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AcordeónBernard Plossu, el último beatnick

Bernard Plossu, el último beatnick

Conduzco hacia Agüero por una estrecha carretera que serpentea entre olmos. Es otoño. La carretera está tapizada de hojas que levanto como una polvareda amarilla en mi retrovisor. Me he dado cita con Bernard Plossu para pasear por los alrededores de Riglos. La entonces directora del Centro de Arte y Naturaleza, Teresa Luesma, ha encargado a Plossu un extenso trabajo fotográfico sobre la provincia de Huesca. Me ha pedido que le sirva de guía y escriba de paso unos relatos que acompañarán el libro que documentará ese trabajo. La exposición, con su catálogo, tendrá lugar en 2009. Conocí a Bernard Plossu diez años antes, en Aix-en-Provence. Desde entonces los encuentros se han ido sucediendo, hasta ahora.

 

 

On the Road

 

El primero de los viajes tuvo lugar por la Hoya de Huesca hacia el norte y la sierra de Guara. En otra ocasión hacia Bara. Hoy toca Riglos. Hablamos. Conduce más despacio, me dice. Plossu dispara desde el coche. Le gusta fotografiar en el desplazamiento. Esta, creo, es una de las claves de su trabajo. Desde un coche, desde un tren en Paris-Londres-Paris (1988), en los transportes públicos, Marseille en autobus (1996)… El signo que sirve de impronta a lo largo de toda la obra de Bernard Plossu es el viaje, estar On the Road.

 

Hablamos. Me cuenta que no le interesaban los estudios y en 1965 deciden mandarlo a México, donde ha emigrado parte de la familia materna. Plossu tiene veinte años y se encuentra con los beatniks americanos. Hace fotos sin saber que esas fotos se convertirán en el primer libro de su carrera. Tendrá que esperar años para descubrir el valor de esas imágenes. Resultado de su primera estancia en México, en plena eclosión beatnik, será Le voyage mexicain, publicado en 1978, primer libro relevante de una dilatadísima producción. On the Road de Kerouac ha aparecido poco antes. Ambos libros comparten la misma inspiración. El meollo del trabajo de Bernard Plossu habla de la frontera, de viajes y de ciudades.

 

 

El olor de Vietnam

 

De madre borgoñona con ascendencia italiana y padre montañés, de los Alpes. Plossu conserva en su personalidad esa doble vertiente que discurre entre la comedia del arte y el sentido de orden. Mi archivo es un caos que responde a un orden estricto que yo solo conozco, asegura. Un día de estos tengo que ordenarlo, para que mis hijos puedan orientarse y utilizarlo.

 

Hablamos de nuestros hijos, de la necesidad de que los hijos se desarrollen por su cuenta, al margen de la sombra de sus padres, cambiando de nombre si fuera preciso. Bernard detesta a esos hijos de famosos, artistas, políticos, que, amparándose en su apellido, buscan colocación social y fortuna. Avant l’age de raison, publicado por Filigranes en 2008, es un íntimo homenaje a sus tres hijos, Shane, Joachim y Manuela.

 

Le pregunto por Vietnam, porque Bernard Plossu nació en Vietnam, pero me dice que no recuerda nada, salvo el olor, el olor de los bosques de pinos. Crece y estudia en París, y en la filmoteca de París educará su mirada de fotógrafo con los clásicos. Dreyer, el Buñuel de Los olvidados, Eisenstein, Bergman, las películas neorrealistas italianas.

 

Denuncia el injusto papel secundario que se atribuye a los directores de fotografía en las películas. Habla de Raoul Coutard, esencial en las películas de Truffaut y Godard, o Gabriel Figueroa, imprescindible del cine mejicano, por ejemplo en Los olvidados de Buñuel. Plossu aprendió a ver en blanco y negro en el cine. En 2009 se publica Plossu cinéma, una exposición y libro que a través de ensayos e imágenes se ponen de manifiesto las claves cinematográficas de la mirada de Bernard Plossu. Recientemente 8/SUPER 8 (2012) ha recuperado y difundido sus pequeños filmes rodados entre 1962 y 1968.

