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Mientras tantoBibliotecarios malvados/ 4 (I)

Bibliotecarios malvados/ 4 (I)

De libros raros, perdidos y olvidados   el blog de Carlos G. Santa Cecilia

 

Incluso el carácter imperturbable de Francisco Franco tuvo que conmoverse por un momento cuando, en abril de 1950, recibió una carta en la que se le informaba de que tenía un hermanastro “probablemente hasta el momento ignorado por V.E.”. Eugenio Franco Puey, un topógrafo que vivía discretamente en Madrid, era fruto de los escarceos de su padre, Nicolás Franco Salgado-Araújo, contador de la Armada, en Filipinas, donde estuvo destinado antes de contraer matrimonio –en mayo de 1890, unos meses después– con Pilar Bahamonde. La madre era una joven española de sólo 14 años, Concepción Puey, hija de un compañero de armas, que posteriormente se casó con un oficial de Artillería con el que tuvo cuatro hijos. Antes de abandonar el archipiélago, Nicolás Franco había reconocido al niño y le había dado el apellido y, aunque es probable que la familia hubiera tenido alguna noticia de su existencia, nada se sabía del paradero de este primogénito del fogoso don Nicolás, que mantuvo siempre unas pésimas relaciones con su hijo Jefe del Estado.

 

Llegó a decirse que Nicolás Franco era el único español que podía insultar impunemente a Franco, y lo hacía con frecuencia, sobre todo en los bares de la calle Fuencarral, donde vivió. Hombre colérico, jugador y mujeriego, había abandonado el hogar definitivamente en 1907 para instalarse en Madrid, lo que llevó con resignación su mujer, la muy católica doña Pilar, y con gran resentimiento el hijo materno preferido, Francisco. Los demás hermanos –Nicolás, Pilar y Ramón– visitaron en alguna ocasión en Madrid al padre, que vivía amancebado con otra mujer, Agustina Aldana, pero Francisco no admitió si quiera que asistiera a su boda con Carmen Polo. Al morir don Nicolás en 1942, Franco ordenó que el cadáver fuera trasladado al Pardo, donde lo enterraron con honores militares y el uniforme de vicealmirante de la Armada, arrebatándoselo a una desconsolada Agustina, con quien en realidad se había casado durante la República, pero el nuevo régimen había anulado esas uniones. Nunca se supo a ciencia cierta si la “sobrina” que vivía con ellos era otra hermanastra de los Franco.

 

Eugenio Franco Puey, por su parte, no dio señales de vida cuando su padre falleció y siguió con su existencia apartada por voluntad propia, sin mencionar su origen si quiera a sus compañeros o amigos. ¿Quién escribió entonces la carta? ¿Fue un franquista? ¿Fue un antifranquista?

 

La primera noticia pública de la existencia del hermano paterno de Franco la ofreció la revista Opinión en marzo de 1977, después de la muerte del dictador. María Eugenia Yagüe y Miguel Platón firman el reportaje: “Eugenio, el hermano desconocido de Franco”, con el siguiente subtítulo: “Hijo natural reconocido de Nicolás Franco Salgado-Araújo, padre del que luego sería Jefe del Estado, Eugenio Franco vivió y murió en la mayor modestia, sin reunirse nunca con su poderoso hermanastro”. Reproducen, en parte, la carta de 1950, pero sin desvelar su autoría, con una nota final que, sin embargo, estrechaba el círculo: “Por expreso deseo de los interesados, esta revista ha excluido del reportaje todos los datos que puedan conducir a revelar la identidad de los familiares de don Eugenio Franco” (no se menciona el segundo apellido).

 

La carta formaba parte de los documentos privados del Generalísimo, “y una copia de la misma, a través de un intermediario de absoluta garantía, fue obtenida hace dos semanas por esta revista”. La firma el yerno, que comunica al Jefe del Estado que su suegro, Eugenio Franco, nació en Cavite el 28 de diciembre de 1889, que era un hijo reconocido y que obtuvo el “consentimiento paternal a que venía obligado” cuando se casó en 1918. Murió, añaden los periodistas, a mediados de los años sesenta, “pero en Madrid viven su viuda, su única hija y su yerno”. Todos ellos han conservado “con una discreción poco usual los lazos familiares que les unen a Francisco Franco”.

