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Beber para contarlo: vuelve a los cines la joya perdida en la que Gary Oldman exorcizó los demonios del alcoholismo

Carteles de Nil by Mouth. A la izquierda, el original de 1997, a la derecha el de la remasterización de 2022

Hay una mística en esos autores que apenas escriben o dirigen una sola obra que ingresa casi de inmediato en el canon cultural. Pasa con El guardián entre el centeno y La conjura de los necios en literatura o con La noche del cazador y Johnny cogió su fusil en el cine. Son como una Venus que emerge plenamente formada de la espuma del mar, sin ensayo acierto/error, sin tanteos ni etapa prólogo. Nil by mouth –que en español recibió la chusca traducción de Los golpes de la vida, aunque literalmente significa “nada por la boca”– es por ahora la única película dirigida por Gary Oldman. Y también nació plenamente formada, pero de la espuma grasienta del Támesis de los noventa.   

Nil by Mouth –lo de los golpes de la vida nos lo ahorramos– comienza ya empezada, sin explicaciones: “Esto es lo que hay, súbete al tren en marcha si puedes”. Es una secuencia rodada con teleobjetivo, sin profundidad de campo, en un entorno asfixiante, saturado de gente y de un griterío al que contribuyen los protagonistas –Oldman describe la perspectiva de su película como voyerismo claustrofóbico. Parece un combate de boxeo o una sala de apuestas, quizá las dos cosas. Lo único claro es que el personaje está pidiendo una bandeja de bebidas alcohólicas: cervezas, vodkatonics y hasta cerveza con vodka. Se ha agotado el hielo, pero da un poco igual. 

A partir de ahí llegan unos primeros veinte minutos implacables, de diálogos vertiginosos, caos y rudeza de los bajos fondos londinenses. Los ingleses utilizan la expresión lowlife para describir a los representantes de ese submundo. Algunos diálogos –Oldman también es el guionista– rezuman la agilidad y agudeza del mejor Tarantino, pero ahí se acaba la comparación. “Cuando hice Nil by Mouth sentí la necesidad de crear una película sobre la vida, no una película sobre otras películas como era Reservoir Dogs y el cine que se puso de moda entonces”, contó Oldman en una entrevista tiempo después. Y eso que en aquella época el cine de Tarantino aún no se había convertido en un homenaje a sí mismo… Y prosigue: “Incluso en una película como Leaving Las Vegas hay una estilización; en realidad, cuando bebes así acabas sangrando por el culo”.

Nil by Mouth está planteada como una sucesión de planos cerrados, sin apenas oxígeno visual y apoyados por un montaje implacable que vapulea al espectador. Y, sin embargo, no se trata de un simple alarde técnico. En el estreno original el director explicaba que su objetivo no había sido dirigir una película por el simple hecho de ponerse tras una cámara, sino plasmar una historia que llevaba dentro y que forcejeaba por salir.  

Y ahí está el meollo del asunto. Estamos ante una exploración a bocajarro del alcoholismo en un estrato social y en una familia muy concreta en la que resuenan ecos autobiográficos. Lo interesante es que Oldman no está dibujando un retrato exacto de su propia familia. Sí, su padre –al que dedica la obra– era alcohólico, tal como él mismo lo fue. Y muchas de las localizaciones que aparecen en la película fueron escenarios de la juventud de Oldman, incluyendo el pub donde transcurre una de las escenas finales y que se encontraba a pocos metros de la casa familiar. 

Sin embargo, no es una autobiografía. Oldman describe la película como una obra personal y sincera, un paisaje emocional que mezcla vivencias propias y presenciadas; así, el protagonista no es un trasunto de su padre, que tampoco propinó paliza alguna a su mujer como se muestra en la película.  Esa distinción –entre lo autobiográfico y lo personal– es relevante a la hora de entender la trascendencia de la obra, que busca una verdad artística más allá de un ajuste de cuentas con el pasado. 