 

 

Esquiar en el desierto

 

Las primeras fotografías que Bernard recuerda son las imágenes del desierto que cuelgan de las paredes de su casa y documentan el viaje de su padre, Albert Plossu, con su amigo, el célebre alpinista Rogé Frison-Roche, con quien en 1937 atravesará en camello el Gran Erg Occidental en el Sahara argelino. Su padre le regala una Brownie flash y lo lleva el Sahara a esquiar en la arena.

 

De su padre conserva el gusto por la aventura y los grandes espacios, el rigor en el trabajo, la rudeza y la austeridad del montañés. Su madre también era muy austera. Con el pelo siempre recogido en un moño, muy poco maquillada, y nada proclive a las salidas mundanas. Escribe poemas que Bernard todavía conserva.

 

Con los fotógrafos americanos descubre el paisaje y su representación en grandes formatos. Entonces se pregunta si es posible otra forma de fotografiar el paisaje, con un 50 mm y en 24×36, pequeños formatos, casi contactos. Esa manera íntima de ver el desierto y los grandes espacios no va a ser comprendida en absoluto. Le jardin de poussière (Marval, 1989) es un fracaso como libro de fotografías.

 

Con el tiempo esa incomprensión inicial irá transformándose en reconocimiento y aceptación de una manera de representar la naturaleza en donde la imagen no abruma al espectador y solicita su colaboración mediante un acercamiento físico, pues para apreciar un pequeño formato hay que acercarse mucho a la fotografía, que establece un vínculo de recogimiento entre imagen y espectador. El desierto para Bernard Plossu consiste, precisamente, en esa intimidad.

 

 

La vie en flou

 

Uno de los aspectos con los que más se ha identificado el estilo fotográfico de Bernard Plossu y que más le ha perjudicado en el “flou”, es decir, una fotografía que ha sido realizada a una velocidad baja y por lo tanto los contornos no son nítidos e incluso aparece movida. Me parece injusto, se queja Bernard, que toda mi trayectoria como fotógrafo se reduzca a este aspecto. Pero lo cierto es que haces fotos “flou” y que, además, ha sido un rasgo que ha creado escuela, insisto.

 

Cierto, reconoce, pero igualmente exacto es decir que entre mis fotos hay otras muchas perfectamente enfocadas. En cuanto a la escuela que este estilo ha originado, sin desmentirlo, hay que señalar que cada fotógrafo ha encontrado su espacio y su manera de hacer, aunque en un principio hayan imitado el estilo Plossu. Uno de los libros que mejor refleja el abanico de registros que utilizo es Forget me not (Tf editions, 2002), cuya edición corrió a cargo de Rafael Doctor.

 

 

Merecer el azar

 

El componente azar juega un papel importante en tu manera de hacer fotos, afirmo. Sí, desde luego, hay siempre sorpresas a lo largo de todo el proceso de producción fotográfica. Al hacer un disparo creemos hacer atrapado la buena foto, y luego, al repasar los contactos, te das cuenta que otra imagen a la que habíamos prestado menos importancia se revela, nunca mejor dicho, como la foto “buena” que no esperábamos. En cualquier caso tenemos el azar que nos merecemos, quiero decir con esto que las cosas ocurren por casualidad hasta cierto punto.

 

El mismo Cartier Bresson podía pasar tiempo y tiempo esperando que la foto tuviera lugar. Hay que estar ahí, la foto no surge de la nada, la hago porque estoy ahí precisamente. Eso quiere decir “merecer el azar”. ¿Y qué hace que una imagen tenga magia, fuerza? Es algo inexplicable. Esa magia, ese poder, esa fuerza inexplicable de algunas fotografías para impactarnos forma parte del misterio de la misma fotografía.

 

Has colaborado con muchos escritores: Michel Butor, Denis Roche, Bernard Noël, Gil Jouanard, Jean Christophe Bailly, Joel Vernet… Tengo muchos retratos de escritores y los he expuesto. Claro, el diálogo entre ambos lenguajes, el fotográfico y el literario, ofrece resultados sorprendentes y enriquecedores. Debo mucho a la literatura. También a la hora de elegir los títulos de mis libros, añado.

 

El título de un libro es importante, pero todavía más la serie de fotos que forman un libro. La cuestión no depende de una foto, sino de un conjunto de fotos. Es la totalidad de fotografías que componen un libro, las buenas y las menos buenas, las que conforman su unidad y hacen que el libro como conjunto de imágenes funcione.