 

Los periodistas de Opinión localizaron al yerno y a la familia que, con la promesa de que no fueran revelados sus nombres, desvelaron algunos rasgos de la vida de Eugenio Franco. Salió de Filipinas siendo niño, tras el Desastre del 98, y quiso ser marino, como el hermano, pero tampoco lo logró e ingresó como topógrafo en el Instituto Geográfico y Catastral, donde trabajó toda la vida. Se prometió con una joven, un año menor que él, que se llamaba como su madre, Concepción, y tuvieron una niña, a la que dieron el mismo nombre. Falleció en 1966, a los 75 años, tras sufrir una caída en la avenida Reina Victoria de Madrid. La viuda afirma que era un hombre liberal, muy poco religioso, y que al estallar la Guerra Civil se trasladó con el Gobierno a Valencia. Tenía cerca de 50 años y no fue movilizado. Terminada la contienda fue sometido a un expediente de depuración política, pero logró reintegrarse a su destino de topógrafo. Era un hombre orgulloso, que no quiso asistir al entierro de su padre, y su hija le recuerda como “bastante severo”.

 

En el mismo reportaje, la hermana del Generalísimo, Pilar, niega tajantemente la existencia del pariente filipino: “Lo que habría reclamado ese hijo al morir mi padre si estuviera reconocido. Y siendo mi hermano Jefe de Estado, más”. En 1980, Pilar –la única de los hermanos todavía con vida– publicó el libro Nosotros, los Franco (Planeta), en el que reiteró que era una mentira más sobre su familia. La revista Interviú, a partir de septiembre de 1983 (en el número que lleva en portada el desnudo de Lola Flores), ofreció una serie sobre la vida del dictador y volvió a resucitar al hermano, aunque sin aportar datos nuevos.

 

Fue el periodista y escritor Carlos Fernández, en una biografía de Franco publicada en 1983 (El general Franco, Argos-Vergara), quien desveló por fin la identidad del autor de la misiva: Hipólito Escolar, a la sazón director de la Biblioteca Nacional. Transcribe la carta completa –breve, apenas tres párrafos–, en la que Escolar informaba de la filiación de su suegro, incluso de su domicilio en la calle Malasaña nº 5. “Una timidez excesiva y, en parte, lo delicado del asunto, han hecho que V.E. no supiera la noticia directamente de él”, afirma, y añade más adelante: “Yo me he creído en el deber de informar a V.E., simplemente para que sepa que con el mismo entusiasmo que le defendí en la Guerra de Liberación desde las trincheras y hoy le sirvo en mi destino oficial de director de la Biblioteca Francisco Villaespesa de Almería, seguiré siempre a las órdenes de V.E., con más motivo ahora que un hijo mío lleva la sangre y el apellido del Caudillo de España” (fechada el 8 de abril de 1950).

 

En 1999, ya jubilado de la dirección de la Biblioteca Nacional, Hipólito Escolar publicó un libro de memorias, Gente del Libro (Gredos), en el que recuerda la casa sin ascensor, sin calefacción y sin cuarto de baño en la que vivía la familia de Eugenio Franco, “un santo que navegaba entre tanta mujer”. Cuando les conoció, en los años cuarenta, “no estaban bien económicamente porque ahora dependían exclusivamente del sueldo de funcionario”. Escolar se casó con Conchita Franco –alumna suya– en 1947, después de aprobar las oposiciones al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, y fue destinado a Almería. Reconoce que, en 1950, quería a toda costa salir de allí y volver a Madrid (había fundado con otros socios la editorial Gredos) y pensó que podía escribir a Franco. “Nos contestó la madre [de Conchita] diciendo que la idea no le agradaba a su marido porque pensaba, como ella, que no nos iban a hacer caso, pero que hiciéramos  lo que quisiéramos”. Escolar estaba inquieto por su futuro y finalmente escribió una carta sin la que probablemente no se hubiera conocido nunca al mayor de los Franco. Según afirma, la gestión, de cualquier forma, no le sirvió de nada: “Llegué a la conclusión de que quien tiene un tío en el Pardo ni tiene tío ni tiene cargo”.

 

Pero lo cierto es que consiguió el traslado a la Biblioteca Nacional en Madrid. Y veinticinco años después, en el BOE del 29 de octubre de 1975, se publicó el decreto por el que se le nombraba director de la misma, cargo que ostentó durante una década, hasta su jubilación. Lo firmaba, unos días antes de su muerte, Francisco Franco.

 

(continuará)

 

Eugenio Franco Puey (foto publicada en la revista Opinión).

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