Si la novela de Rafael Chribes En la orilla (Anagrama, 2013) es la gran traducción literaria de la burbuja inmobiliaria y sus consecuencias, El comité de la noche (Literatura Random House, 2014), de Belén Gopegui, aborda por primera vez la respuesta ciudadana a la crisis en la que estamos inmersos. Desde La escala de los mapas (Anagrama, 1993), con aquel impactante fragmento inicial del hombre que besa la mano y describe una manivela, Gopegui ha ido construyendo con la paciencia del orfebre una obra valiente y original, rabiosamente personal, alejada de las complacencias que suelen acompañar a la novela. La lucha de clases, el poder del dinero, el compromiso con las ideas transformadoras, la militancia política y, ahora, la rebelión organizada para combatir la injusticia y la corrupción.
La novela parte de una noticia tan verídica como estremecedora: “Una multinacional farmacéutica plantea pagar 70 euros semanales a los parados que donen sangre” (Público, 17-04-2012). “Los documentos durmientes, como los agentes, permanecen a la espera de ser activados cuando la organización los necesite”, se dice en un texto inicial que evoca a Sabato y a Cernuda: “Aquí los tienes ahora: descifrados, publicados. No hallarás datos operacionales, contraseñas o listas de nombres. Son documentos narrativos”.
De nuevo la literatura como instrumento para transformar la realidad circundante. “Los narradores de sus novelas”, escribió Luis Martín-Cabrera, “no narran para entender, sino para saber, para buscar los pliegues epistemológicos de la realidad, para cuestionar aquello que se acepta como lógico y natural, siendo las más de las veces irracional y, sobre todo, injusto”. En El comité de la noche, Alex y Carla, dos mujeres en la treintena, confluyen en la lucha contra el tráfico y la compraventa de sangre. La primera ha perdido el trabajo y el rumbo de su vida, y vuelve con su hija a casa de sus padres, hasta que se une al comité de la noche. La segunda se revuelve contra sus afectos, que la abocan a la injusticia y a la corrupción.
Hay un fragmento, en el relato de Alex, tal vez oportuno para el día de la resaca de la consulta catalana. Recoge una idea propuesta en una asamblea “no clandestina” para romper la disyuntiva y seguir un camino que no sea ni el enfrentamiento ni el sometimiento. Está tomada de Crónicas marcianas y de Espartaco, donde los esclavos en vez de enfrentarse o someterse, deciden sencillamente irse. Como no nos podemos marchar, la solución es mutar, “que es una forma de irse habiéndose quedado”. Despojemos a la convocatoria catalana de patrias y banderas (aunque parece imposible) y cosecharemos un buen puñado de (bienintencionados) votos.
La de Gopegui, como la de Chirbes, es una de esas novelas necesarias que afrontan las complejas relaciones de la literatura con su tiempo y nos ofrecen una interpretación de “lo que hay”, que es la mayor ficción que se ha inventado, según afirma uno de los personajes de El comité de la noche.
¿El comité de la noche surge como anhelo como provocación o como necesidad?
Más que provocar se trataría de convocar. La imaginación es una forma de pensar distinta, imaginar supone hacerse consciente de algo que no siempre es real pero que, al mismo tiempo, existe. Imaginé el comité de la noche como un fantasma, una aparición de lo que ya tiene presencia aunque no podamos verlo.
¿Tienes constancia de que hay gente organizándose en la sombra? ¿Crees que es necesaria esta organización social en nuestros días?
La historia nos muestra una y otra vez –y deja constancia a través de ingentes cantidades de material documental– cómo la clase dominante se ha organizado también en la sombra para que las conquistas sociales no avancen, para que las revoluciones tropiecen, para que quienes luchan y se rebelan, caigan. Dada esta situación, el sigilo a veces puede ser necesario.
Es la primera novela, creo, en la que se menciona a Podemos ¿Qué opinas de Podemos?
Entiendo que la brusca irrupción de Podemos en el escenario político provoque impaciencia además de interés, pero es pronto para tener una opinión fundada, sobre todo porque parece que esto es lo único que habría que hacer respecto a Podemos: opinar. A mi modo de ver las instituciones, como el Estado, no son lugares vacíos dispuestos a ser ocupados dócilmente por cada partido cuando gana unas elecciones: son lugares llenos, y modificar sus comportamientos para que sirvan a nociones como justicia o igualdad, para que salgan de la inercia y no fomenten la explotación, requiere una fuerza no por común menos descomunal. Más que opinar se trata, creo, de pensar, deliberar, imaginar y poner en práctica propuestas acerca de cómo construir esa fuerza que no sólo requiere votos.
Manifestación del movimiento 15-M. Foto de Alberto di Lolli publicada en El Mundo.