 

 

You mouve like a woman dancer

 

Los talleres de Bernard Plossu son algo sorprendente. No se habla de fotografía. Sólo se camina. Por el monte. Arriba y abajo, arriba y abajo. ¡Y el caso es que tienen un éxito extraordinario! Para Plossu la fotografía es un ejercicio, una actitud eminentemente física. La relación con la fotografía es corporal. No es el ojo el que hace la fotografía, afirma, es el cuerpo. Lo que importa es cómo se mueve el fotógrafo, cómo se acerca y se aleja, vuelve, se detiene para caminar de nuevo.

 

En una ocasión, me dice, durante un taller alguien me dijo: you mouve like a woman dancer. Lo dice en inglés porque la segunda lengua de expresión de Bernard Plossu es el inglés, que conserva de sus años americanos y su primer matrimonio. En la conversación irrumpen regularmente expresiones en inglés cuando Bernard quiere expresar algo con precisión que sólo esa palabra lo consigue. Decirme que me muevo como una bailarina me hace pensar que tal vez tenga un cuerpo femenino en la manera de aproximarme a las cosas, añade.

 

 

Una fotografía sin importancia

 

En una fotografía son de vital importancia las líneas de fuerza. En un cuarto de segundo el fotógrafo es capaz de identificar esas líneas, asegura. Hablamos de composición, puntualizo. Sí y no, continúa. Cartier Bresson es un maestro de la composición. Robert Frank es un maestro de la no composición.

 

Cartier Bresson desarrolló de forma espectacular la idea del instante decisivo. Yo me defino, justamente, por hacer una fotografía sin importancia. Esto no significa que no sea capaz de salir al encuentro y atrapar ese momento decisivo. El caso es que no me interesa. Lo que quiero decir es que aquello que aparentemente carece de interés se revela a través de la fotografía como enigmático, maravilloso e importante. Me considero como un heredero de la Nouvelle Vague. En sus películas se mostraban imágenes sin ningún interés que, sin embargo, terminan trascendiendo su supuesta falta de significado.

 

Los foto reporteros de la Magnum son verdaderos historiadores. Lo que yo pretendo es ver y mostrar, desde una visión poética, aquellas cosas que no cuentan. O que cuentan por lo que carecen. Todo aquello que se muestra como irrelevante, y sin embargo mágico.

 

 

Un discurso para los gusanos

 

¿Qué aconsejarías a los jóvenes fotógrafos?, pregunto. Que aprendan a ver imágenes, que vayan al cine y se tapen los oídos para que la música no interfiera, que vayan a los museos a ver pintura, que busquen las líneas de fuerza. Tratar de explicar el misterio de una imagen, sin embargo, resulta imposible. ¿Por qué una imagen mala encierra misterio, magia, duende, soplo? Eso es el misterio. En el mundo del arte y de la fotografía en particular los egos están sobredimensionados. A los jóvenes fotógrafos les recordaría las palabras de Céline: evocar la posteridad es echar un discurso a los gusanos.

 

 

 

Antonio Ansón es autor de novelas y libros de poemas, además de ensayos sobre fotografía. Junto a Ferdinando Scianna dirigió y editó Las palabras y las fotos. Literatura y fotografía, PHE 2009. Su último trabajo, El ruido y la lira (Eclipsados, 2012), habla de los ruidos, la música y la literatura en torno a los poetas Antonin Artaud, Ghérasim Luca y Christophe Tarkos

 

 

 

[El proceso Fresson. Fotografías de Bernard Plossu

  

El proceso al carbón (con pigmentos constituidos de carbón vegetal pulverizado) fue inventado por Théodore-Henri Fresson hacia 1890. Su hijo Pierre realizó en 1952 el primer tiraje al carbón en color. Los pigmentos se extienden sobre un papel gelatinado, sensibilizado con bicromato de potasio y se expone bajo la acción de los rayos ultravioleta, la gelatina se endurece y aprisiona el pigmento. Cada imagen es entonces lavada frotándola constantemente con una mezcla de serrín y agua. Esta técnica se puede parecer al offset: tres imágenes en cyan, amarillo y magenta se superponen para recrear los colores; a continuación, se añade una cuarta capa negra. Se obtiene una cuatricomía con tonos continuos, sin trama.]

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