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Sociedad del espectáculoEscenariosBienvenidos a la jungla: una noche de tributos a Guns N’ Roses

Bienvenidos a la jungla: una noche de tributos a Guns N’ Roses

Guns N’Roses tiene bandas tributo por todo el mundo. En España destacan los madrileños Gansos Rosas y en EE UU Adler’s Appetite, que cuenta con un miembro del grupo original: el batería Steve Adler. El pasado 17 de febrero se juntaron ambas bandas en Carabanchel. ¿Se juntaron?, casi habría que decir que colisionaron…

 

ADLER

 

Steve Adler toca la última canción sonriendo. El batería es el único del grupo que lo hace. El resto de Adler’s Appetite permanece serio ante un público que salta formando un pogo gigantesco. Alguien tira un pañuelo a Steve, se limpia la cara y lo devuelve lleno de sudor a la masa, que se vuelve loca. Las primeras filas están llenas de desconocidos que se agarran y bailan y gritan y corean y ríen con “Welcome to the Jungle”. Pero no toda la noche ha sido así.

 

 La Sala Live!! de Madrid acoge a cuatrocientos fans, una cantidad alejada de los estadios de fútbol que el batera llenaba durante la llamada “formación clásica” de Guns N’Roses, (1985 – 90) cuando no necesitaban que una señorita saliera al escenario para promocionar a gritos el puesto de merchandising, como ahora.

 

Pero la sonrisa de Adler indica que eso no parece importarle.

 

“Es un honor tener una banda tributo de tu propia banda. Estas canciones son para siempre y los tributos permiten a los fans recordar ‘Oye, esta canción es buena’ y mantienen la música viva. Sólo las mejores bandas tienen covers: Led Zeppelin, Guns N‘ Roses, Queen, AC/DC, Kiss… creo que es un gesto muy respetuoso por parte de los tributos”, dice Steve. 

 

El batería es alto, con mentón prominente y melena rubia. Todavía mantiene una mirada de niño ilusionado en su rostro prematuramente envejecido y cuesta un poco de trabajo entenderle. En el 96 sufrió dos derrames cerebrales, resultado de una combinación de heroína y cocaína en vena, que le han dejado con un impedimento en el habla.

 

Hace más de veinte años fue despedido oficialmente por culpa de su adicción a las drogas, después de tocar en los dos primeros discos de los Guns, “Appetite for Destruction” y “G N’R Lies”. En la revista Classic Rock denunció que detrás de esa patada pública había motivos económicos, y la relación con sus ex-compañeros quebró. Ha ingresado en varias clínicas de desintoxicación tanto de manera privada como en reality-shows y publicado su autobiografía: My Appetite For Destruction: Sex & Drugs & Guns N’ Roses.

 

En 2003 fundó Suki Jones, pero al poco le cambió el nombre por Adler’s Appetite para que el público supiera que era el único tributo a los GN’R del mundo con un miembro original. Funcionó.

 

“Somos como cinco hermanos pasándolo bien”, comentaría después Rick Stitch, el cantante que creció escuchando los temas que hoy canta: “Tenemos suerte de poder salir, tocar los hits que todo el mundo conoce y presentar nuevas canciones”. Aunque cuando Adler’s Appetite tantean las novedades en tres ocasiones (“Alive” o “Fading” o “Stardog”) son recibidas con poco entusiasmo.

 

Sobre todo porque el resto es una locura. El guitarra se acerca para que una chica de las primeras filas toque con la lengua su instrumento. El público recibe a Steve como un dios del rock que ha decidido pasarse un 17 de febrero cualquiera por Carabanchel. El legado de los Guns es tal que tienen decenas de tributos, en Hungría (Dust N´Bones) o Alemania (Gunz N’ Roses) pasando por el Reino Unido (Guns 2 Roses) o España (Gansos Rosas). Adler es pragmático al respecto: “Vendimos más discos que cualquiera en la historia del rock ‘n’ roll. Si vas a montar un tributo, tienes que hacerlo de un grupo masivo porque si no a nadie le importa. No puedes montar una banda tributo de rap”.

 

Masivo es, desde luego. “Appetite for Destruction” fue el debut más vendido de la historia, siendo disco de platino dieciocho veces. Le pregunto qué opina el resto de la banda sobre Adler’s Appetite. “Sé que a Slash (guitarra) le encanta la idea y que está muy orgulloso de mí;             hace años que no hablo con Izzy (Stradlin, guitarra) y hace seis o siete años que no hablo con Axl (Rose, cantante) Pero creo que si no les gustara lo que estoy haciendo me habría enterado, y sólo he oído buenas cosas”.

 

Adler sólo ha bebido Coca-Cola mientras el resto de su banda devoraba tercios de cerveza en el escenario, y muestra la energía de un veinteañero a sus 46 años. “Va más allá de la energía: es pasión. Las canciones están llenas de pasión y el público se apasiona con ellas. Y eso hace que sea muy divertido tocarlas”.

