A mis amigos de El Faro
Mientras en El Divino Salvador del Mundo
se vertía plata líquida
en la herida de monseñor Óscar Romero
en los billares La Dalia
los charcos no se secaban
el pasillo seguía siendo estrecho oscuro como un embudo sexual muy sucio
y en el patio de luces
no tan sombrías, como de miel vieja,
dos cubos parecían recoger
los pelos ralos, mustios, agotados de diez fregonas
que se habían cansado
de fingir
que eran pelucas bailarinas sueños baratos de hombres sin historia
porque nadie
ni siquiera mis amigos del Faro salvadoreño
los habían salvado del arroyo de la nada de mentirse
como hacemos el resto
para remar río adentro con nuestros miedos
hasta que le damos la vuelta
al rezo al sueño a la oración que hace tiempo dejamos a la orilla de la cama
como una meada del gato montés
que se fue con la música a otra parte.
En los billares La Dalia
los hombres leen a la luz difusa pesada de calambre
del día de la beatificación de un santo político
al que han querido quitarle limarle robarle las espuelas
no sea que haya que partirle la cara al espejo
que refleja un país que esta ahí
tiritando de un dengue de una malaria de una enfermedad moral
que no parece tener cura
por mucho que le echen tinta verdad valor
a la herida.
En los billares La Dalia
a los que subí en cuanto me cansé
de escuchar los cantos
(vamos a la milpa de la comunión, vienen con alegría, Señor)
de la carta en latín del Papa
del beato que entró en el libro de los números antesala del libro de los santos
las razones de los que han venido con tierra en las uñas
y de los que han venido
con escolta helicóptero comida en el Sheraton entrevistas declaraciones filfa
y en cuanto me cansé
de los que se hacían fotos en la cripta de monseñor
donde Horacio González le saca brillo al bronce con un trapo rojo
y el guerrillero Juan Escalante espera que se haga justicia
se empiece a poner fin a la impunidad
al gran zocón salvadoreño
al que viene de la guerra civil
y al que siguen llenando de huesos el cuarto del país pequeño lindo triste.
En los billares de un tugurio llamado La Dalia
ajeno al olor de santidad
los jugadores siguen con su eterna partida
igual que los limpiabotas de los soportales
que también dan al Parque Libertad.
La tarde baja como un lento río de fuego sin misericordia.
Así es lo inhumano
como el volcán
sin moral sin certeza sin remordimiento
como algunas clicas
como algunos que manejan el taco
y golpean buscando que el universo se mueva sobre su eje
mientras llega la hora
del próximo trago
de la próxima cena
y que no sea la última
no esta noche
mañana
en La Dalia
billar a las doce
cuando le partimos la cara al mal.
“La palabra zocón es puro caló salvadoreño. Un zocón es el efecto ocasionado cuando, de súbito, se aprieta un cuerpo”. Óscar Martínez en Los bichos gobiernan el Centro, en elfaro