Home Mientras tanto Bibliotecarios malvados/ 5 (MM & JJ)

Bibliotecarios malvados/ 5 (MM & JJ)

 

El bibliotecario constituye una especie pausada, reflexiva, de natural pacífica e incluso, por su rutina, tendente a la apatía, pero cuando decide pasar a la acción resulta incontenible. Es el caso del bibliotecario Mateo Morral, de actualidad estos días pues el piso desde cuyo balcón arrojó la bomba al paso de la comitiva real el 31 de mayo de 1906 en la calle Mayor 88 (hoy 84) ha salido a la venta –la crisis no perdona– y el portal inmobiliario que lo publicitaba aprovechó dicha circunstancia para su promoción. Rápidamente salió al paso Godofredo Chicharo, dueño de la taberna Ciriaco, en los bajos del edificio –una de las más tradicionales de Madrid–, precisando que ese no era el piso desde el que se lanzó la bomba. La bibliografía tradicional apunta que el balcón origen del regicidio estaba en el cuarto; sin embargo, entonces se contaba el entresuelo por lo que hoy corresponde al quinto y último piso: exactamente el segundo balcón desde la izquierda según se mira la fachada. El portal inmobiliario rectificó y anuncia ahora un piso en el edificio desde el que se atentó contra Alfonso XIII (no se ha vendido de momento) y Chicharro, por su parte, ha declarado que el piso escenario del crimen es suyo, está vacío y no pensaba venderlo, pero ante tanta expectación y si recibe una buena oferta…

 

Si nuestra alcaldesa no anduviera enredada en luchas fratricidas (y, por qué no decirlo, si tuviera otras luces) habría cazado al vuelo la posibilidad de establecer en el corazón histórico de Madrid un enclave misterioso y de obligada visita turística, eso que saben hacer tan bien los londinenses. Puedo contribuir generosamente a la leyenda del edificio con una noticia que sorprenderá incluso a los miembros de la Orden del Finnegans.

 

El lunes 13 de enero de 1941 fallecía en Zurich James Joyce. En plena tensión bélica y salvo una breve nota de la agencia Efe en Ya, los principales medios españoles ni siquiera recogieron la noticia. Arriba, sin embargo, publicó un comentario anónimo en la página 3 con este curioso dato: “Vivió en Roma, en París, en Trieste y hacia 1916 en Madrid, en la casa número 88 de la calle Mayor, que es la del atentado contra Alfonso XIII y Doña Victoria Eugenia”. Joyce en la misma pensión madrileña que Mateo Morral… con menos de eso se fundamenta la fama del edificio Dakota en Nueva York.

 

Mateo Morral fue un bibliotecario adelantado a su tiempo. Hijo de un próspero industrial textil de Sabadell, su infancia sin embargo fue desdichada. Aborrecido por su madre que creía que no era verdaderamente hijo suyo, creció apartado y solitario, alimentándose sobre todo de las ideas anarquistas que florecían en su ciudad natal y a las que tuvo acceso en la muy avanzada biblioteca de su padre. Tenía un hermano mayor, el hereu, y se vio abocado a emigrar a Francia y Alemania, donde se imbuyó del pensamiento neomalthusiano y destacó por sus dotes de organización proletaria y por su capacidad intelectual.

 

Regresó a Sabadell en 1899 tras la muerte de su madre, a la que siguió la de su hermano mayor, por lo que se hizo cargo de la fábrica, que dirigió con eficiencia al tiempo que azuzaba a sus obreros para que pidieran mejoras salariales. Rompió finalmente con su padre y se trasladó a la Escuela Moderna de Ferrer i Guàrdia en Barcelona, donde encontró su verdadero hogar. No fue uno de esos bibliotecarios que se enfrascan con un manuscrito diez o doce años, sino un visionario que organizó el reparto de panfletos y publicaciones pedagógicas, promovió la traducción de grandes autores anarquistas como Élisée Reclus, cultivó la declamación y organizó funciones de teatro para los obreros. Un hombre de acción que llegó a irrumpir a garrotazos en un teatro burgués en el que se representaba Casa de Muñecas con un final manipulado.

 

Asomado tal vez al mismo balcón se nos aparece una década más tarde James Joyce. No es el de Arriba el único testimonio de su paso por Madrid. Antonio Marichalar, principal introductor del irlandés en España con un extenso artículo publicado en Revista de Occidente en 1924, afirma que “frecuentaba las bibliotecas públicas en Roma, en Trieste, en Zurich, en París, y acaso en Madrid, donde accidentalmente reside”. Claro que tenemos la biografía de Ellmann, que sigue la vida de Joyce casi día a día y detrás de cada una de sus afirmaciones “retumba una biblioteca entera”, como escribió Guelbenzu, en la que nada se dice de este viaje a Madrid. Pero no olvidemos que Ellmann no supo identificar a un tal Abin o Albin, autor de la famosa caricatura en la que Joyce aparece en forma de interrogación: se trata del artista cántabro César Abín, amigo de María Blanchard en el París de los años treinta. Es muy probable, con todo, que el irlandés nunca viniera a España, pero tampoco Sherlock Holmes usó la pipa que nos enseñan ni sabemos si Jack el Destripador siguió la ruta que nos ofertan por unas cuantas libras.

 

En el caso de Joyce conviene mantener siempre la mente abierta. Mi amigo y casi hermano Javier Sainz de Robles me contó que estuvo hace unas semanas en Irlanda y visitó Dalkey, un pueblecito pintoresco a media hora en tren desde Dublín. Al llegar quiso tomarse una cerveza en un pub junto a la estación que le habían recomendado, el Finnegans, pero se topó con un cartel que decía: “Cerrado por defunción”. Había muerto Finnegans y al día siguiente, por supuesto, volvió. Caía una lluvia fina y tuvo que abrirse paso para entrar en un local repleto de hombres endomingados que brindaban, reían a carcajadas y bebían a la salud de Finnegans.

 

MM & JJ. Ambos se propusieron volar –con suerte desigual– los cimientos de una sociedad corrompida, injusta y decadente. Estos exiliados del sistema que vagan por el mundo terminan acumulando idiomas, formación y conciencia social. La secretaria general de Inmigración y Emigración dice que nuestros jóvenes viajan no por la crisis sino “por el impulso aventurero de la juventud”. Hay que mirar si en la maleta traen de vuelta una bomba Orsini o Finnegans wake.

 

 

 Edificio de la calle Mayor 88 (hoy 84) de Madrid desde el que Matero Morral arrojó la bomba regicida el 31 de mayo de 1906. El País equivoca la localización exacta del balcón: es el segundo desde la izquierda del último piso. La prensa de la época señala inequívocamente este balcón y reseña los fallecidos en el resto de los balcones. Debajo, en el tercer piso (hoy cuarto) murió la niña Carmen Prieto; en el de más abajo, Antonio Calvo González, y en el primero (actual segundo) la marquesa de Tolosa y la hija de la condesa viuda de Adanero.

 

FOTOS: ALFONSO G. CRUCHAGA

Salir de la versión móvil