 

Cuando terminan los bises y el resto del grupo se retira al camerino, él se queda un rato más para saludar chocando todas las manos que se le acercan: “Me he encontrado con baterías de otras bandas tributo a Guns N’ Roses que, después de uno de mis conciertos, me dicen ‘He estado tocando tus canciones completamente mal, ahora sé cómo tocarlas’ y eso es algo muy especial”.

 

A Steve Adler, que participó en un disco clásico del rock que no ha superado ni los propios Guns N’ Roses, le esperan otros tres conciertos en España y cuarenta y cinco más en su regreso a EE UU.

 

YO

 

La tarde del concierto Kike no respondía a mis llamadas ni sms. Algo raro en él, porque no sólo es el líder y bajista de los Gansos Rosas sino programador de la Sala Live!! y siempre se ha mostrado muy abierto a la hora de charlar de tributos. Pero no sabía confirmarme los grupos que tocarían. Así que decidí acercarme directamente a las ocho a la sala a ver qué pasaba.

 

La noche era fría y ya había veinte personas haciendo cola. Kike abrió las puertas, me dejó pasar nada más verme y comentó que luego hablaríamos, pero parecía nervioso. Dentro, decidí matar la espera hasta que comenzara el sarao con una cervecita. O, bueno, dos.

 

Cuatro cervezas después, a las nueve en punto de la noche, salieron los Gansos Rosas. El público era en su mayoría treintañeros y cuarentones con camisetas heavy, laca en el pelo, y maquillaje contundente, recién catapultados de los años ochenta; y no parecía moverse mucho. Yo tampoco, porque descubrí que mi nivel de cultura gunsandrosiana dejaba bastante que desear. Se me hizo complicado reconocer las canciones, por lo que me tomé otra cervecita. Era peculiar ver al cantante sacar fotos con el móvil de su propio público, como si estuviera sorprendido de haber aparecido ahí y dando varias veces las gracias en inglés. Pero no todo eran agradecimientos sobre el escenario: Kike dedicó “Get in the Ring” al “zampanabos del road manager de Adler’s Appetite”. Ouch.

 

Al terminar con “You Could be Mine”, el mayor hit que se podían permitir esa noche (se acordó que no tocarían los temas de otros discos para no hacer sombra a la atracción principal), esperé en la calle a que llegaran los Appetite. A lo mejor, quizás, posiblemente, podría hablar con Steve antes del concierto. Todo el público seguía dentro aguantando al segundo grupo (Knock Out Kaine) excepto Laura, una chica que venía de Asturias, y se presentó como “bandera” (explicación: “las groupies se enamoran de los músicos y las banderas no”) y aguantaba el frío para conseguir una foto con Adler. Al final el grupo apareció en dos taxis, con retraso y poco tiempo para salir al escenario.

 

Adler sonreía y posaba mientras el manager, Rikk Scholvinck, gritaba:  “C’mon guys”, nada de fotos, ni entrevistas, ni leches. Kike me dijo que me conseguiría unos minutos con ellos después del concierto así que regresé a la sala a por otra cervecita.

 

Eran casi las doce de la noche, los K.O.K. ya habían tocado y muchos miraban la hora nerviosos por perder el último metro. Un heavy me vio apuntar garabatos en mi libreta y se acercó para pedirme una de bravas, yo sonreí, él sonrió y le pregunté qué tal el grupo anterior. “Una puta mierda”. Se nos fue la sonrisa a los dos. Miró su móvil.

 

Los murmullos de impaciencia se escuchaban más y más después de tres cuartos de hora de pausa. Cada vez que salía un técnico al escenario a probar y retocar los instrumentos (y asegurarse de que los botellines de cerveza seguían en su sitio) parecía una provocación, pero nadie se iba. El aforo de la sala estaba a rebosar.

 

Conseguí colarme hasta las primeras filas (con una cervecita en una mano y la libreta en la otra para ir apuntando la lista de temas) justo cuando salieron Adler’s Appetite con “It’s so easy” y la recepción fue brutal. De pasotismo a locura en cero coma. Después de comenzar con la segunda canción del disco tocaron la 3, 4, 7, 5, 12, 9, hasta llegar a las épicas “Paradise City” (6) y “Welcome to the Jungle” (1), con toda la sala coreando como si fuera 1987 , Kike observando desde la mesa de control y una Laura que no paró hasta que consiguió lamer una guitarra.

 

La clave de que una banda tributo funcione no es que salga disfrazada o que sepa coreografías imposibles. No, la clave es su público. Debe entusiasmarse y contagiar ese entusiasmo para que todos nos creamos la peculiar mentira de que estamos ante un concierto de la banda original. Pero no. En realidad nos encontramos en lo segundo más parecido. Y aquel público se despidió agradecido de Adler tras altibajos, insultos y sonrisas y hora y cuarto de concierto, con fotos y apretones de mano y abrazos.

 

Y llegó mi turno de, por fin, conocerle en persona. Y fue entonces, en el camerino, al encender la grabadora y pensar en inglés cuando las cervezas comenzaron a pasar factura. Seria factura. Pero más me valía no dejar escapar ese momento que llevaba esperando desde hacía cinco horas: en una habitación diminuta llena de músicos de rock bebiendo cervezas, el que iba más cogorza era el periodista.

