Desde hace semanas se siente en el ambiente esa tensión, acaso esa calma, que precede a un gran partido de fútbol. Se habla, entre voces, del Bayern, el único que puede evitar una final de equipos españoles, de su defensa, de que es un equipo frágil, de que ya no es aquella aplanadora. En fin, se habla.
En los últimos días, ya con la realidad encima, ha salido a relucir la tradición, la historia, de un emparejamiento como pocos en Europa: la página oficial del Bayern evoca el mito de “la bestia negra” y, clama, en dialecto bávaro, que ella viene a casa; el propio Alfredo Relaño ha dedicado un post en su blog al abolengo de un partido que, en su parecer, tiene inclusive más morbo, más pique, que el clásico; y el clip publicitario de la TVE lo data todo a esa semifinal del ’76, en la que hubo cualquier cosa, desde un hincha desaforado que bajó de las gradas del Bernabéu a agredir al árbitro (el llamado “loco del Bernabéu”) hasta la agresividad de Sepp Meier, que le costo el tabique a Roberto Martínez.
Ganaría el Bayern aquella semifinal (1-1 en el Bernabéu, 2-0 en el Olímpico), consiguiendo su tercera Copa de Europa consecutiva tras vencer en la final de Hampden Park (Glasgow) al St. Etienne de Jacques Santini. Sería el clímax de la historia del club bávaro, aunque apenas era el comienzo de la rivalidad con los merengues.
Esta se intensificó hacia finales de los 80, cuando los dos equipos se enfrentaron en la semifinal de la Copa de Europa de 1986/87, y los cuartos de final de la siguiente edición. Infame, desde siempre, ha sido el pisotón que le propinara Juanito a Matthäus en la primera de estas citas, frustrado en las postrimerías de una derrota apabullante en el Olímpico. Curiosamente, menos famosa es la remontada que protagonizó el Madrid en el mismo estadio al año siguiente, volteando un 3-0 casi definitivo en los últimos 10 minutos del partido de ida con goles de Butragueño y Hugo Sánchez. Ese 2-3 se convertiría en la plataforma desde la que los blancos conseguirían eliminar a los campeones bávaros por primera vez en su historia.
Sería, sin embargo, en el período de Champions cuando las brasas que ya ardían entre estos dos grandes se prenderían en fuego: un Bayern rampante, de nuevo con Matthäus, con Effenberg, con Gio Elber y Mehmet Scholl, acribillaría al Madrid en la segunda liguilla de la edición de 1999/2000, metiéndole un total de ocho goles a los blancos en los dos partidos (2-4; 4-1), antes de repetir el enfrentamiento en la semifinal de ese mismo año. El Madrid ganó la ida 2-0; el Bayern la vuelta 2-1: los bávaros habían ganado tres de cuatro partidos contra los merengues en la competencia, marcando 10 goles (contra seis del Madrid), pero los finalistas, y eventuales campeones, serían los de la capital castiza.
Aún así, la revancha no se haría esperar: semifinal de Champions 2000/01, Del Bosque en un banquillo, Hitzfeld en el otro (como en aquel Suiza-España del Munidal de Sudáfrica, 2010), disparo de Elber, pifia de Casillas y el 0-1 en el Bernabéu que le daría la ventaja al Bayern, y la confianza para conseguir otra victoria en casa contra los Galácticos. Por tercera vez, el ganador de esta semifinal se convertiría también en el campeón de Europa. Y la cuarta vez llegaría al año siguiente, con la cita habitual entre los dos equipos en la semifinal, la cuarta en fila disputada por el Bayern, en la que la ventaja quedaría del lado español, camino a la tercera Champions en cinco años. Fueron ocho partidos en tres temporadas, tres semifinales consecutivas. Más allá del balance, una de las más intensas rivalidades del fútbol europeo se había cementado.
El futuro depararía nuevas anécdotas, pero el fútbol es un deporte de ciclos y el del Bayern estaba en descenso. Nada más emblemático para ilustrar tal situación que el error, garrafal, de la figura estelar de los rojos en 2004, el gran capitán, Oliver Kahn, a quien se le coló uno de los tiros libres más mansos que Roberto Carlos cobrara en su vida, para sellar el empate a uno en el Olímpico, en el último encuentro entre ambos titanes que se disputaría en aquel coliseo.
Pero aquello fue en octavos, y a pesar de que el Madrid pasó con gol de Zidane, aquella final la protagonizarían el Monaco de Morientes (y Deschamps) y, por supuesto, el Porto de Mourinho (y, entre otros, de Ricardo Carvalho). Eran tiempos de renovación que perdurarían bastante más allá que el próximo enfrentamiento, el de 2007, también en octavos – emparejamiento intrascendente para la historia, más allá de la insolencia de van Bommel, ex-culé, por supuesto, tras dar esperanzas al Bayern con un gol tardío en el Bernabéu que ponía las cosas 3-2. Una ronda más tarde, el Milán, camino a su séptima Copa de Europa, sería demasiado equipo para los alemanes.
Luego llegó la estación de Mourinho en el Madrid, con quien vino también una nueva estrella para los merengues, al menos en terrenos europeos. El Bayern, sin embargo, y a pesar de la aberración de octavos de final en la temporada 2010-11, ha contado desde principios de esta década con la plantilla más competitiva que ha tenido en años. Con ella ha disputado tres de las últimas cuatro finales de la Champions, con ella consiguió el triple campeonato en la temporada 2012-2013, la última de Heynckes, y con ella logró despachar, in extremis, al Madrid de Mou con un gol de última hora en el Alianz de Mario Gómez y una demostración de Cristiano en Madrid que obligó a la tanda de penaltis definitoria. Luego vino el fallo de Ronaldo, el de Kaká, y el inolvidable cohetón de Sergio Ramos.
En los dos años que han transcurrido desde entonces, Mou ha vuelto a los pastos dorados de su Chelsea idílico, Heynckes ha dado paso a Pep Guardiola al mando de la bestia negra, y Ancelloti se enfrenta al más severo exámen que ha tenido en su corta estancia en el Real Madrid.
Pero ya lo decía Mou en referencia a los 107 goles del Madrid en liga en la campaña de 2011-12: la historia no juega en el campo de fútbol. Allí son 22 los que pelean, uno el que decide y cuatro los que lo asisten. Allí, el balón es redondo y el duelo de 90 minutos. O, en este caso, de 180. Allí nos veremos las caras todos esta noche y la semana próxima. Pero para nosotros, los espectadores, estas mil razones le añaden morbo a un partidazo que será, indiscutiblemente, para la historia.