese ponerse bravo…- que parecen recién salidas de Cuba, de donde son sus padres. Ambos exiliados del castrismo que metió dos veces entre rejas al marido, siempre por tratar de huir de la isla. La primera vez estuvo preso un año, la segunda cinco. Cris asegura que a otros les condenaron exactamente a lo mismo por matar a una persona, “mientras que matar  una vaca, que es propiedad del Estado, estaba penado con veinticinco años”.

 

Con semejantes antecedentes se comprende que los padres de Cris tengan previsto volver a Cuba aproximadamente cuando las ranas críen pelo. O cuando muera Fidel. El joven Cris lo comprende, pero discrepa. A él sí le gustaría visitar Cuba sin necesidad de aguardar al fin oficial del castrismo. Es partidario de que todo el mundo pueda ir y venir, precisamente porque tiene muy claro que él ni loco querría vivir bajo una dictadura comunista. “Que la gente vea y compare por sí misma, como aquí, aun trabajando duro y padeciendo la crisis, tienes libertad para tener tu casa, tu tele con los canales que tú quieres, tu teléfono móvil para llamar al extranjero, y sobre todo poder votar y decir lo que piensas, sentirte libre”, afirma con tanta convicción como serenidad. Él cree que una mayor apertura desde Estados Unidos abriría los ojos a los cubanos del interior y aceleraría la caída del castrismo.

 

En términos más políticos lo articula el abogado de Miami Joe García, aspirante al Congreso, avalado por Obama, que en 2010 se quedó a las puertas de la cámara, pero que lo sigue intentando. Aún sabiendo que lo tiene difícil, porque hasta los distritos electorales del sur de Florida están “cuidadosamente diseñados para que pierda un hombre inteligente, honesto y moderado como Joe García, y facilitar en cambio la victoria de los de siempre o de bestias pardas del Tea Party como Marco Rubio”, vuelve a aclararnos nuestra garganta profunda en Washington.

 

Hijo a su vez de exiliados cubanos, cuando Joe García le dijo a su padre que iba a dedicarse a la política le dio un disgusto tremendo. Tratando de endulzar el panorama para su progenitor, le espetó: “Papá, alguien honrado tiene que meterse en política, porque si no, pasa lo que ha pasado en Cuba”. Antiguo protegido de la Fundación Mas Canosa, a día de hoy García se ha distanciado de las posiciones más drásticas a favor del embargo y predica una tercera vía anticastrista menos visceral y más astuta. “No critico el embargo para hacerle un favor a Castro, sino porque veo que no es efectivo para hacerle caer”, enfatiza.

 

No se trata de predicar el equivalente cubanoamericano de bajarse los pantalones, insiste, sino de estar atento a los cambios. Surge la comparación con el tramo final del franquismo: “También aquí los tecnócratas del régimen están tratando de coger posiciones de futuro, y también aquí es importante encontrar resquicios de influencia que garanticen salidas pacíficas”. A su modo de ver, en la democratización de la isla puede ser crucial una estrategia combinada de “políticos y bisneros”, de hombres de partido y hombres de empresa, capaces de sortear el laberinto cubano y llegar a alguna parte.

 

García es consciente de que una tercera vía así exige tragarse muchos sapos históricos. Aparcar mucho agravio que en la práctica es posible que no se repare nunca. De ahí lo importante de tener paciencia con los mayores y esperanza en los jóvenes. “Por ahora no es posible, no es ni siquiera una prioridad de la Casa Blanca, bastantes problemas tiene Obama en este momento en la cabeza, pero tarde o temprano la política estadounidense en Cuba tendrá que ser más hábil; yo solo espero que no lleguemos demasiado tarde”, se despide García. ¿El año que viene, en La Habana?

 

La frase puede sonar ridícula, pero podría adquirir una nueva dignidad si se cumple la siguiente profecía de Alberto Coll: que durante todo un año habrá cero avances en los intentos de Estados Unidos de liberar a Alan Gross y romper el hielo con La Habana, pero que Obama podría dar la sorpresa de anunciar reformas y acuerdos en la recta final de la legislatura, justo antes de concurrir a las elecciones presidenciales de 2012. “Entonces puede ser un buen momento, porque si pierde las elecciones, pues ya está, ya las ha perdido, y si las vuelve a ganar tiene cuatro años para remontar los problemas que esto le pueda crear en el Congreso”, opina este antiguo asesor de Bush padre que fue enormemente crítico con Bush hijo.

 

¿Y si Obama pierde? Basándose en su profundo conocimiento de las entretelas del sistema, Coll está convencido de que el presidenciable republicano acabará siendo Mitt Romney. “Esto en principio no es malo, porque Romney no es Michelle Bachmann ni Sarah Palin, no es ningún radical, y además para ganar tendrá que virar más aún hacia el centro”, augura. “Por lo que respecta a Cuba, aunque lo disimule con retórica, no creo que eliminara las reformas de Obama ni aceptara las presiones del lobby de Miami para volver a la situación de los años de Bush hijo”.

