Todos los que alguna vez hemos votado a Podemos tenemos que reconocer que, para estar contra la casta, se han dado bastante prisa en lograr fotos de impacto sistémico y en proponer una elite alternativa en la que ellos serían la pieza clave.
En esta escalada hacia el poder, con una soberbia a la vez alternativa y autoritaria, no sólo explicable por la juventud –Garzón es joven y más prudente–, la rueda de prensa de ayer de Podemos le ha hecho un favor provisional, y no tan pequeño, al PP. Hace falta ser engreídos y carecer de tacto político –carencia de la que también ha sido víctima IU– para conseguir en el mismo acto que Sánchez se entere del nuevo gobierno por el Rey y que también va a ser Presidente gracias a una sonrisa del destino que Podemos le regala. Iglesias y sus ministros casi no lo podían hacer mejor si de lo que se trataba era de ofender al PSOE y echarle una mano a Ciudadanos y al PP.
Una prueba esta torpeza y de hasta qué punto la respuesta de Rajoy, para venir de un político, posee cierta inteligencia, es la reacción del portavoz del PSOE. Si Rajoy puede ser, en virtud de esta maniobra legal de dilación, un antisistema es porque el sistema abarca ya el arco entero de lo político y porque todo el mundo corre para salir en la fotografía de un centro inmaculado del que nadie debe moverse.
Dentro de este presente sin embargo complejo, difícil y relativamente nuevo, no es un problema el supuesto radicalismo de Podemos. No hay tal radicalismo, pues están embarcados en un viaje al centro que es general en Europa –más aún después de la experiencia griega– y que ellos confirman día a día con su pedigree mediático y universitario, sumado a las encantadoras escenas de familia a que nos tienen acostumbrados. Buena parte de las medidas económicas de Podemos serían aceptables por la socialdemocracia o incluso un gobierno inteligente de derechas. El problema está quizás en los gestos, en el estilo de cierto oportunismo sectario. Por ejemplo, en lo que atañe a la cuestión nacional. Si la frase «unidad de España» les sigue sonando –como parece indicar ese ministerio plurinacional– a una preocupación de derechas, es ahí donde el progresismo de Podemos hace agua y se parece demasiado a los viejos resabios de la izquierda.
Pensando solamente en la igualdad social y en el paro, el punto clave –aunque esto coincida con la insistencia de Ciudadanos– parece ser la propia pervivencia del Estado, cuestión que debe tener a media Europa en vilo y a medio mundo un poco asombrado. No hay precedentes fáciles, ni dentro ni fuera de Europa, de esta irresponsabilidad española en la llamada «cohesión territorial». Queremos decir, en el desprecio falsamente progresista hacia cualquier significado que pueda tener el nombre propio España. Fíjense en el lenguaje: «Este país», «marca España»… Es posible que la misma Francia sea más españolista que esta bendita nación.
Una última nota sobre estos días. Podría ser también un poco discutible que el objetivo central sea, casi a cualquier precio, impedir que el PP siga en el gobierno. Aunque el resto de los partidos tuviesen las manos limpias en cuanto a corrupción e índice de paro, suena un poco extraño que se trate a toda costa de expulsar a Rajoy, como si de un intruso, un inmigrante o un morisco se tratara. ¿No recuerda esto a nuestro viejo odio cainita, esa baja autoestima –compatible con el narcisismo ideológico– que bien podría estar tras todas nuestras lacras actuales?