 

Me concedieron todo el tiempo que necesitara. Mientras Adler rememoraba los ochenta con su ya imborrable sonrisa y Rick Stich promocionaba las nuevas canciones (“¡Ya a la venta en iTunes!”) yo miraba de reojo el contador de la grabadora para asegurarme de que sí, estaba funcionando. El manager se despidió de mí entregándome su tarjeta con forma de púa y preguntándome dónde se iba a publicar la entrevista. Sólo supe murmurar que you know, en internet. Como si con eso estuviera dicho todo, pero necesitaba un sándwich mixto y una aspirina y lo necesitaba ya.

 

KIKE

 

Kike Wild no es mitómano, pero le hizo ilusión que Steve Adler le saludara en las escaleras de la Sala Live!!. Pensó que estaba un poco ido, aunque de buen rollo. Lástima que no pudiera decir lo mismo del road manager. 

 

Kike formó parte junto al actual guitarrista de los Gansos Rosas, Jorge Ventura, de un grupo de hard-rock llamado Gasóleo que se disolvió. Kike quería seguir tocando el bajo, pero acababa de ser padre y no tenía mucho tiempo libre. Jorge llevaba con la idea de montar un tributo a Guns N’Roses desde hacía meses e incluso tenía el nombre perfecto. A Kike le gustó la idea y gracias a sus contactos juntó al resto del grupo en noviembre de 2006. Los Guns era un tributo que no estaba cogido y les flipaba a todos, pero no se imaginaba que pudiera tener más recorrido que el de un primer bolo, “Vino a vernos más gente de la que esperábamos y ganamos dinero y dijimos esto qué cojones es, vamos a seguir haciéndolo”.

 

Hoy tiene 35 años, tres hijos y una cazadora vaquera con un parche enorme de los Guns. Ha visto cómo en Madrid se han multiplicado los tributos superando las cien bandas, porque es cómodo: puedes ensayar en tu casa, no hay luchas de egos por ver qué canción es de quién y la respuesta del público es increíble. Al tocar la primera canción con Gasóleo, Kike se encontraba con que le aplaudían con un poco de suerte, “Sin embargo, vas con el tributo y en el primer tema la gente se vuelve loca y eso te lo transmiten a ti.”

 

También lleva una agencia de bandas tributo (“Producciones Salvajes”) y se pasa el día rodeado de estos grupos: “Muchos músicos que antes miraban por encima del hombro a los tributos se han subido al carro. Son una alternativa económica, una garantía de éxito lejos de los cincuenta mil euros que pedían los ex – triunfitos por tocar ante un público que sólo conocía una canción”.

 

Aunque después de cinco años cantando las canciones de otros a veces encuentra cierto hastío en los Gansos, el repertorio es amplio e intentan variarlo. Y luego hay ocasiones especiales, como la “Noche Histórica” del 17 de febrero, como anunciaban los carteles. Kike quería traer a Adler’s Appetite desde hacía dos años aunque al final saliera por 2.500 euros, cifra elevada para un tributo. Pero tenía la ilusión de tocar con un icono. El rebelde, el auténtico, el más puro: “El que no se dejó arrastrar por la mierda que luego llegó a ser Guns N’Roses”. Tocar o, qué coño, hacerse una foto por lo menos.

 

Ni una cosa ni la otra.

 

El mismo día del concierto Kike discutió con Rikk Scholvinck, road manager de la banda estadounidense. Éste quería que los Gansos salieran los últimos y con su propio equipo ya bien entrada la madrugada. Kike, convencido de que quería impedirles tocar para no robarle protagonismo a Adler’s Appetite, le dijo que era el dueño de la sala, bajista del grupo, promotor del concierto y, en definitiva, el que pagaba. Rikk reculó.

 

Al final los Gansos fueron teloneros con temas menos conocidos de lo habitual, para respetar el “set” de los cabezas de cartel y estrenando cantante: Rox, un joven inglés que descubrieron en MySpace y que era la primera vez que pisaba España sin saber el idioma, pero con garra a rebosar.

 

La noche no salió como tenía planeado. Kike vio a la chica bandera hacerse una foto con Steve Adler y él se tuvo que conformar con telonearles horas antes. Desde ahí arriba, Kike (el músico) vio a su propio grupo “de puta madre a nivel de energía, luego he oído grabaciones y todavía no estamos al nivel que queremos llegar”. A Kike (el productor) le salieron las cuentas, no como para tirar cohetes, pero amortizó los conciertos; y Kike (el fan) disfrutó viendo a Steve Adler “para ser un yonki y estar medio loco sigue teniendo la pegada de cuando estaba en Guns y ver eso en directo fue un placer”.

 

Los Gansos siguen con su gira particular, con la mentalidad de estar en unas vacaciones pagadas. Después del tributo se irán a Cádiz, “a tocar en la boda de un colgado que nos ha contratado”, dice Kike con una sonrisa. El día de antes actuarán en un garito que igual les da doscientos euros. Pero lo seguirían haciendo aunque no ganaran una pasta, sólo por la particular experiencia de ir cinco colegas en una furgo.

 

 


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