A la potencia formal y la intensidad emocional de la historia hay que sumar el deslumbrante trabajo de los actores y su entrega al proyecto. Desde Ray Winstone –que también haría de gánster de medio pelo en Sexy Beast unos años después– hasta Kathy Burke –que ganó la Palma de Oro en Cannes por su papel– el reparto transmite la veracidad del cine documental. Es inevitable recordar el estilo de Cassavetes, aunque con una dosis de violencia cruda más cercana a la que se gastaba Scorsese en Malas calles.  

Nil by Mouth es una obra hosca con el espectador porque la violencia acecha en el giro de cada frase y explota siempre de forma imprevisible. Probablemente no hay una película que retrate la violencia doméstica con una brutalidad más descarnada que la escena en la que Ray, el personaje de Winstone, sufre un ataque de celos. Casi toda la acción sucede fuera de plano, pero explica la violencia física que puede llegar a sufrir una mujer con más elocuencia que cualquier campaña de concienciación.

Una de las grandes virtudes de Nil by Mouth es que muestra el entorno delictivo de las clases bajas londinenses, la violencia de pareja, el alcoholismo y la politoxicomanía sin escandalizarse ni sermonear. Los protagonistas son peces inconscientes del agua turbia y verdosa en que se mueven. Y así, en ese mundo es algo casi rutinario que tu madre te recoja en coche y, cuando te dispones a pincharte tu dosis de heroína, ella te sugiera hacerlo en el asiento trasero para guardar las formas.    

Hay algo en la working class y el mundo del hampa británicos –y esto me lo saco de la manga como una intuición poética y un poco porque sí– que destila una crudeza que no se ve en el cine francés, quizá más obsesionado con el análisis de la banlieue y la culpa postcolonial, o en la violencia mafiosa de los arrabales napolitanos. Es la sordidez de fondo que se aprecia en películas como Get Carter, de Michael Caine; un mundo de colillas apagadas en platos de baked beans con salchichas y marcado por el declive de los viejos cinturones industriales. Con el tiempo, las películas británicas que se mueven en ese registro de degradación social se han convertido en todo un género: el kitchen-sink drama (drama de fregadero). 

En esas localizaciones grises y plomizas del council housing inglés, de los sórdidos locales de striptease del Soho londinense, emergen figuras trágicamente humanas. Están tan cerca que producen una mezcla de pudor, repugnancia, ternura y compasión. No es un cine social explicando lo malo que es el capitalismo a través de un juego de marionetas. Es la vivencia íntima de la cadena de dolor y adicciones de un hogar; el horror transmitido de generación en generación y encarnado en el sillón original donde el padre de Oldman se sentaba a beber, y que se utilizó como atrezo en el salón de la casa de Ray. Y ese diálogo, quizá el tramo más expositivo de la película, pero igualmente emocionante, en el que se explica el verdadero significado de “nada por la boca”.

Nil by Mouth es, por resumir, una experiencia física –háptica, si nos ponemos estupendos– tal como a cierto volumen el sonido pasa de ser cosa del tímpano a resonar en el pecho; un recordatorio de que el gran cine no consiste en contar cosas, sino en trasladarte a otro estado de conciencia.

¿Y por qué hablar de ella ahora? Pues porque, a pesar de los laureles de Cannes, la película fue un fracaso comercial y apenas gozó de circulación. De los nueve millones de dólares que costó –1,4 de ellos del bolsillo de Oldman– solo logró recuperar algo más de doscientos mil en Estados Unidos. “Había ganado algo de dinero y, como no me había comprado un Lamborghini ni una mansión, decidí que bien podía comprarme mi propia película”, confesó en una entrevista reciente.  

El actor que luego encarnaría al conde Drácula con moño o a un Winston Churchill con papada sabía que se lo jugaba todo a una carta. El resultado es una apuesta radicalmente autoral en la que no hay una sola concesión a la taquilla. Con ánimo de resarcimiento, el British Film Institute la reestrenó a finales del año pasado en el Reino Unido. Además, ha lanzado una versión remasterizada en Blu-ray por primera vez para hacer justicia al original.

El final de la película es de todo menos feliz. Pero sí que se cuela un rayo de luz, aunque sea por el contexto en el que se filmó. Nil by Mouth cumple veinticinco años, los mismos que Gary Oldman lleva abstemio. 

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