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Barro (‘Mud’)

 

La luz se apaga. Es cuando el día empieza de verdad. El primer día el Verbo dijo su nombre en la pantalla. Y existió. Antes, la Nada, que podía aburrir, si hubiese habido alguien. No había. Cómo no había y, de repente, se fecundó la Nada y de la Nada fue la Creación. Quién, dónde, cuándo, sin tan siquiera tiempo, que arrancó en ese instante y desde entonces siente como un vacío el instante anterior, es un misterio. Al que no hay que buscarle solución. Haber estado allí. Que no era un sitio, antes de que ocurriera. Con lo que estar allí no era sencillo. Pero tampoco había quién, ni allí, ni entonces.

 

Primer Día En El Cine.

 

BARRO

 

Que la mujer no es buena es un axioma. Desde Eva, que dio a comer a Adán y fueron ambos carne de manzana. Ser una sola carne ayuda en la dieta. Pero la hace monótona. Eso igual lo sabía el Creador y era el motivo por el que quería apartar a la primera mujer y al primer hombre de la Fruta de la Revelación: por no crear problemas. Para que las criaturas hechas a su imagen no acabaran frustradas. ¿Qué sentido hubiese tenido despertar en la mujer el deseo de otro hombre, o en el hombre el deseo de otra mujer, si sólo había uno de cada género? Por eso les prohibió que comiesen del árbol de la ciencia del bien y del mal. El mal, que suele ser lo divertido. Y el bien, que generalmente es lo que hay. Claro que también podía Dios no haber plantado el dichoso árbol, o plantarlo fuera del Paraíso o, mejor, podría haber creado cuarto y mitad de hombres, digamos veinticuatro. Y otras tantas mujeres. Veinticuatro son las costillas que tiene el ser humano: catorce verdaderas, seis falsas y cuatro flotantes. Imagen de la especie en lo que al carácter se refiere: por cada veinticuatro, catorce hombres honestos, seis falsos y cuatro que no saben qué son exactamente. Las mujeres igual. O peor, que son mujeres. Para qué quieren costillas las mujeres es, todavía hoy, un misterio. De una costilla del hombre, es bien sabido, hizo Dios la primera mujer. Y dijo Adán a Dios, pasados unos años, tal vez después de haber comido del árbol de la ciencia: «¿Os habéis dado cuenta de que me quedan aún muchas costillas, Excelencia?». Pues, veinticuatro hombres: quinientas setenta y seis mujeres, a mujer por costilla. Y las mujeres, venga a llevarle barro a Dios, lo que al hombre tampoco le disgustaba en absoluto: más hombres, más costillas, más mujeres. Si la Creación hubiera empezado por ahí, veinticuatro mujeres y veinticuatro hombres, el Creador se hubiese ahorrado muchos dolores de cabeza. Aunque, también, ¿cómo iba a caer en esto el Creador, cuando Él no conocía sexo opuesto? Diosas, antes; pero ninguna desde que se instauró el monoteísmo. Obraba de oídas, Dios; y así no es fácil que las cosas salgan como Dios manda.

 

A Jeff Nichols, el director de «Mud»; o al guionista de «Mud», Jeff Nichols; o al hombre en general, de creer a Jeff Nichols, no parece que le vaya bien con las mujeres.

 

Una isla en el Mississippí. En ella ha buscado refugio Mud (Matthew McConaughey), a quien se le ha ido un poquito la mano en una disputa por culpa de la que él llama su novia, Juniper (Reese Witherspoon). Dos apenas adolescentes, Ellis (Tye Sheridan) y Neckbone (Jacob Lofland), conocen en la isla a Mud, a quien disputan la posesión de su refugio y con quien cierran un pacto de honor. Son Tom Sawyer y Huckleberry Finn. Casi se puede escuchar a Mark Twain marcando la profundidad desde un vapor del río.

 

Hay un rasgo común que arrastra a Ellis hacia Mud: son Adán, cada uno. Ellis antes de la manzana (pero ya habiendo visto cómo pasan las cosas) y Mud añorando ese tiempo. «Mud», más que de amistad, lo es, es una película de amor. Y de violencia. Primero, la violencia doméstica, la que se ejerce contra quien te ama, incluso cuando es correspondido. De nuevo las mujeres, que son como los hombres quieren verlas. Y luego la violencia que se resuelve en sangre. Recuperar el Paraíso no es sencillo. La carne de manzana. La dieta, que se pretende sea para gustar, pero tal vez para gustarse una, que uno no está tan seguro de sí mismo. Merecido. Por morder donde no hay que morder. Por poner el ojo allí donde no debe.

 

Primer Día En El Cine. Cinesporas desde el Blogo Aerostático.

 

Como debiera decirse en cada botadura: «¡Queda inaugurada esta botella!».

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