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Bebé de pañal sucio: Guinea Ecuatorial

 

Hace escasos meses que escribí sobre Guinea y de ella dije que era un Estado-bebé. En el libro delgado, y electrónico, Diccionario básico, y aleatorio, de la dictadura guineana describíamos lo que ya se sabía de un Estado de ese tipo; igual que un niño: no toques la lámpara, no desordenes los libros, cuidado con el fuego, no metas la mano en el ojo de tu hermano, no vuelques el plato. Sí, no eches a perder la comida, que es cara, muy cara, etc.

 

Pues con Guinea pasa otro tanto, pues todos los que tenemos cierta edad hemos vivido todas las prevenciones que han tenido con la jerarquía política del país para llevar sus asuntos por mejores cauces: mejora los hospitales, asfalta las carreteras, pon agua potable, forma mejor a los funcionarios, y deja de maltratar a la población. Sí, deja de meter la mano en el ojo de los detenidos, ni aunque fueran animales, joder. Y así. Pero ni con esas, ya saben lo que pasa con los niños consentidos. Han seguido en sus costumbres malsanas hasta hoy.

 

Estábamos en esas, y mientras acababan precisamente de encerrar a un médico inocente, aunque susceptible de equivocarse, saltó a la bandeja de entrada de los correos electrónicos de varios jóvenes guineanos la información de que a partir de ahora dejarían de percibir la beca que recibían del Gobierno de España porque había llegado la crisis para quedarse y no había más dinero que dedicar a la formación de unos cuantos guineanitos que, en realidad, y siendo de un Estado-bebé, eran huerfanitos.

 

Nosotros, que nunca creímos en nada, y pese a la trayectoria recorrida por el país en que nacimos, dijimos que basta ya de tanta tontería, que Guinea Ecuatorial se debería ocupar de este caso, y que los afectados se pusieran mano a la obra para hacer defender sus derechos como guineanos. Pero también abrimos los ojos y dijimos: aunque fuera real la escasez de fondos, interrumpir de forma abrupta la formación de unas personas es una violación de un derecho. No parece que sea legal, tratase del país que sea, y de los alumnos de donde sea. Con ellos se ha violado un derecho humano. Sí.

 

Cuando se puede hablar de algo tan serio, afluyen al recuerdos muchos hechos que se relacionan y contribuyen a la discusión del problema. Y descubrimos cosas sobre las que no había suficiente luz. ¿Cómo es posible que los dirigentes de un país cuyos ciudadanos jóvenes pueden ser expulsados de universidades españolas por la sequía de fondos pueden tener tantas atenciones diplomáticas, políticas y bancarias para amasar fortunas millonarias en Estados Unidos, Francia y la misma España? ¿Estas cantidades escalofriantes que dan para comprar mansiones, aviones, colecciones de coches de lujos y también para sostener aficiones estrafalarias no dan para los gastos universitarios de estos alumnos? ¿Cómo se come el hecho de que países a los que no pueden entrar los ciudadanos guineanos de a pie puedan consentir esta orgía de gastos y dispendios y luego se pueda justificar el abandono de los universitarios?

 

Creemos que tiene que ver con el hecho de que se cree que Guinea siempre será un país- bebé. Y esto se dice recordando cómo se tejieron las relaciones de ciertos políticos del anterior Gobierno de España con el régimen-bebé de Guinea. Y en algunos casos puntuales hubo declaraciones sobre lo bien avenidos que deberían ser los dos países que rayaron el patetismo. El resultado final, los alumnos a la puta calle, es la confirmación de que no había ni un poco de seriedad ni en aquellas relaciones ni en las declaraciones azucaradas de algún mandamás con asiento y sueldo en esta España peninsular.

 

Vamos a ponernos serios: con el hecho de la defenestración universitaria de varios estudiantes de Guinea Ecuatorial una persona sugirió que el caso se diera a conocer a los activistas del movimiento 15-M para que hicieran presión, pues entendía que con el hecho se había vulnerado un derecho. Y ahí entra la madre del cordero, pues ¿cuántos alumnos de los afectados se había acercado a este movimiento? Creemos que muy pocos, y pese a ser un movimiento cuyos actos se producen a la vista de todos.

 

Esta seriedad a la que hacemos referencia tiene mucho que ver con el hecho de que los estudiantes afectados han sobrepasado la veintena y ya pueden ser considerados adultos jóvenes. Y estudiando en un ambiente donde nadie les meterá la mano en el ojo, como ocurre en su país, deberían haberse impregnado de las costumbres locales para aplicarlas en su país, a la vuelta. Son los adultos jóvenes que deberían trabajar para que su país cambie de estado, que deje ser el eterno niño necesitado de cuidados. Pero estos alumnos no se dieron por aludidos hasta que la sequía dineraria de las comunidades a las que no han sabido pertenecer los devolvió a la realidad. Ahora alguien sugiere que su caso sea escuchado por unos contemporáneos suyos que se han dado cuenta de que la tradición enseña que los cambios no vienen solos, hay que luchar por ellos con los medios de los que se dispone, y así ha sido durante siglos.

 

Tenemos fe en que el sentido común toque las cabezas de los que mandan en Guinea para que suelten los dineros que garanticen la continuidad de la formación de estos jóvenes guineanos. Pase lo que pase, está bien recordarles que son negros de un Estado-bebe regido por unos monigotes consentidos por las potencias mundiales, y este hecho de que sean negros puede justificar el otro final que no deseamos. Que vuelvan a Guinea con las manos semivacías.  Y está bien que vayan aprendiendo que la mención que se hace de su raza, o el color de su piel, es para recordarles la creencia generalizada de que los negros siempre serán súbditos de un estado-bebé. De ahí que los graves errores de sus dirigentes adquieran con facilidad la categoría de normales aunque sean escandalosos y tengan, allende los mares, quienes los aplaudan.

 

Barcelona, 15 de mayo 2012

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