 

Muy bonito todo. El problema es que todos los candidatos republicanos que hacen eso tratan de compensar con un candidato a vicepresidente más macizo de la raza (como John McCain cuando decidió apoyarse en Sarah Palin), y hay quien teme que la apuesta maciza de Mitt Romney sea…¡Marco Rubio, la superestrella del Tea Party en Florida! “Tener a Marco Rubio de vicepresidente de los Estados Unidos es un garantía casi total de que el ala dura norteamericana y el ala dura castrista se sigan retroalimentando mutuamente, como ha ocurrido durante los últimos cuarenta años, con el resultado de considerables sufrimientos para muchas personas en los dos países”, remacha garganta profunda.

 

Y mientras Estados Unidos deshoja la margarita, ¿qué va a pasar en Cuba? Todos los expertos consultados para elaborar este reportaje coinciden en que a los hermanos Castro lo que les pide el cuerpo, con razón o sin ella, es no fiarse de Washington y mantener el “para atrás ni para coger impulso”, que además es un leit-motiv muy rentable en términos de política interior. Otra cosa es hasta qué punto se pueden mantener determinados equilibrios.

 

Dependerá de quién corta el bacalao en Florida y en la Casa Blanca, pero también de la coyuntura económica; por ejemplo, de si aparece o no aparece petróleo en los yacimientos submarinos frente a Cuba que con avidez exploran varias compañías internacionales. Entre ellas la española Repsol, y British Petroleum, tristemente famosa desde que la explosión de una de sus plataformas provocara un monstruoso vertido en el Golfo de Mexico.

 

Precisamente uno de los posibles incentivos que Obama podría ofrecer para hacerse agradable a los ojos de Cuba es permitir que empresas norteamericanas participen en la limpieza de eventuales vertidos que pudieran producirse como consecuencia de futuras extracciones de crudo cubano. Con eso mataría tres pájaros de un tiro: calmar a los ecologistas en casa, ablandar a Castro y abrir la puerta a los anhelados intercambios empresariales entre Estados Unidos y la isla.

 

Claro que también es posible que allí no aparezca ningún petróleo, con lo cual no solo no habría ningún alivio para la economía de guerra que se sufre en Cuba, sino que la inviabilidad del país podría alcanzar cotas de emergencia. Más si, junto con la llegada a la vicepresidencia norteamericana de un Marco Rubio, se abate sobre el régimen castrista la tercera posible plaga que podría desatarse, que es la muerte de su gran aliado y cómplice, el presidente venezolano Hugo Chávez. No es extraño que una legión de facultativos cubanos vivan pendientes de la salud de Chávez. Su desaparición complicaría mucho las cosas a los jerarcas de La Habana.

 

Nadie sabe quién bajará la cabeza primero, quien reirá el último y quien recogerá de verdad los frutos de la primavera caribeña.

 

 

El Café Versailles, como el Café de Rick

 

El mítico Café Versailles de Miami, que es a los anticastristas lo que el Café de Rick de la película Casablanca era a la resistencia contra los nazis, ya va por su cuadragésimo aniversario. Son más de cuarenta años de rebeldía y de nostalgia. El local recuerda sin duda la estética afrancesada kitsch de La Habana inmortal, la de los Reyes del Mambo. Su cocina cubana tiene buena reputación y no es cara.

 

Otro cantar son los mojitos. Cuestan seis dólares y no es fácil adivinar en qué se los gastan. Ciertamente el mojito cubano no es como el de Madrid. Un mojito clásico no debe ser una bomba alcohólica, sino algo a medio camino entre la copa y el refresco. En el Versailles queda a medio camino entre el refresco y el agua del grifo.

 

Otro paralelismo con el Café de Rick es este jugoso chisme que en el mismo local nos cuenta un pajarito, exigiendo, eso sí, mantener el anonimato transatlántico: “el dueño del Versailles tiene intereses en las mismas salas donde orquestas cubanas dan esos conciertos que ofenden tanto al exilio”. ¿A lo mejor hasta ganó dinero con el reciente y discutidísimo concierto de Pablo Milanés? Ya tú sabes.

 

 

Anna Grau es reportera en ABC, columnista en ADNPlus,  bloguera en Cuartopoder.es y escritora. Su ultimo libro se titula De como la CIA elimino a Carrero Blanco y nos metio en Irak (Destino, 2011). En FronteraD ha publicado La Brigada Lincoln: los héroes ocultos de América  y Cuba no existe

 

 


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