Estamos tan acostumbrados a complicarlo todo, a adornar nuestra vida con mil perifollos que cuando alguien se nos presenta sin artificios, desprovisto de maquillajes, con la cara lavada, nos cuesta reconocer sus intenciones, aunque estas sean literarias.
Me estoy haciendo mayor, será por eso por lo que últimamente disfruto con la simplicidad, con la desnudez del minimalismo y no sólo en mi estética, o en esas actitudes mías tan alejadas de la palabrería. Si en la mesa, me basta un buen plato de espagueti con tomate, albahaca y un poco de parmesano para ser feliz; en literatura me gustan aquellos libros que están escritos con la naturalidad del que no escribe, esos libros que cualquiera al leerlos piensa que podría él mismo haberlos escrito, ajenos al esfuerzo y que sin embargo esconden un talento envidiable. Son autores que simplemente cuentan pequeñas historias, te las cuentan al oído, sin levantar la voz; con un ritmo tranquilo, sosegado y que tanto agradeces, como si para escribir no hiciera falta más que ponerse a ello, nada más.
Pienso en todo esto al leer el primer tomo de los diarios de Iñaki Uriarte, uno de mis libros de cabecera, regalo de un buen amigo. El típico libro que no quieres que se acabe y que cómo bien dice Jabois, no lees de principio a fin, sino a tragos; ahora empiezo por aquí, continúo por allá, y que cuando te das cuenta, te has dejado arrastrar por esa sencillez tan suya, tan contagiosa que para ti quisieras y ya estás deseando leer cuanto antes el segundo tomo, y el tercero. Y si hubiera un cuarto, también. Carisma, creo que lo llaman. Carisma literario, un saber estar ajeno a la arrogancia que hace sentir al lector como un invitado y al invitado como si estuviera en su casa.
Todo tiene cabida en este pequeño salón que son sus diarios: Literatura, Vila-Matas, su gato, Benidorm, tapas y pinchos. Pero también Catherine Deneuve y política. Y un viaje a Florencia… Y por si esto no os convence, nos dice en la solapa del libro: “He estado en la cárcel, he hecho una huelga de hambre, he sufrido un divorcio, he asistido a un moribundo. Una vez fabriqué una bomba. Negocié con drogas. Me dejó una mujer, dejé a otra. Un día se incendió mi casa… También conocí a un hombre que mató a otro hombre, y a uno que se ahorcó. Sólo es cuestión de edad. Todo esto me ha sucedido en una vida en general muy tranquila, pacífica, sin grandes sobresaltos”.
Ante esto, ¿quién se resiste?
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Fotografía: Iñaki Uriarte