Volví a casa poco antes de la media noche, en la tele ponían Historia de nuestro cine, hablaban del maestro Berlanga con motivo del año de su centenario, en concreto del clásico Plácido. Mi mano soltó el mando en el acto de forma refleja, como si una fuerza superior me prohibiera hacer zapping. No sé si les ha pasa, a mí me ocurre siempre, cuando veo una película que me gusta mucho en la tele, da igual donde la pille, tengo que verla hasta el final. Así que me quedé dos horas en el sofá con una sonrisa bobalicona, como si fuera el personaje de Manuel Alexandre mirando la cesta de navidad, soñando con el jamón en dulce o la perdiz escabechada que nunca va a probar. Porque el que escribe se dedica a contar historias y sueña con hacer un cine como el de Berlanga, pero ya se sabe que los sueños, sueños son.
En la tertulia del programa habían invitado al maestro Sacristán, al que fue mi maestro de historia del cine en la escuela de cine, Carlos F. Heredero, y a Manuel Hidalgo, otro maestro que este año ha reeditado su libro El último austrohúngaro, de entrevistas hechas a Berlanga en los años 70 y 80, que además escribió junto con Berlanga el guion de la que hubiera sido la cuarta entrega de las aventuras de la familia Leguineche, nada más y nada menos que en Rusia. Creo que fue Heredero el que, después de decir que Plácido le parecía la mejor película de la historia del cine español, dijo que ahora hay unanimidad en el valor de las películas de Berlanga y en lo que representan, pero en su época tuvo muchos detractores.
Y es que este año es el año Berlanga. Se celebra el centenario del nacimiento del genio, aunque en sus películas se solían celebrar más entierros que bautizos. Por respeto al maestro deberíamos celebrar su muerte y no su nacimiento, pero esa sería otra historia.
La tradición esperpéntica viene de lejos en España, vemos la realidad a través de los espejos del callejón del gato, nuestro humor es negro en casi todos los ámbitos, reivindicamos la figura de Berlanga como el gran maestro de la comedia española, pero si miramos a las producciones cinematográficas españolas, ¿cuántas comedias negras hay? Me cuesta recordar una memorable en el cine español en los últimos años. Los grandes éxitos de la comedia española son comedias familiares, blancas como un traje de novia (¡a la vista!), y con finales felices. Finales donde el personaje protagonista sonríe mirando a cámara, incluso en las que parten como una comedia que se supone políticamente incorrecta.
Y no me malinterpreten, no me refiero a que tengamos que ser machistas, racistas u homófobos para hacer una comedia negra. Echo de menos los finales infelices y en plano general.
Afortunadamente algunas series vienen al rescate y sí veo esa negrura berlanguiana en las desventuras del político Juan Carrasco o en la Vergüenza, de Cavestany y Armero. En el cine no demasiado y es una pena. Reivindicamos el año Berlanga, la RAE acepta el término berlanguiano, pero nos olvidamos de lo que significan.
¿España ha perdido su esperpento? Humildemente creo que no, tenemos políticos que reivindican la libertad brindando con una caña de cerveza y muchos de ellos podrían formar parte del elenco de Todos a la cárcel, también se han vuelto a poner de moda los que organizaban las cacerías, como en La escopeta nacional, y las colas del hambre están cada vez están más llenas de Pascuales y Conchetas.
Esto es algo muy español, me recuerda a cuando se habla de Julio Anguita. Desde que se retiró de la política, después de su muerte más aún, se dice de él que es un político ejemplar, era el único que no cobraba paga vitalicia, el que decía las verdades a la cara doliera a quien doliera y es verdad. Aunque la realidad es que, a pesar de que consiguió unos muy buenos resultados en su época, el mejor político español, el que ahora todos veneran, nunca tuvo la más mínima posibilidad de ser presidente.
Berlanga nos gusta a todos, lo admiramos, es un genio, es nuestra historia, pero a la hora de producir, prefieren una comedia con final feliz y si es familiar mejor, porque se venden más palomitas.
Pueden decir que Berlanga solo hay uno, que ahora no hay genias o genios de tal calibre y puede que sea verdad. ¿Qué pasaría si Berlanga fuera contemporáneo e intentara financiar una de sus comedias negras con finales infelices? ¿Se la producirían? Es cierto que a Berlanga le costó mucho sacar adelante sus películas, pero lo consiguió y lo hizo en una dictadura fascista.
Pienso que no hay mayor homenaje que continuar el legado del maestro, aunque no le lleguemos a la suela del zapato. Bien pensado, reivindicar algo maravilloso que es parte de nuestra tradición e historia, pero mejor que el riesgo lo tome otro. Es algo muy esperpéntico, muy berlanguiano y muy español, porque en España somos berlanguianos de pro.
Mientras tanto, los paralíticos emocionales, seguiremos echando de menos los finales infelices en plano general, como el de Plácido, con el motocarro en primer término, la calle vacía en noche buena y el villancico: “Madre, en la puerta hay un niño y gritando está de frío, ande dile que entre y se calentará, porque en esta tierra ya no hay caridad… ni nunca la habido, ni nunca la habrá”.